Carmen Iriondo nació el 25 de septiembre de 1945 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde reside, capital de la República Argentina. Es Licenciada en Psicología (1976), egresada de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Es psicoanalista, y en tal carácter colabora con artículos y columnas en medios gráficos, radiales y televisivos. Obtuvo, entre otras distinciones, Mención de Honor del Fondo Nacional de las Artes por su libro “Rock de los limbos”. Invitada, leyó sus poemas, traducidos al inglés, ante alumnos y profesores de la Montclair State University, en Estados Unidos. Es bailarina y Profesora de Danzas Clásica y Contemporánea. Es actriz y también cantante. Como intérprete y autora de las letras, apareció, por ejemplo, el CD “Me da la gana”. Ha sido incluida en “Antología Poética Premio Juan Crisóstomo Lafinur” (2013) y en “Antología temática de la poesía argentina” (2017). Publicó en 2009 el libro autobiográfico “Memorias de una niña rehén” y, a partir de 1988, los poemarios “Casa propia”, “Rara vez”, “La niña pandereta”, “Por el miedo te digo”, “Egle & suertes virgilianas”, “Syl y Ted” (con segunda edición bilingüe; traducción de Rolando Costa Picazo), “Animalitos de Dios”, “Prosas de dormida”, “Vuelo de fiebre”, “Animalitos del cielo y del infierno”, “Llamando al picaflor por el nombre de pila”, “Seamos nieve”, “El rock de los limbos”, “Tilinga”, “Animalitos del cielo, del infierno y del mar”, “El carro de las letras”, “Los míos”, “Fantasmata” y “Menos”.
¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba? Tengo ocho años. El micro de la escuela intenta atravesar con mucho ruido una cantidad de agua que corre por la avenida del bajo. Miro por la ventanilla, voy sentada adelante y antes de sentir miedo escucho que el chofer se dice a sí mismo, pero en un murmullo: “pobre gente, pensar que pierde todo, todo…”
No pudimos pasar la inundación. Se veía el río a lo lejos moverse muy crecido. El colectivo pega la vuelta y llego a la casa de mis abuelos que es donde vivo. Se sorprenden al verme, pero no demasiado. Voy a mi dormitorio, abro la bolsa de la escuela, saco un cuaderno borrador, tomo una lapicera y anoto: “Eran las tres de la tarde/ el cielo tornóse muy negro. Luego/ como si de pronto se abriese el infierno/ el viento nos trajo su silbido lento.”
Es un poema bastante largo, y lo llamo “poema” porque es lo que yo respondí cuando me preguntaron quién lo había escrito… Tiene un final feliz teñido de culpa religiosa: “A empezar de nuevo que no hay más remedio/ la vida es muy triste. Después/ está el cielo.”
Es la primera vez, recuerdo, que no entendí de donde había salido ese borbotón de palabras. Me preguntaban algo que yo no podía explicar. La creación es un destello así de breve. No se juzga, no se comprende, simplemente sucede.
¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades? Paso largas temporadas en el campo. Por lo tanto, tengo una relación muy fuerte con la naturaleza y la soledad, con espacios enormes de aire libre, colaborando desde muy pequeña con las labores fuertes de ese lugar de trabajo, y el coraje precoz de volver de noche y a caballo, de estar sola en medio del campo recorriéndolo por si sucedía algo irregular. Amo la lluvia. Su sonido revelador del ritmo o el movimiento la va a definir: un adagio, un allegro o, decididamente, un tercer movimiento trágico con timbales y truenos sonando contra un cielo negro, a veces atravesado por rayos.
Hermoso siempre ver llover. En la ciudad se padece, en el campo se disfruta.
Mi madre, una persona con problemas de adicción, tenía pavor a las tormentas. Mis primeros cinco años de vida con ella fueron muy difíciles y fui testigo involuntaria de su terror no escuchado. Se tapaba los oídos con desesperación. Como un animal con miedo caminaba en trance por la casa y se sobresaltaba con los truenos. Sin querer, a veces, hoy mismo, me llevo las manos a los oídos ante un trueno o una explosión como reflejo nostálgico, o más bien como un acto de brindarle compañía. Esté donde esté.
