La sangre, elemento siempre rodeado de un misterio aterrador, ¿cuál era el verdadero valor que le daban a tan preciado elemento? ¿Por qué se llegaba a asesinar? ¿Se asaltaba siempre a infantes? Toda esta retahíla viene dada por un comentario muy jugoso publicado en una revista española, donde se tachaba al monarca Alfonso XIII de estar enfermo por tuberculosis. Esto quedaría en una simple anécdota sino fuera porque a raíz de tal escrito, el rey fue acusado de beber la sangre de los niños que degollaba. Era considerado un vampiro moderno en toda regla.
Ese artículo exponía lo siguiente: “Así circulan, como si fueran artículos de fe, las más burdas calumnias (…) Pero, ¿no hay quien piensa todavía que se mató a los niños del Canal para que bebiera su sangre un rey enfermo?”.
Este articulo habla sobre el crimen del Canal de 1884, ocurrido un año antes del fallecimiento del rey a sus veintiocho años. Fue un doble infanticidio, ambos niños fueron hallados degollados desde la oreja hasta la garganta, poco faltaba para que las cabezas estuvieran totalmente separas de sus cuerpos. Este crimen fue sólo uno de los muchos que sembraban el terror por las calles de Madrid, donde la gente no paraba de lanzar teorías e hipótesis sobre tales atrocidades.
El principal problema era conocer la causa de las muertes, es decir, ¿Por qué se mataba a niños? Debido a las múltiples muestras de mutilaciones que tenían los cuerpos de los niños, el pueblo comenzó a hablar de vampiros y bebedores de sangre.
Pocas pruebas se hallaron, por no decir ninguna, en los escenarios del crimen. Cuando se produjo el crimen de Gádor, toda la prensa se puso de acuerdo en advertir que los niños muertos eran objetos de sacrificios para dar de beber su sangre a los tuberculosos, entre ellos al rey: “El crimen descubierto en Gádor (Almería) ha producido sensación enorme. El Popular ha abierto una suscripción a favor de los padres de las víctimas: un hermoso niño de siete años. Este crimen monstruoso, hijo de la ignorancia y de la bestialidad, nos recuerda el asesinato aún impune de los niños del Canal, que acaso murieran por las mismas o parecidas causas.”
Con todo ello, el rey Alfonso XIII estaba en el ojo de la tormenta, una tormenta donde las acusaciones de vampirismo se incrementaban con el paso de los días. La figura del rey Borbón se plasmaba como un tuberculoso que necesitaba de la sangre de infantes para curar su tisis. Se decía que el rey pagaba a hombres para que robasen niños, y así sacarles la sangre, ya que la grasa no le interesaba. Pero claro, todo esto dentro de una fantasía popular, porque si miramos los informes médicos de la época, nos consta que el rey tomaba un sopicaldo, y cuando tenía hambre comía un poco de gallina. La enfermedad del rey siempre se intentó mantener en secreto pues podía ser un arma muy peligrosa en manos de enemigos políticos como republicanos y carlistas. Según palabras de la Casa Real, no tuvieron que ver nada con los crímenes del Canal, ya que para reponer la sangre infectada del monarca usaban los ferruginosos solubles, y entre ellos el tartrato férrico potásico, asociado al sulfato químico a dosis tónica.
Este rey, Alfonso XIII, fue el último vástago de un tuberculoso moribundo, quien también heredó el título de “bebedor de sangre”. La monarquía española de 1895, cuando la madre de Alfonso XIII era regente, fue acusada de chupasangres tras provocar la guerra de Cuba con sus inútiles acciones: “El gran vampiro que consuma la sangre de los hijos del pueblo y los azota con todas las desgracias es la monarquía… Patriotas que gritáis desde las redacciones de los periódicos o desde las mesas del café la guerra contra los enemigos de España; herid al gran vampiro, porque él es el mayor enemigo de la nación”.
El título de chupasangres jamás abandonará la Casa Borbón, otro ejemplo más es el de Alfonso Pío de Borbón y Battenberg, quien estaba enfermo de hemofilia, y al cual le alcanzó este título siniestro a raíz de su padre y de su abuelo. “El príncipe necesitaba periódicamente beber sangre joven y caliente para mantenerse vivo”.
Otros ejemplos fuera de España fueron: Luis XI de Francia, quien se decía que bebía sangre de niño porque su médico la consideraba el mejor elixir de juventud. En Italia, la reina Elena Petrovich fue acusada de beber sangre de niños, al menos tres vasos al día, para curarse las enfermedades que pudiera tener.
En conclusión, parece ser que el pueblo siempre es el dedo acusador que contagia sus miedos hacia la monarquía, la cual evidenciaba que su sangre azul no era lo suficientemente fuerte y necesitaban de sangre pueblerina para calmar sus sollozos.
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