Para comprender esta explicación hay que ser mínimamente creyente. Con lo poquito que recordamos de nuestra instrucción catequética, entendemos que la providencia divina es la ayuda que Él nos presta para superar problemas y necesidades imperiosas.
Esta buena noticia de hoy me llega en uno de los lugares que me permiten el acercarme con cierta dignidad a los menos favorecidos. Dicho lugar funciona con los medios económicos y materiales justos. Normalmente nunca falta nada de lo imprescindible… pero tampoco sobra. Una pequeña cocinita, unos servicios limpios, unos sillones-cama aceptables y un ropero que se surte de las aportaciones de las personas de buena voluntad.
Las necesidades de los que viven en la calle son múltiples. De las dimensiones que depara el no tener nada. Con cierto pudor se acercan a los responsables y les preguntan si le pueden suministrar unos calcetines, una chaqueta de chándal, unas zapatillas o alguna ropa interior.
La persona que se los da me comentaba con estupor que no sabía de donde lo sacaba, pero que siempre encontraba con algo que pudiera cubrir la necesidad del acogido. Sentenciosamente me dijo: La providencia. Se sintió un poco cortada para decirme el apellido de la palabra mencionada. Entre los dos la completamos: La providencia divina.
Y no se trata de que Dios baje a la tierra para buscar unos calcetines. Es que te utiliza como instrumento, como el largo brazo que se extiende por el mundo. Ese brazo en forma de sanitario, de maestro, de cooperante o de voluntario de todo tipo, que hace presente y operante las manos de Jesús de Nazaret.
El que no se pierda el uso de la palabra providencia entre nosotros depende de que la pongamos en práctica con nuestro esfuerzo. Sí, ya se que están pensando mis lectores: “ya está aquí Manolo con sus homilías”. Que queréis que os diga. Uno habla –o escribe- de lo que conoce y domina un poco. Encontrar “buenas noticias” en un telediario es muy difícil. Encontrarla entre los que intentan vivir el Evangelio es más fácil.
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