Con el fin honesto de relajar la tensión continua a la que estamos sometidos y arrancar una sonrisa de vuestro rostro, a pesar del hastío y de la enorme repulsión, del exasperante asco que provoca el caos gobernante en esta España, escribo esta entretenida y sin par tribuna, modesto que es uno. No pretendo ir más allá. Ya sabéis que no es momento de calentar los ánimos, nos venden que salimos más fuertes (y algunos más gordos), y hay que hacer caso a lo dicen papá y mamá, aunque sea una vil y vulgar mentira, otra a añadir a la ya demasiado extensa colección de embustes y manipulaciones.
Es decir, para que quede claro. No voy a comentar nada sobre el peligroso y patético provocador que en una reunión para reconstruir un país deshecho acusa de golpistas a los que no piensan como él, en una escenificación bucólica de un ciego describiendo un paisaje a un tuerto. Tampoco, Dios me libre de semejante tropelía y a pesar de la extrema gravedad que entraña, voy a mentar la purga cobarde que desde lo de dentro (interior para los menos avezados) se está ejecutando en la Guardia Civil, el honor es su divisa, con el objetivo de destruirla debilitándola. Es más. No diré ni una sola palabra sobre la flagrante intromisión de un poder ejecutivo (o ejecutor, qué más da) en la independencia de otro poder, el judicial, garante de nuestros derechos y libertades, en una sucesión de acontecimientos típica de la implantación de un sistema totalitario.
No. Hoy, desde la paz más profunda, quiero atizar las brasas del recuerdo a los que fuimos niños y quedábamos hipnotizados con Sésamo Street, Barrio Sésamo para los cristianos. Qué tiempos, qué maravillosos tiempos, qué ratos tan divertidos con la rana Gustavo, Coco, el monstruo de las galletas, los dos ancianos bordes que no dejaban títere con cabeza, la hermosa cerdita Peggy, un Pepe Sonrisas capaz de vender a su madre por chupar cámara sin parar, el conde que contaba murciélago tras murciélago y tantos otros. Cada uno tenía sus preferidos, ¿verdad?
Yo sentía adoración, era un cofrade devoto de Epi y Blas. Sus conversaciones de cama a cama, esa voz de Epi tan especial, ese susurro de examen, lo retorcido que era. Me partía el pecho. Y qué me decís de Blas. Un partener de lujo para su despeinado colega, la mente instruida que aportaba una lógica ilógica a sus diálogos y peroratas. Hoy, sin ir más lejos, me han refrescado aquella situación en la que Epi estaba comiendo galletas en su cama, cosa que Blas le reprochó porque las migas después no le iban a dejar dormir. Y el genial Epi solucionaba el problema comiéndoselas en la cama de Blas. Ole sus huevos. Qué pareja…
Y luego estaban los Nabucodonosorcitos. Sí, esos bichillos bastante ingenuos que vivían en la maceta de Epi. Su hogar era un cartón de leche con una pajita a modo de chimenea. Estos personajes, en muchas ocasiones, tenían que afrontar difíciles decisiones como ir al zoo en menos de tres días, salir de una habitación o colgar un sello en la pared (a modo de cuadro). Eran fabulosos. Cuando lo más fácil hubiera sido rendirse, se ponían las pilas, colaboraban entre todos y se las ingeniaban para solucionar los problemas. Entonces se alegraban mucho, aplaudían como locos y se regocijaban, inconscientes ellos de que la solución a la que llegaban era raras veces la más lógica.
Como habéis podido observar, en estas líneas no hay nada que se asemeje ni por asomo a la triste y demoledora realidad que nos absorbe. Nada de nada…O quizás sí, vaya usted a saber, compadre.
Porque, no debo de estar bien de la cabeza, mirad lo que me ocurre. Cada vez que asisto estupefacto a las comparecencias de Fernando Simón y el ministro Illa me acuerdo de Epi y de Blas. El confinamiento y el secuestro institucionalizado han tomado al asalto el control de mi inteligencia, y desvarío. Desvarío mucho. Veo a un Epi Simón con sus ocurrencias absurdas, sumando y restando muertos como el que cuenta garbanzos, aportando recomendaciones basadas en ciencias desconocidas. Veo a un Blas Illa más perdido que un filósofo en una prueba del MIR, saliéndose siempre por la tangente. Y veo a unos nabucodonorcitos españoles peleando por su supervivencia en una maceta que controla el desesperante e irracional Epi. Lo veo, de veras. Como también veo a Pepe Sonrisas presidiendo el país.
Lo dicho. Espero de corazón que al leer mi demencia hayáis pasado un buen rato, porque yo no. Veréis. No me gusta vivir en un tiesto, qué le vamos a hacer. Salud que no falte.
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