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La diada

La única vía es la negociación. Pero ¿qué se negocia en estas circunstancias?
Francisco Morales Lomas
viernes, 12 de septiembre de 2014, 08:37 h (CET)
No comprendía Mairena que las masas son, entre otras cosas lamentables, una revelación de las ametralladoras. Y todavía más cuando los políticos, esos grandes manipuladores, las emplean como arma arrojadiza. Añade el bueno de Machado que si se tratase de construir una casa (no es este el caso), de nada nos aprovecharía que supiéramos tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza. Acaso tampoco, si se trata de gobernar a un pueblo, nos serviría de mucho la retórica con espolones. Por cierto, que hubo pocas masas a la puerta de Pujol.

En la política catalana y española hay demasiados ladrillos y muchos espolones con los que atacar. Lo de menos es el juicio, al que Hegel le dedicó todo un tratado. Desde 2010 una sociedad que andaba pacífica poco a poco comienza a elevar su indignación aupada por la crisis económica, el rechazo del Estatut y el paradigma de Escocia.

¿La Diada de 2014 hubiera sido tan numerosa sin la sentencia del Constitucional sobre el Estatut en 2010 o sin la coyuntura de la crisis económica y de Escocia?

Creo que no. La culpabilidad de ese distanciamiento tiene mucho que ver con la incapacidad de una clase política que no ha sabido acercar posturas y todo lo ha dejado al albur de los testículos. Con testosterona andamos siempre bastante sobraditos.

La corriente eléctrica de los sentimientos ha cortocircuitado. Cuando así sucede, los ingenieros eléctricos lo llaman cero a la tensión entre dos puntos. No existe contacto. Hace tiempo que la corriente eléctrica, ese fluido que debe existir en cualquier sociedad se ha roto. ¿Estamos en disposición de crear la luz o hundirnos en las sombras?

Durante la República Ortega y Gasset advirtió del independentismo catalán como uno de los grandes problemas de España. La clarividencia del filósofo no tiene parangón. Cuando todos creíamos que eran algunos vascos los que a través del tiro en la nuca se postulaban como serios aspirantes, llegan muchos catalanes y se manifiestan con ahínco, no ya para poder votar (esto es un primer paso, acaso un eufemismo) sino claramente por la independencia. Mientras tanto también los políticos independentistas vascos están a la espera.

La única vía es la negociación. Pero ¿qué se negocia en estas circunstancias?

Estamos en presencia de una tragedia griega en la que los héroes se han metido en un berenjenal del que ya es muy difícil salir. Cada uno es fiel a su destino trágico, a una postura defendida desde hace tiempo. Unos manejan los hilos hacia unos intereses, otros hacia otros. En mitad, la masa se manifiesta creyendo que un futuro de independencia le dará la paz, la estabilidad y el desarrollo económico que ahora no existe. Y es que las crisis económicas en estas coyunturas avivan esos deseos y crea paraísos artificiales alimentándolos.

No comprendía Mairena que las masas son una revelación de las ametralladoras y, en el campo de la política, el más superficial y aparente, sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire. Jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela.

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En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.

Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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