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​Esta es una de las bellas palabras castellanas que está cayendo en desuso

Una de las acepciones que recogen los diccionarios sobre este término es la siguiente: “Cuidado que tiene Dios de la creación y de sus criaturas”
Manuel Montes Cleries
lunes, 9 de marzo de 2020, 08:23 h (CET)

Para comprender esta explicación hay que ser mínimamente creyente. Con lo poquito que recordamos de nuestra instrucción catequética, entendemos que la providencia divina es la ayuda que Él nos presta para superar problemas y necesidades imperiosas.

Esta buena noticia de hoy me llega en uno de los lugares que me permiten el acercarme con cierta dignidad a los menos favorecidos. Dicho lugar funciona con los medios económicos y materiales justos. Normalmente nunca falta nada de lo imprescindible… pero tampoco sobra. Una pequeña cocinita, unos servicios limpios, unos sillones-cama aceptables y un ropero que se surte de las aportaciones de las personas de buena voluntad.

Las necesidades de los que viven en la calle son múltiples. De las dimensiones que depara el no tener nada. Con cierto pudor se acercan a los responsables y les preguntan si le pueden suministrar unos calcetines, una chaqueta de chándal, unas zapatillas o alguna ropa interior.

La persona que se los da me comentaba con estupor que no sabía de donde lo sacaba, pero que siempre encontraba con algo que pudiera cubrir la necesidad del acogido. Sentenciosamente me dijo: La providencia. Se sintió un poco cortada para decirme el apellido de la palabra mencionada. Entre los dos la completamos: La providencia divina.

Y no se trata de que Dios baje a la tierra para buscar unos calcetines. Es que te utiliza como instrumento, como el largo brazo que se extiende por el mundo. Ese brazo en forma de sanitario, de maestro, de cooperante o de voluntario de todo tipo, que hace presente y operante las manos de Jesús de Nazaret.

El que no se pierda el uso de la palabra providencia entre nosotros depende de que la pongamos en práctica con nuestro esfuerzo. Sí, ya se que están pensando mis lectores: “ya está aquí Manolo con sus homilías”. Que queréis que os diga. Uno habla –o escribe- de lo que conoce y domina un poco. Encontrar “buenas noticias” en un telediario es muy difícil. Encontrarla entre los que intentan vivir el Evangelio es más fácil.

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Si bien el conflicto entre Israel y Palestina obedece a cuestiones de corte político y étnico que no podemos soslayar, en el fondo ostenta una decidida etiología mítica y religiosa. Esto es coyuntural ya que, de no tenerlo en cuenta, dificultaría comprender el alcance de los acontecimientos actuales. En otras palabras, si sostenemos la fuerte influencia bíblica y coránica podemos afirmar con cierta seguridad que no es visible una solución de fondo como muchos esperan.

Y seguimos sin establecer una oficina ad hoc para su debido tratamiento coordinado ya que los tres grandes contenciosos están encardinados, tan estrechamente interconectados como en una madeja sin cuerda, donde al tirar del hilo de uno para desenlazarlo, surgen, automáticamente, inevitablemente, los otros dos.

En una de esas conversaciones que surgen en las sobremesas navideñas, me preguntaron por el sentido de la vida en clausura. Mi respuesta fue un tanto evasiva. No se entiende el pasarse la vida encerrado en un convento sin hacerlo desde la perspectiva de un mínimo de fe. A lo largo de mi vida he tenido la oportunidad de conocer con más detalle la vida de dos comunidades de monjas de clausura. Las Hermanas de la Caridad de San Fernando y las monjas Cistercienses del Atabal.

 
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