Me prodigo poco escribiendo sobre balonmano. Mis casi quince años entrenando por esas pistas de Dios, y también del diablo, pesan mucho y siento un respecto profundo hacia ese tiempo, que cada vez se aleja más, en el que desayunaba balonmano, comía balonmano, cenaba balonmano y dormía balonmano. Empiezo a redactar este artículo antes de que se juegue la final del Campeonato de Europa de selecciones femeninas. Lo hago justo en el momento en que se ha hecho público el siete ideal del campeonato. En él sólo hay una jugadora española: Carmen Martín. No importa. Si España gana el título mayor mérito, si cabe.
La selección española acudió al Europeo a ver qué pasaba, con ganas, indudables, de llegar lo más alto posible, pero a ver qué pasaba. Y lo ha logrado. En menos de una hora y media se jugará el oro. La plata, no, la plata ya la tiene. Tras una primera fase en la que todo rodó de maravilla, tres partidos, tres victorias (Polonia, Rusia y Hungría), la segunda, que abría las puertas a los metales, no funcionó tan bien, pero fue suficiente con derrotar a Dinamarca (29-22) tras perder con Noruega y también con Rumanía para acceder a la semifinal. Ya allí, la victoria ante Montenegro plantó a España en la gran final. El partido de semifinales resultó extraño. Probablemente un espectador recién aterrizado en una cancha de balonmano no entendería este deporte, tras ver lo que ocurría en el parqué, ya que los colegiados del encuentro se mostraron muy consentidores con la dureza defensiva de las montenegrinas. Esa permisividad arbitral hizo que España anduviese catorce minutos sin ver puerta y que a punto estuviera de no disputar la final. Pero las de Jorge Dueñas, las Guerreras como las llaman, viendo lo dificultoso que resultaba sumar tantos en su marcador, optaron porque a las montenegrinas también les costase aumentar el suyo. Cuando yo entrenaba, alguien me enseñó que la defensa era un estado mental, una actitud. O te gustaba defender, o no te gustaba. Y esa actitud, ese estado mental, salió a relucir por parte de las Guerreras, teniendo siempre presente que detrás de ellas se encontraba una inconmensurable Silvia Navarro. De este modo se produjo una retroalimentación beneficiosa: nosotras defendemos porque tú paras y tú paras porque nosotras defendemos. Y así se ganó por un corto, pero suficiente, 18 a 19.
Por supuesto el éxito alcanzado pertenece a las jugadoras, pero el cuerpo técnico algo tiene que ver en ello. Jorge Dueñas, que fue jugador del seleccionador nacional absoluto, Manolo Cadenas, en sus tiempos de entrenador del Leganés, ha conducido muy bien al colectivo a lo largo del campeonato. Es sencillo en sus explicaciones durante los momentos claves, esos instantes en los que emociones y pulsaciones van a mil y en los que la mente de una jugadora está para pocos rollos y menos instrucciones complejas. Muchas veces, conseguir que una balonmanista te escuche es suficiente. Y eso se nota porque la actitud de las Guerreras hacia su entrenador – las cámaras de televisión son elocuentes – es intachable en este sentido. Hablando de las jugadoras, su rendimiento hasta la semifinal en varios casos ha ido de menos a más: Marta Mangué, Nerea Pena, Silvia Navarro o Beatriz Fernández y en otros, como en el caso de Carmen Martín, un poco a menos. Pero eso no importa. O importa poco. Una final, se dice siempre porque es verdad, es otra cosa, es un partido donde las jugadoras siempre lo dan todo. En ocasiones, incluso más de lo que se les pide.
Retomo la escritura de este artículo una vez concluida la final. España ha caído, 28 a 25, ante Noruega, la misma diferencia, tres goles, que se registró en el encuentro que les enfrentó hace unos días. Hay muchas historias particulares en este partido. A destacar la pugna entre las porteras y sus rivales. Silvia Navarro se ha mantenido en su espléndida línea, mientras que su colega noruega, Silje Solberg, ha hecho lo propio, pero con un poco más de fortuna. España ha dominado el primer tiempo. Se fue al descanso con dos tantos de ventaja a su favor, pero llegó a ganar de cinco, en buena parte gracias a la actitud demoledora de Nerea Pena y, al arranque de partido de Barbosa. La cara de la portera noruega era un poema mientras su equipo iba por debajo en el marcador. Cuando detenía algún lanzamiento lo celebraba, puño en alto, con una sonrisa que engañaba. No, Solberg no las tenía todas consigo de que podían ganar el encuentro. Pero poco a poco las cosas se fueron igualando y la balanza comenzó a inclinarse del lado noruego. Carmen Martín no tuvo su tarde, falló dos penalties y algunos lanzamientos desde su puesto específico, pero aún así terminó anotando cuatro tantos. Lo propio le ocurrió a Eli Pinedo, autora de un solo gol. Aún así, la cosa andaba pareja hasta que algo ocurrió en el partido. España defendía, mejor en los treinta primeros minutos, como el día anterior, pero también acumulaba exclusiones decretadas por la pareja de árbitros francesa, compuesta por las hermanas Bonaventura, mientras que a las noruegas no les ocurría lo mismo. Y los empujones eran iguales en ambas áreas, con la salvedad de que las nórdicas en más de una ocasión atacaron cuello de las Guerreras sin mayores consecuencias disciplinarias. Hasta cuatro exclusiones acumularon las hispanas por ninguna de las nórdicas, cuyos primeros dos minutos de sanción se produjeron ya avanzada la segunda parte, como consecuencia de que Siljie Solberg pegó un pelotazo contra el suelo para demostrar su disconformidad con una decisión arbitral. Como en otros deportes ocurre, los colegiados son capaces de tragarse infracciones al reglamento con riesgo para la integridad física de los participantes, pero no toleran la más mínima muestra de disconformidad con sus decisiones. Poco después se produjo un lance rarísimo: un balón se le escapó a una jugadora española y quedó suspendido entre las piernas de la colegiada de media pista. Al caer, fue recogido por la misma jugadora y entonces le señalaron unos dobles cuando menos discutibles. Por último, el seleccionador noruego se sacó de la manga un amago de tiempo muerto, que no fue tiempo muerto pero que sí dejó moribunda la reacción de las Guerreras, que recortaban diferencias a pocos minutos del final. El capítulo de las exclusiones se cerró con una nueva para España y otras tres para Noruega, estas últimas en los últimos minutos, cuando todo el bacalao estaba ya vendido y sólo servían para maquillar estadísticas. En resumen, que muchas veces los errores arbitrales no son graves por lo que significan, sino por el momento en que se producen. Tal vez, si todo hubiera discurrido de otro modo, el partido habría concluido con prórroga. Pero esto es especular y en el deporte especular sirve para poco.
Alineaciones: España: Navarro, Carmen Martín, Mangué, Pena (10, 5 p.), Barbosa (4), Eli Pinedo (1) y Eli Chávez (1) – equipo inicial -. Temprano, Marta López, Núñez, Bea Fernández, Aguilar (2), Escribano, Lara González, Elorza y Egozkue; Noruega: Silje Solberg, Riegelhuth-Koren (10), Loke (2), Alstad (1), Kristiansen (1), Oftedal (2) y Herrem – equipo inicial -. Sando, Betina Riegelhuth, Arntzen, Breivang, Mork (7), Karlsson, Jakobsen, Sanna Solberg (3) y Wibe. Árbitros: Charlotte Bonaventura y Julie Bonaventura de Francia.
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