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Letter from an Unknown Woman (1948), de Max Ophüls, una obra maestra
Ricardo Pérez
lunes, 5 de enero de 2015, 08:10 h (CET)
Viena, 1900. Stefan Brand (Louis Jourdan), en otro tiempo afamado concertista de piano, recibe una carta de Lisa (Joan Fontaine), mujer con quien mantuvo un breve encuentro amoroso en el pasado, pero a la que ya no recuerda. Ella, en cambio, lleva amándolo desde la primera vez que lo vio.

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Sublime e inmarchitable melodrama romántico, quintaesencia de la caligrafía ophulsiana, que retrata con melancólica poesía y exquisita elegancia una dolorosa historia de amour fou rebosante de patetismo. Adaptación de la novela homónima del escritor austríaco Stefan Zweig.

Una madrugada fría y lluviosa recorre la noche vienesa. Tras otra jornada de excesos, Stefan Brand desciende del carruaje que lo ha llevado hasta su casa. Le quedan pocas horas para batirse en duelo, aunque no tiene pensado acudir a tan comprometida cita. “El honor es un lujo que sólo se pueden permitir los caballeros”, dice a John, su fiel criado mudo, mientras éste le entrega una carta llegada ese mismo día. ¿De quién será? Se pregunta un demacrado Brand. Las primeras líneas del texto lo dejan cariacontecido: “Cuando leas esta carta, yo habré muerto…”. Así comienza Letter from an Unknown Woman, una de las varias obras maestras legadas por Max Ophüls, autor que ha desnudado, como ningún otro en el séptimo arte, los secretos y anhelos más profundos del alma femenina.

Mediante el extenso flashback que abarca la práctica totalidad del metraje, la acción retrocede hacia un pasado nebuloso a causa del olvido. Una voz en off, la de Lisa, nos traslada a aquellos vernales días en los que, siendo todavía una cría de mirada embelesada y ademanes infantiles, conoció al, por entonces, joven músico Stefan Brand, su nuevo vecino. Fueron las armoniosas notas de su piano, escuchadas casi a hurtadillas en el rellano de la escalera o en el silencio nocturno de la habitación, las que primeramente llamaron a las puertas del corazón de la ingenua Lisa; invitándola a soñar desde entonces y para siempre, con una ilusión amorosa que se le iría escurriendo a lo largo de la vida. Bajo esa tragedia sentimental, subyace otra no menos importante y capital dentro de la filmografía del autor de Lola Montes: la efimeridad de la existencia. El tiempo, su paso y percepción, es el tema que liga algunos de los trabajos de Ophüls con la novela de Thomas Mann La montaña mágica.

La puesta en escena resulta magistral y rica en detalles que se repiten durante la película. Al respecto, hay dos tomas muy reveladoras que el cineasta alemán filma de igual modo (a través de un picado) para enfatizar la similitud entre ambas. En la primera de ellas, Lisa, oculta a la espera de su amado en el piso superior de la vivienda, ve cómo éste, acompañado de una mujer, sube las escaleras que conducen a su domicilio. La segunda es idéntica, pero esta vez, en lugar de una desconocida, la que va del brazo de Stefan es la propia Lisa, la cual no significa para él más que el resto de mujeres que, con anterioridad, han recorrido el mismo camino. Siendo una obra de Ophüls, huelga decir que el trabajo de cámara es simplemente extraordinario. Sirva como ejemplo ese espléndido plano-secuencia a la entrada de la ópera.

Y luego está la interpretación de la Fontaine. Tan convincente de colegiala, pese a que ya era una treintañera, como de mujer madura e infelizmente casada. La mejor y más delicada performance de toda su carrera.

En definitiva, no dejen de abrir la carta de este melodrama finisecular y disfruten del arte de un director de talento único en la historia del cine.

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