Vuelvo al campo. Estuve presente siempre mientras se carneaban las ovejas elegidas para comer. Por lo tanto, vi sangre desde muy niña, presencié los degüellos con cierta naturalidad, aunque tenía prohibido por mi abuelo acercarme demasiado, le llevaba a los chanchos lo que no se guardaba de la oveja. Como andaba medio sola, solía lastimarme bastante seguido. Nunca fui aprensiva. Cuando me sacan sangre, no miro. Si se lastima un hijo o un nieto, sí me desespero, pero eso es un descontrol tan natural como el amor.
Cuando la velocidad es manejada por otro, la detesto y me aterra. Me he bajado de autos en medio de una ruta, he gritado como marrana porque alguien no frenaba, me suelo bajar de colectivos desenfrenados, etc. Cuando la que maneja soy yo, no me pasa eso. Lo hago desde niña y me gusta manejar en ruta y andar relativamente rápido. Tampoco tengo miedo si el caballo se apura, si tengo que correr, más bien me gusta esa sensación vertiginosa. Cuando la velocidad está ligada al tiempo, a veces elijo y prefiero la lentitud. Para leer, por ejemplo, o para escribir. Libre de la ansiedad que es tan enemiga del bienestar.
Las contrariedades no son mi fuerte. Me ponen triste y tengo una inclinación casi cómica a la paranoia, creyendo que alguien me lo está haciendo a propósito. Esto es una confesión grave. Hoy (y siempre), los trámites eternos, la tecnología que no depende de nosotros, los cambios de horarios, la impuntualidad, lo difícil que es llegar a tiempo a los lugares de trabajo, son situaciones muy superficiales y poco graves, pero cuando se van acumulando, a mí me trastorna.
“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración”; y “en este otro rincón”, por ejemplo, William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” ¿Tus consideraciones? Un concepto como la inspiración en un rincón y William Faulkner en el otro, nos presenta un ring con un espacio a llenar entre rincones. Faulkner, alguien que insistió en apuntar siempre más alto a la hora de escribir, recuerdo que habló de la inspiración como un fósforo en medio de la noche, que ilumina y coloca en la conciencia la noción de oscuridad. Recuerdo que usaba la palabra “endure” (resistir) para definir la exigencia que pretendía para su obra. Sostén, suspenso, fuerza, casi resiliencia y esto es una boutade de la que podría deducirse que para él la “inspiración” es obviamente invisible.
En el otro rincón Madame Inspiración piensa… “Yo aparezco après coup, después del diario del lunes, alguien que escribe, canta, o baila o pinta no ‘sabe’ que está inspirado.” Está ocupado en el trabajo, preocupado en la tarea desconociendo casi todo lo que quede afuera de ese universo privado. ¿Mis consideraciones? Me cuesta mucho tomarme en serio ciertos mitos que circulan detrás de las imaginarias conjeturas que hacen a un escritor esperando Musas, a un pintor con una boina en la cabeza, o a un bailarín con alas.
Un escritor puede juzgar cuando revisa lo que escribió, si estaba lo suficientemente concentrado como para no tener que investigar con minuciosidad lo que hizo. La inspiración artística, en cambio, sería un estado que no se puede controlar. Y para sobrevivir, tomar aire es inspirar, si no simplemente morimos.
