A los que saben que el dinero que se recibe prestado devenga intereses y, más pronto que tarde debe devolverse, no puede dejarles de preocupar que nuestro gobierno, para satisfacer sus megaproyectos de apoyo social, su falta de contención en cuanto al gasto público y su deficiente visión en cuanto hace referencia a sus expectativas recaudatorias debido a la crisis suscitadas por el Covid 19 y su influencia en cuanto a los aspectos económicos que la acompañan y que, según se desprende de los informes de todos los organismos internacionales que conocen de los ciclos económicos que afectan a la humanidad, va a motivar que, en unos meses, pueda producirse, junto al rebrote del coronavirus que ya estamos padeciendo, otro rebrote, igualmente importante y peligroso, de la crisis económica que por determinadas circunstancia no ha acabado de solucionarse cuando ya se pensaba que se estaba superando.
El hecho incontestable de que la burbuja de nuestra Deuda Pública haya sumado, en el pasado noviembre, 6.562 millones de euros, alcanzando con ello el máximo histórico de los 1,31 billones de euros (para los que continuamos pensando en pesetas la cifra alcance la escalofriante cantidad de 166.386 billones de la antigua moneda española) puede que para una gran mayoría de los españoles no signifique nada, que todos aquellos que, como me ocurre a mí, estas cifras escalofriantes ya me superan, no alcance a preocuparles ya que ellos se mueven en otros niveles, generalmente reducido a sus gastos y sus ingresos y, eso sí, en lo que pudieran afectarles de los posibles aumentos de los impuestos en el caso de que, como suele ocurrir casi siempre, se tiene la idea y el convencimiento de que, por mucho que el Gobierno pretenda dorar la píldora afirmando que sólo afectará a las clases pudientes, existe la conciencia generalizada entre la ciudadanía de que, al final, quien paga la parte del león de la tarta que ingresa Hacienda, es la que aporta la siempre descalabrada clase media.
Y cuando una nación se encuentra con situaciones tan alarmantes como pudieran ser que el comercio y la hostelería perdieron del orden de 500.000 empleos en el 2020 (el 71% del total); que el paro subió ( con cifras de diciembre) en dicho año en 724.532 personas; que la DP, a la que ya nos hemos referido, en 2020 acumula 124.606 millones de euros adicionales (el BCE nos compró el pasado año 120.000 millones) ¿qué pasará cuando el banco europeo se canse de sacarnos las castañas del fuego? Y, como colofón, para no extendernos más, resulta ser que las empresas, las principales víctimas del Covid 19, tras el paso de la pandemia se estima que van a necesitar un mínimo de 155.000 millones de euros para poder capitalizarse y salir de la crisis, con el añadido de que, la mitad de ellas en España, cerrarán el pasado año con pérdidas y falta de liquidez ¿Qué nos dirá la señora Calviño, tan optimista respecto a la soñada recuperación para finales del 2021 y a la recaudación de impuestos?
Y ante este estado de cosas, con un Gobierno al que le falta iniciativa, preparación, patriotismo, sentido de la proporción y la responsabilidad, de pronto nos aparece este personaje atrabiliario, este bufón de inteligencia supervalorada, niñato mimado de la izquierda comunista y sirviente fiel de Nicolás Maduro, el gran dictador totalitario de Venezuela, el señor Pablo Iglesias y, haciendo honor a su habitual enemistad con la verdad, ejerciendo de manipulador de la realidad y con su histriónica forma de intentar llamar la atención para evitar que, los malos resultados de su partido, Podemos, en las elecciones pasadas y el contubernio de su alianza con un Sánchez dispuesto a vender a quien fuera con tal de alcanzar el poder, circunstancias que le permitieron ocupar, de carambola, un puesto de vicepresidente del gobierno y varios ministerios para sus secuaces, no quedaran resaltados con su fracaso en la gestión del coronavirus en la que su ministerio de asuntos sociales ha quedado relegado mientras él se dedicaba a hacer el trabajo sucio que le encarga Sánchez y a atacar el sistema monárquico, por cierto con escaso éxito si debemos hacer caso de la encuesta en la que se refleja que pese a las campañas y a las acusaciones contra el rey emérito, son mayoría los españoles que prefieren el régimen de monarquía parlamentaria.
