En vísperas de otras legislativas, una de las cuestiones determinantes
que diferencia a los estatistas - "los de izquierdas" - de los
defensores tradicionalistas de los derechos individuales - lo que la
izquierda llama "los fachas" como yo (etiqueta que aceptaré con
orgullo según lo definido aquí) - son nuestros conceptos de la lucha de
clases, radicalmente diferentes.
Los progres — que en general se postulan con la etiqueta "Demócrata” —
conservan un paradigma más o menos marxista según el cual, la versión
moderna del proletariat (“los pobres”) es injustamente explotada y
machacada por la clase alta ("las rentas altas") y sus criados burgueses
("la clase media"), y por eso, el Estado tiene que utilizar sus
*competencias para redistribuir la riqueza a la hora de combatir esta
desigualdad económica supuestamente injusta.
Muchos derechistas casualmente creen que el igualitarismo obsesivo de la
izquierda es demencial. Sobre todo porque, aunque creemos en la igualdad
ante la ley y (aquellos de nosotros que practicamos una confesión) en
que todos los seres humanos son iguales a los ojos de Dios, sostenemos
que la igualdad económica es profundamente *antinatural, irreal y no
deseable.*
El problema inabordable a la hora de plantar cara a los igualitarios es
que la naturaleza o Dios - depende de usted - no nos hizo iguales en
talento, habilidades, capacidades, capacidad de trabajo, motivación,
tolerancia a la frustración, visión, etc., y por eso los resultados en
términos de productividad económica y riqueza no pueden ser comparables.
Dado que su pilar confesional sostiene que todos los seres humanos han
de recibir una parte de riqueza equivalente en la lugar de la surgida
producto de un estado de libertad individual, los igualitarios han
declarado la guerra a la naturaleza o a Dios. Ellos están convencidos
de que el creador de nuestras diferencias naturales cometió un error
garrafal que ellos tienen que rectificar, y muchos izquierdistas
persiguen este objetivo con un fervor caracterizado de forma idónea como
mesiánico.
*No conozco a nadie entre la derecha que crea que la pobreza es buena.
*Los de derechas pretendemos aumentar las oportunidades de los pobres a
la hora de subir los peldaños del escalafón que les aleja de la pobreza
y que nuestros ancestros (a veces durante una generación o dos)
recorrieron en el pasado. Somos partidarios de la libre elección del
centro escolar para que los chavales pobres puedan salir de los centros
escolares con elevadas tasas de fracaso. Pretendemos crear las
condiciones idóneas de una economía vibrante de fuerte crecimiento con
montones de puestos de trabajo, para que los estadounidenses pobres
puedan tener la satisfacción de alcanzar el éxito por su cuenta. No nos
obsesionan los ricos ni tratamos de reducir su número, pero advertimos
que a menos que sean ladrones o enchufados políticos, se habrán ganado
su patrimonio en el mercado generando valor y cubriendo necesidades del
prójimo.
La izquierda, por contra, se divide entre las personas genuinamente
compasivas que quieren sacar de la pobreza a los pobres, y los
misántropos "verdes", cuyo rechazo ideológico a la riqueza les coloca
en contra de los pobres. Donde los izquierdistas que quieren combatir
la pobreza se diferencian de los de derechas es en el enfoque. Los
progres opinan que no se hace lo bastante por los pobres hasta que se
hace algo a los ricos. Dedican más energías a implantar políticas
destinadas a quitar a los ricos que a sacar de la pobreza a los pobres,
y como consecuencia, los pobres languidecen en un segundo plano. De
hecho, muchos entre la izquierda parecen optar por tener a los pobres
dependiendo de los programas del Estado (los cínicos practicantes de la
estrategia Curley).
Nosotros los de derechas - es decir, los que no consideramos al Estado
un abastecedor, redistribuidor o supervisor económico - somos parte de
la tradición norteamericana mayoritaria de no creer en la lucha de
clases. Consideramos a América el País de las Oportunidades y el
progreso social, en el que el individuo no está atrapado dentro de
clases sociales estáticas y rígidas, sino que la libertad hace posible
y, de hecho, corriente, que los individuos alcancen el éxito y realicen
grandes avances económicos.
Por desgracia, sin embargo, como he escrito con anterioridad, hay una
lucha de clases de cuyo seno la izquierda necesita formar parte. Es la
creciente división entre el escalafón gobernante y el resto de nosotros.
Los funcionarios del Estado se han convertido de hecho en una
aristocracia económica y política. Si se hubieran ganado su superior
riqueza en el mercado económico, nos alegraría y elogiaríamos su éxito.
*Pero al lucrarse a través del funcionamiento del Estado*, en el seno
del cual todo lo que ellos obtienen no es ganado, sino arrebatado a
aquellos de nosotros en el sector privado, su superior posición
económica dista mucho de ser admirable. Prosperar en el seno del Estado
es la vía a la prosperidad a la vieja usanza, no el estilo americano.
Combine los ingresos superiores de los burócratas del Estado con el
ejercicio cada vez más arbitrario de las competencias públicas (Agencia
de Protección Medioambiental, la Junta Laboral, Agencia Tributaria,
etc.) contra el resto de nosotros (por no hablar de su incompetencia y
su torpeza - Centro de Control de Enfermedades, Agencia Antidroga,
Agencia de Seguridad en el Transporte) y los funcionarios del Estado se
han convertido en una clase, contra la que la gente de a pie ha de
combatir antes de que, como Gulliver, sea demasiado tarde.
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