¿De qué artistas te atraen más sus avatares que la obra? Es una pregunta interesante. No sé qué viene antes, nunca lo pensé así. Cuando algún artista atrae mi atención por lo que produce, recién puede ser que me despierte una curiosidad sobre sus avatares, mayormente su origen, su infancia, sus transformaciones y diferencias con el correr del tiempo. Para escribir un libro que se llama “Syl & Ted”, un largo poema acerca de la relación entre Sylvia Plath y Ted Hughes, comencé por leer con obsesión la poesía de ambos. Eso me fue llevando al análisis de su relación intensa y pasional, para descubrir ciertas identificaciones, en donde se nota que uno quisiera escribir como el otro y viceversa. De allí a descubrir la envidia y los celos mutuos fue un instante y de allí a interesarme por los diarios de Sylvia Plath, un solo salto. Reconozco así que esa vez me dejé llevar por los avatares de esta talentosa chica norteamericana insegura, queriendo convertirse en inglesa, escribiendo a su mamá lo contrario, día por día, de lo escrito en su diario en donde aparece su dolor. Con Ted Hughes no me pasó eso. La poesía de él fue suficiente, me atrapa mucho; aunque llegué a escribirle un mail en esa época, y me contestó un párrafo agradecido y escueto, muy bien educado. Murió al año siguiente, y si me hubiese interesado su vida o sus vicisitudes, deduzco que le habría escrito de nuevo. Y no sentí para nada la necesidad de hacerlo.
Me interesó de Antonin Artaud su historia personal, su infancia tan traumática, cierto coraje, y cito una frase que me aparece manuscrita en un libro suyo: “He estado enfermo toda mi vida y no pido más que continuar estándolo, pues los estados de privación me han dado siempre mejores indicios sobre las plétoras de mi poder que las creencias pequeño burguesas de que ‘basta la salud’”. Esta frase sintetizaría para mí en qué momento podría surgir el interés por los avatares de un artista. Y obviamente reconozco que reflejan aspectos de mi propia identidad.
¿Lemas, chascarrillos, refranes, proverbios que más veces te hayas escuchado divulgar? No soy muy amiga de repetir “enseñanzas o sentencias”. No me gustan las certezas porque hay detrás una aseveración de verdad única que siempre me espantó. El lema, sin embargo, me resuena más amplio y abierto, implica una decisión, encubre un deseo: “mi lema en la vida es…”. El chascarrillo sería como una “boutade” popular. Momentos de humor espontáneo que, si suceden, me agradan. De hecho, yo soy contadora de historias por las que, en general, cosecho risas y alegría. En algún momento de mi vida, fui alguien que trasformaba reuniones depresivas en fiestas. Ya no más.
Los proverbios me suenan a religión, con un sesgo oriental. Cuando se dice “proverbio chino”, parece menos estricto que uno católico.
De refranes sí estoy hasta la coronilla, son como las propagandas que se pegan para siempre, “El que quiere celeste… que le cueste”, “Al que madruga, Dios lo ayuda”, “Todo va mejor con Coca Cola”. Tengo muchos en la memoria, pero jamás ando divulgando estas frases hechas. Creo, además, que son parte de un pasado en donde se charlaba en la mesa diaria, y de vez en cuando alguien desprogramado acudía a una sentencia mansa.
¿Qué obras artísticas te han —cabal, inequívocamente— estremecido? ¿Y ante cuáles has quedado, seguís quedando en estado de perplejidad? Un escritor francés, Marie-Henri Beyle, más conocido como Stendhal, describió una experiencia que sufrió en la Basílica de Santa Croce al ver por casualidad un fresco de Baldasarre Franceschini representando a las Sibilas. Él mismo dice haber alcanzado un estado emocional intenso y celestial ligado a la belleza del arte: “...la vida salía a borbotones, tenía miedo de desmayarme.” Estos estados que se repiten aun hoy en los museos, dieron lugar a la creación del nombre “Síndrome de Stendhal”, diagnosticado por una serie de síntomas como palpitaciones, desorientación, pérdida de la identidad, agotamiento físico posterior a la visión manifiesta de una obra de arte.
En lo personal, me sucedieron cosas muy extrañas; de muy niña, cuando veía ballet, las veces que me llevaba mi abuela al Teatro Colón. Me brotaban lágrimas que no eran de tristeza ni de miedo, era más bien un estremecimiento producido en un ser vulnerable que aprendería un camino por el que salvarse de algo tan temido como la infancia. Ciertos instrumentos como el cello, el piano, cantantes de voces medias, no muy agudas, eso también en la infancia me producía piel de gallina y una sensación placentera de disociación de la realidad.
