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Consumo y producción responsables

“Estamos aquí para dar vida, no para quitarla”
Víctor Corcoba
lunes, 28 de septiembre de 2020, 08:24 h (CET)

Nunca es tarde para ese despertar al cambio de actitudes. Rectificar es lo propio del ser humano. En este sentido, parece que tenemos una mayor concienciación a nivel mundial, en reducir las pérdidas y el desperdicio de alimentos, algo vital en un mundo en el que proliferan tantas gentes afectadas por el hambre. Sea como fuere, no podemos continuar con el derroche de recursos. Los hábitos han modificarse; y, naturalmente hemos de hacerlo todos, desde aquellos que trabajan a lo largo de la cadena de suministro, intentando que el abandono de productos sea mínimo, hasta las propias familias no malgastándolos. Quizás tengamos que planificarnos más y mejor, ser más cumplidores en nuestras actuaciones diarias, activando en nosotros horizontes más sensatos y sensibles con la propia naturaleza que nos sustenta. La innovación tecnológica debe de contribuir a otras formas de trabajo, que unidas a las buenas prácticas de gestión, contribuirán a ese imprescindible cambio transformador de menos deterioros y también de ausencia de dispendios.

La apuesta diferencial por un estilo de vida muy opuesto al presente, de consumo y producción responsables, ha de llevarnos a un cambio de paradigma en todas nuestras actividades. Seguramente, tendremos que valorar otros modos de sentir y hacer, más de reutilización y reciclaje, para salvar ese hogar común planetario al que pertenecemos por igual cada individuo. No podemos seguir enfermos y contaminarnos de indecencias. Necesitamos sobreponernos de esta cultura viciosa, que todo lo corrompe y desvirtúa. Ojalá, los propios Estados con sus gobiernos al frente, comiencen por enmendar actuaciones y ejemplarizar su propio paso de servicio y liderazgo. Está en juego nuestra propia continuidad como especie. Con la mejora de nuestros recursos naturales y la práctica real de la ética en los modos y maneras de actuar, daremos un gran paso hacia adelante.

Creo que va a poder ser posible este cambio, en la medida que aceptemos el mundo como espacio de fraternidad, como modo de donarnos y servir, universalizándonos en ese querer hermanarse.

Lo que no es ético, ni mucho menos estético, es continuar retrocediendo. Estamos aquí para dar vida, no para quitarla. El esfuerzo para reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos nos exige otra formulación existencial más inteligente; tal vez, comenzando por lo básico, por no comprar más de lo que podamos consumir o por donar el excedente. Tolerancia y solidaridad deben empezar a cultivarse en todos los hogares del mundo. Ganaremos en comprensión y en apertura. Todo empieza a cambiar por uno mismo, también alcanzar un consumo y producción responsables. Es cierto que apenas ayudan las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad, pero siempre tenemos el horizonte de la coherencia en nuestro interior, que a poco que nos pongamos en disposición de escucha, conseguiremos el giro. Con voluntad podremos pasar de la dilapidación al ahorro, de la malversación a la honradez, de la codicia al desprendimiento, de la avaricia a la capacidad de compartir.

En todo caso, siempre tendremos el mapa de la vergüenza, que nos insta a conocer los porcentajes de desnutrición en todo el mundo, realidad que debe movernos la conciencia (el más recto volumen de moral que poseemos) cada vez que arrojamos alimentos a la basura. Tampoco resulta justo continuar el camino ciego, no oyendo los gritos de nuestro interior, pues concebirnos en pasividad es nuestra mayor ruina del alma. Es como perder la cognición de lo que soy, destruirse por principio.

Para desgracia del linaje, aún no hemos logrado adoptar un modelo que nos armonice, ha proliferado siempre la cultura del privilegio para algunos y del descarte para otros, y esto termina afectando al planeta entero. El endiosamiento, frecuentemente al servicio de las finanzas y del consumismo, hace que los humanos sean cada día menos humanos y más bestias contra sí mismos. Este deterioro y degradación social nos está privando de hacer familia; y, lo que es peor, de tener tiempo para la reflexión personal. Así va a ser difícil reaccionar ante los hábitos dañinos del consumo y su dinámico aire triturador. 

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