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El triunfo diplomático precisa de voluntad para abandonar las negociaciones

Obama parece decidido a agravar el fracaso estrepitoso
Michael Rubin
miércoles, 22 de octubre de 2014, 07:47 h (CET)
En Bailar con el diablo, mi reciente estudio de las negociaciones norteamericanas con regímenes disfuncionales y grupos terroristas, documento casos de diplomáticos estadounidenses que aspirando a resolver conflictos a base de dialogar con partes que se niegan a respetar las normas de la diplomacia, se enfrascan tanto en el proceso que acaban anteponiendo el diálogo a la meta misma que perseguían las negociaciones.

Hay un buen número de ejemplos: Administraciones sucesivas han tratado con desesperación de prolongar las conversaciones entre Israel y la Autoridad Palestina, aun cuando ello ha significado la absolución de facciones y líderes palestinos de la obligación de renunciar al terrorismo y reconocer la legitimidad de Israel. El único presidente que trató de mantenerse fiel al espíritu de los Acuerdos de Oslo y que se negó a tolerar el terrorismo fue George W. Bush. Por su pecado de lucidez moral y por su negativa a justificar el terrorismo, se ganó el oprobio del Departamento de Estado, instancia para la que la prolongación del proceso se imponía a su contenido.

El mismo patrón aconteció en Corea del Norte. La próxima semana se cumplirá el 20º aniversario del Acuerdo Marco. Ese aniversario debería ser motivo de reflexión de lo irrelevantes que pueden ser los acuerdos cuando las partes no son sinceras del todo y despachan a la diplomacia el trato de estrategia de conflicto asimétrico. En el contexto de los intentos estadounidenses de diálogo progresivamente más desesperados, Corea del Norte desarrolló un arsenal nuclear y nuevas generaciones de proyectiles balísticos.

Por desgracia, el Presidente Barack Obama y el Secretario de Estado John Kerry parecen decididos a cometer el mismo error con Irán. El editor Jonathan Tobin ya destacaba que los europeos apuestan a que Obama apaciguará a Irán. No es mala apuesta. Después de todo, mientras Casa Blanca y Departamento de Estado buscan fórmulas creativas de conservar abiertas las conversaciones, es útil recordar las resoluciones unánimes o prácticamente unánimes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que insisten en que Irán detenga el enriquecimiento. También habría que recabar las conclusiones originales de la Agencia Internacional de la Energía Atómica que indicando el incumplimiento por parte de Irán del Acuerdo de Salvaguarda del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, que tampoco es lo único que puso a Teherán en el candelero. A Obama le gusta reivindicar el multilateralismo, pero se ha convertido en un presidente extremadamente unilateral, que se salta esas multilaterales resoluciones del Consejo de Seguridad en interés de sus propias ambiciones diplomáticas.

Por desgracia, Obama parece decidido a agravar el fracaso estrepitoso. Con el fin de garantizar el diálogo prolongado, Obama y Kerry parecen dispuestos a aceptar un mal acuerdo o bien ampliar las conversaciones más allá del plazo consensuado. Esto revierte en interés de Irán porque, después de todo, hay muy poco de lo que hablar: O Irán cumple con sus responsabilidades, o no cumple y afronta consecuencias.

Si usted es hábil con el martillo, tenderá a creer que todo son clavos; si usted es diplomático, todo van a ser motivos para prolongar las conversaciones. Rara, se conoce, es su consideración de la panorámica o de la estrategia general. Es una administración sin estratega. Tampoco es una administración con perspectiva. Cuando Estados Unidos se siente a negociar, no debería sentarse como igual, sino como la parte más fuerte y dominante. Las equivalencias culturales son el refugio del derrotista. Si parece que el contrario no es sincero en las conversaciones, que valora el mecanismo por encima de los compromisos de paz o que es incapaz de ofrecer un buen acuerdo, entonces Estados Unidos debería de abandonar las negociaciones simplemente, hasta que ello consolide su influencia y pueda llegar a un acuerdo que satisfaga sus necesidades. No es hostilidad a la diplomacia; es la admisión de que diplomacia es más que conversaciones constantes.

Al describir la actuación iraní en las negociaciones, mucha gente - no sólo estadounidenses, también iraníes - utilizan la analogía del bazar iraní. La negociación del precio de las alfombras persas puede ser solamente un ejemplo de la clase de regateo que practican los iraníes: pueden negociar el precio de los huevos, las verduras, los palés de té o los muebles con igual facilidad. Pero cuando los iraníes son incapaces de obtener un buen precio o si creen que su homólogo negociador no está siendo racional, abandonan la negociación.

Es una moraleja que los representantes estadounidenses en las negociaciones deberían de aprender. Obama y Kerry son como turistas que no advierten que se enfrentan a un recargo del 600% y que podrían sacar un precio mejor de manifestar su disposición a abandonar el establecimiento. Por desgracia, mientras la administración se consume y tanto Obama como Kerry ven deslustradas sus herencias por el fracaso reiterado, parecen reacios a poner en tela de juicio su estrategia y su enfoque elemental. Actúan como el jugador compulsivo que lo pierde todo, pero es incapaz de resistirse a otra partida más a la ruleta, para recuperar lo perdido. Qué triste es que olviden que la casa gana siempre. El Líder Supremo Alí Jamenei lleva el negocio y el fracaso traerá consecuencias.

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