No recuerdo adonde, pero sé que me petrifiqué ante la obra de Francis Bacon, no podía dejar de mirar un cuadro en particular, tampoco me acuerdo de la imagen, ya que la verdadera creación no me fanatiza, sino que me disocia. Muy adolescente, en España, un cuadro de Rubens, “Heráclito llorando”, vaya uno a saber por qué, me inspiró un poema que leí en voz alta por el micrófono del ómnibus en el que viajábamos en una excursión.
Finalmente, ya a mis casi treinta años, escuché un impromptu de Chopin que parecía una grabación impecable. Pero no me cerraba que sonara tan real y ante mi estupor descubrí un pianista sentado al piano. Me acerqué despacito, como ante un animal salvaje para los que hay que simular tranquilidad y silencio. Él sonrió. Yo lloré. Siguió tocando y realmente entré en una sensación de trance y de incredulidad por semejante talento. Era Manuel Rego. Un pianista de Mar del Plata que me brindó una de mis amistades más preciadas. Todo lo que sé de música lo aprendí de él.
Mis perplejidades han sido más bien ocasionales, no permanezco en estados de fascinación por mucho tiempo. Es un riesgo que ya no estoy dispuesta a experimentar.
¿Tendrás por allí alguna situación irrisoria de la que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar? He estado muchas veces sobre un escenario, bailando clásico, cantando o trabajando en una obra de teatro, en casi todas esas exposiciones suceden anécdotas graciosas. También es cierto que uno busca reír para no morir del pánico que nos inundaría si tuviéramos conciencia de la exhibición ante el público. Recuerdo una vez, muy joven en Mar del Plata, un cantante amigo me pidió que le diera vuelta las páginas a su pianista que iba a hacer un recital de canciones francesas en la Villa Victoria Ocampo al aire libre. Accedí encantada y me vestí para la ocasión con una falda cortita y de color fuerte, y una camisola arriba liviana ya que hacía bastante calor. Ni bien comenzó el recital me di cuenta de que mi silla se hundía en el pasto húmedo y yo tenía que levantarme muy seguido ya que las partituras eran breves y estaban escritas de un solo lado. Había viento. Como siempre en Mar del Plata. Bastante viento. Mucho viento. Sonaba Debussy. Hermoso. Mi amigo tenor venía superando el trance con solidez y buen gusto. Me levanté para dar vuelta la página número 4 y la pollera se me levantó hacia arriba y se pegó a mi cuerpo como una flor al revés. Quedé en bombacha y traté de hacer como si nada. Fue acrobacia después hasta el final tomarme la ropa con una mano y seguir dando vuelta las hojas con la otra mientras la silla se hundía en el rocío del espléndido jardín de la casa de Victoria Ocampo. (Muchos se dieron cuenta y fue siempre tema de risa, aun hoy me lo recuerdan.)
¿Qué te promueve la noción de posteridad? Lo póstumo, no me ha llamado mucho la atención. Tengo asociado el concepto a algo que sucede cuando uno ya no está, pero no a un buen recuerdo sino más bien a algo que no sucedió, por ejemplo, el reconocimiento profesional o artístico que viene empaquetado en la forma de homenajes y alabanzas post tumba. Creo que lo que permanece en el tiempo más allá de una generación, se lo ha merecido de alguna manera, por lo que significó entonces, y tanto por lo bueno como por el daño que pueda haber causado.
Las misas, los homenajes, los nombramientos, los premios in memoriam son un poquito patéticos. El concepto ligado, en cambio, a la gratitud, por alguien que ya no está, el reconocimiento póstumo ligado al afecto, a la emoción, a valorar un objeto que represente esa ausencia, me conmueve. Pero esto concierne a la intimidad y no a lo público.
¿“La rutina te aplasta”? ¿Qué rutinas te aplastan? La rutina lleva implícita la repetición. Esa compulsión a repetir es una característica de la especie, es una defensa contra emociones, terrores, angustias o lo siniestro que pueda aparecer como desorden psíquico. Vale decir que toda rutina es, como costumbre o hábito aprendido, defensiva, un cuidado natural para organizar la vida con cierta certidumbre. Aunque la muerte aceche en el horizonte y que también esto se olvide gracias a los rituales, ensayos, repeticiones, que inventamos a diario para vivir naturalmente.
En mi caso personal, no solo no me aplasta, sino que me despierta. Trabajo en muchas actividades desde que recuerdo, por lo tanto, la buena organización me habilita para estar de mejor talante. El entrenamiento físico, sobre todo cuando es fuerte, no se puede ni debe interrumpir. Esto como ejemplo de que ciertas rutinas obedecen al deseo más profundo y es mejor no proponerse racionalizar demasiado.
¿Para vos, “Un estilo perfecto es una limitación perfecta”, como sostuvo el escritor y periodista español Corpus Barga? Y siguió: “… un estilo es una manera y un amaneramiento” No sabría qué contestar a la opinión de Corpus Barga. He aquí mi limitación. El estilo, lo peculiar en un modo de expresión, en lo creativo y en el arte, y también en lo personal, estaría ligado a lo que resume e identifica a una época, a una obra, a cierta estética. En el caso de los escritores, es cierto que cuando son reconocidos por lo que se llama estilo, en general es porque son buenos en lo que hacen. Lo que no implica que uno adhiera por esa virtud solamente. Pero el estilo acompaña a las personalidades fuertes, las que se destacan y descubren muchas veces con precocidad lo que va a venir como movimiento social o previenen períodos catastróficos, o descubren modas triviales que se imponen a pesar de lo que eso va generando.
En cuanto a la segunda cita de Corpus Barga, “…un estilo es una manera y un amaneramiento”, aquí sí concuerdo con que las maneras se pueden amanerar, con lo que se consigue una exageración, un “manierismo”.
¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Y cuáles te hartan instantáneamente? Mayor indignación me produce la injusticia en general. Obvio que la injusticia social me indigna más, me hace descontrolar a veces y me enoja demasiado. También he sufrido en mi persona situaciones de mucha injusticia de las cuales me defendí como pude, pero tragándome la violencia que finalmente recayó sobre mi persona siempre. La llamada “justicia” actual es una verdadera vergüenza, por eso trato de prescindir de ella y arreglar las cosas por mi cuenta. La única vez que consulté por una cuestión familiar y grave, me manipularon y no pude creer la impunidad con que la justicia de familia se mueve en la Argentina. Estos eventos me llevaron mucha energía, reprimiendo todo tipo de violencia, pero pagando precios altos de índole emocional... No tengo miedo a luchar, lo hago desde niña, tuve que cuidar gente mayor aprendiendo muchos recursos para hacerlo. Pero la violencia me parece horrible y creo en cierta alquimia y un buen psicoanálisis para domesticarla. Me hartan instantáneamente la ligereza de opinión acerca de las acciones y obras de otros. La deslealtad.
¿Qué postal (o postales) de tu niñez o de tu adolescencia compartirías con nosotros? Haciendo un esfuerzo considerable puedo compartir alguna postal de mi niñez, pero muy triste en cualquier imagen que recuerde. Por ejemplo, hay un dibujo de mi abuelo en donde miro por una ventana cerrada a la calle, el flequillo tupido que me tapa la frente y disimula la ansiedad por encontrar a alguien que venga a buscarnos a mí y a mi madre enferma.
Por esto mi adolescencia transcurrió en casa de mis abuelos, sin hermanos, y muy exigida en materia de logros y en reivindicar a una madre que había trasgredido toda norma en un hogar muy conservador y de alguna forma flojo de límites. Mis postales de esa época obteniendo reconocimiento de mis hazañas son: premios en la escuela, por el deporte, aplausos por la danza, etc., pero la postal más linda sería junto al primer chico que me gustó a los 11 años, un hermano de una compañera de colegio. Se llamaba Miguel.
¿En los universos de qué artistas te gustaría perderte (o encontrarte)? O bien, ¿a qué artistas hubieras elegido o elegirías para que te incluyeran en cuáles de sus obras como personaje o de algún otro modo? Le he dado muchos significados distintos a la palabra arte con el paso del tiempo. Muchos tienden a llamarse artistas sin tomar en cuenta que eso es un don que entraña una vida. Otra cosa es la creatividad, el ingenio, la imaginación, la gracia o la destreza.
Desde muy niña, elegí bailarinas como un ideal importante. Me llevaban muy seguido al Teatro Colón, y yo me enamoré de la posibilidad de que Olga Ferri, ella sí una artista de la danza, en el escenario, como docente, y como persona sabia, viviera en las casitas de las escenografías de ballet clásico.
Hogares preciosos con una ventanita, una puerta y una mamá con cofia que siempre salía desde adentro, infatigable cuidadora de su hija, siempre sufriente por algún príncipe o mendigo o lo que fuera que bailaba con ella y la maltrataba. Me incluí en ese mundo rogando por un estudio de danzas y comencé a bailar con una profesora de barrio.
Deliré con irme a estudiar actuación fuera del país, ya crecidita y rebelde, el sueño era que algún director me eligiera como protagonista en una película. Estudié piano, y aquí sí conocí a un artista verdadero, un pianista inefable, Manuel Rego. El me incluyó en un trabajo junto a su quinteto de piano y cuerdas para un recital como cantante invitada en un homenaje a George Gershwin.
Al conocer de cerca muchos ambientes de estudio, la idealización e ilusión van dando lugar a aceptar cuánto hay que trabajar para que el duende aparezca. Respecto de la literatura, que es lo que más nos ocupa, crecí rodeada de libros y de familiares escritores y conocí muy temprano la trastienda de todos, que me deslumbraban con su gran sentido del humor. Leí muchos libros. Estudié francés a los cuatro años, por lo tanto, no me di cuenta de que había aprendido un idioma y fui al colegio inglés durante toda mi escolaridad. Tuve que rendir libre casi todas las materias en el colegio Nacional de Mar del Plata, como reválida para entrar en la Facultad Pública. Leo a los autores en sus idiomas natales si puedo. Me defiendo muy bien en portugués e italiano. A varios escritores extranjeros les he mandado mails y todos me han contestado con gran amabilidad. Esto contribuye a una menor idealización y a un mayor respeto admirativo.
El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo recompondrías lo antes mencionado con algún criterio, orientación o sentido? INSOMNIO En la oscuridad percibo apenas la gravitación de los gestos. Gozo con el silencio hasta que pido una ración de fervor, de sorpresas. Pero sin intemperancia. No quisiera advertir tu desolación.
¿A qué artistas, en cuya obra prime el sarcasmo, la mordacidad, el ingenio, la acrimonia, la sorna, la causticidad… destacarías? A los escritores P. G. Wodehouse, Gerald Durrell, Nicanor Parra, Witold Gombrovicz y Jonathan Swift. Son los primeros que se me ocurren. A Copi (“El baile de las locas”).
¿Qué apreciaciones no apreciás? ¿Qué imprecisiones preferís? Para apreciar o no apreciar tengo que conocer la apreciación, así decido. Las imprecisiones forman parte de un universo tan amplio que no podría “preferirlas”.
¿Viste que uno en ciertos casos quiere a personas que no valora o valora poco, y que en otros casos valora a personas que no quiere? ¿Esto te perturba, te entristece? ¿Cómo “lo resolvés? Tengo una gran libertad para soportar mis propias contradicciones y ambivalencias. Crecí sabiendo que uno puede amar a gente mala y odiar a lo que se considera universalmente como “bondadoso”.
No me perturba, no me entristece. Por lo tanto, sería en mí una cosa menos para “resolver”.
¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango Cambalache? El Cambalache de Discépolo ha brindado, sin proponérselo, un universal para la especie humana. Tendemos a rechazar lo que viene mezclado, la vida misma, la frustración que nos genera darnos cuenta de que no hay clasificaciones, ni cercos de protección, que todo está en nuestro imaginario.
Lo que es una porquería o lo que no. Lo que está bien o mal. Se pierde mucha energía sosteniendo ideales que se van derritiendo con el paso del tiempo. Queriendo que la Verdad tenga la mayúscula que no lleva, la verdad única no existe. Siempre es autorizada por otro. La verdad es a medias. La Verdad Única es propiedad de las religiones, de Dios en sus acepciones varias, de ciertas ideologías extremas… Y forma parte así del terreno de lo invisible.
Por la fidelidad y entrega a una causa o proyecto ¿qué personas (de todos los tiempos y todos los ámbitos) te asombran? Paso por un momento vital poco proclive a dejarme llevar por las “grandes” causas o las “épicas” razones, o la “compasión” contada en voz alta, o el “vivo por y para mi público”. Sí admiro y tiendo a sentir afecto por gente cercana o conocida que se compromete con coherencia a lo largo de una vida a cumplir una función en un trabajo, en lo artístico, familiar, vocacional, profesional o político, no necesariamente ligado al éxito o al reconocimiento público. A pesar de que modelos como el de Teresa de Calcuta se llevan todo mi respeto, también veo allí el deseo cumplido de una mujer en una labor altruista y su goce: cómo ella descubre qué hacer con su vida. Pero no necesito causas espectaculares para el asombro, me asombran más bien las cosas pequeñas, valiosas y espontáneas.
¿Qué te hace “reír a mandíbula batiente”? Soy de reírme muy seguido. A carcajadas y también a tentarme de risa cuando no debo. No puedo contestar qué me hace reír, ya que cuando es placentero surge de algo que no pretende ser gracioso. En la sorpresa estaría mi risa, un inesperado y hermoso manantial de ese recurso fantástico, ahí nomás tan cerca del llanto. Risa y llanto, dos formas de hacer catarsis de lo cotidiano.
¿Cómo afrontás lo que sea que te produzca suponerte o advertirte, en algunos aspectos o metas, lejos de lo que para vos constituya un ideal? Descreo de la existencia de los ideales y de las ilusiones. La vida en eso fue generosa, me puso de frente al dolor en la infancia: la madre es mentira, a nadie le importa, la gente no es buena, hay gente violenta, la mayoría está en lo suyo y están en su derecho, uno siempre busca lo que no está, lo que hay así sean tesoros y virtudes, no se aprecia, insatisface por estructura. Porque lo que hay está presente. Esto es algo que no se acepta, en general, porque no responde a esas sentencias “positivas”, clichés de la “felicidad” como estado y de lo “perfecto” como lo posible. En cambio, me aferro al concepto de un deseo inconsciente que termina por imponerse en sueños “cumplidos” o cercanos al ideal forjado.
El amor, la contemplación, el dinero, la religión, la política… ¿Cómo te has ido relacionando con estos tópicos? Me he ido relacionando con esos tópicos mediante el mero hecho de vivir. El desamor que sentí en mi infancia me transformó en querendona y “amorable”. Amo mucho a gente que he elegido de manera no consciente, y creo absolutamente en ese amor como una vía, tanto de sufrimiento como de bienestar.
Contemplativa fui a lo largo de mi vida naturalmente. Mi status de hija y nieta única me convirtieron en una observadora en alerta y la contemplación nació así de fácil.
Con el dinero siempre tuve conflictos serios que me hicieron mucho daño.
No me llevo bien con la religión como absoluto.
Lo mismo me pasa hoy con la política cuando se trata de tomar posición en un extremo. Rechazo la violencia implícita.
Cuestionario respondido a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Carmen Iriondo y Rolando Revagliatti, 2020.
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