Este señor, que sigue empeñado en llevar a España a otra confrontación entre españoles, se ha olvidado que ya no es un alborotador callejero más, un activista del comunismo bolchevique, un universitario de medio pelo que sólo ha destacado en desbarrar contra la derecha, mentir con desparpajo, ignorar la reciente historia de España y no saber sacar las conclusiones de lo que fueron ellos, los comunistas y de la responsabilidad que tuvieron en que la Guerra Civil se prolongara más de lo preciso, con el reguero de víctimas para ambos bandos que ello supuso, sólo esperando que la guerra, que ya se mascaba que iba a producirse en Europa, permitiera a los franceses invadir España.
Como no le importa un rábano apoyar hasta lo más absurdo ahora se ha erigido, para congraciarse con el separatismo catalán, en defensor de la causa de Puigdemón, al que compara con los exiliados de la guerra española. ¡Tiene la cara dura de comparar a este cobarde, que huyó de España dejando en la estacada a sus compañeros revolucionarios, qué vive como un marajá en su palacete de Waterloo, que su oficio se ha convertido en ser un intrigante que, cada vez que puede, insulta a España y a los españoles pretendiendo que se le tome en cuenta, con poco éxito, en las cancillerías europeas.
El señor Pablo Iglesias, en su entrevista en la Sexta, habló demasiado, quizá por sentirse en un ambiente que le resultaba cómodo. Y es que a nosotros, los que estamos en las antípodas idealistas de este señor, nos pasa como a Don Quijote con la verborrea de su escudero Sancho Panza, porque cada vez que Iglesias abre la boca nos dan, como al manchego, «tragos de tormento». En efecto, lo primero que hizo Iglesias fue decir que el caso de Puigdemont, su situación, era similar a la del prófugo Carles Puigdemont. Hasta el socialista Chimo Puig explotó ante semejante superchería, diciendo que no había equiparación posible entre ambos casos. No obstante, el líder comunista no se cortó un ápice y, sin tener en cuenta la situación de déficit en la que encuentra nuestro país, se lanzó al abismo de la insensatez proponiendo la creación de “una compañía energética estatal”, ampliando lo público. Para este señor el hecho de que, según él, España esté a la cola de Europa en cuanto a nacionalizaciones le parece un absurdo. Seguramente sería un defensor del INI de tiempos del franquismo. No parece que sea un estudioso de la economía cuando se olvida de que, la administración de un país en manos del Estado y no de la iniciativa privada y el libre mercado, siempre ha fracasado cuando se ha intentado. La burocratización y el abortar la figura del emprendedor que invierte su peculio en una empresa para intentar sacar provecho de ella, nunca se puede sustituir utilizando funcionarios que saben que su sueldo no depende de los resultados de su obra. Sin competitividad no se crea riqueza ni se regulan los precios, siempre bajo las leyes de la oferta y la demanda.
Pero cuando ya se pierden los papeles, se cae en la chabacanería, se recurre a insultos y se generaliza hasta llegar al absurdo, es cuando el señor Iglesias, pierde la compostura, deja que broten de su interior sus peores instintos y sin contención alguna, a la pregunta del periodista: “Son los ricos y los poderosos tan malos como pensaba?, no duda un momento en responder: “ Son peores(…”Ningún rico ni ningún poderoso está dispuesto a aceptar cualquier decisión, por muy democrática que sea, si afecta a su poder. Sé que es duro, pero es la puñetera verdad” Por supuesto, señor Iglesias, su puñetera verdad. En primer lugar una curiosidad. Las izquierdas utilizan el mismo lenguaje que los separatistas catalanes y vascos: “democracia”, pero aplicada de un forma particular que normalmente se refiera a que lo que es democrático es lo que les conviene a sus objetivos y todo lo que suponga contradecirlos, oponerse a ellos o luchar contra su aplicación para ellos siempre es una actitud antidemocrática. El señor Sánchez y su equipo gubernamental continuamente reprochan al PP que no les apoye en sus propuestas parlamentarias cuando, precisamente, la misión de la oposición es evitar que el gobierno, amparándose en su mayoría, pueda llevar a cabo acciones o promulgar leyes que, a criterio de quienes tienen la obligación de defender a sus votantes, pudieran resultar perjudiciales para los españoles o para la misma nación. Esto es precisamente la democracia y no es el camino para mantenerla, señor Iglesias, maquinar para acaparar el poder intentando hacerse con el legislativo, el ejecutivo y el judicial, como está procurando que suceda, con un descaro verdaderamente exasperante, el actual gobierno del que forma parte. La contradicción que supone que el señor Pablo Iglesias actúe como un nuevo Mr. Hyde Mr. Herkill, según hable desde el estrado del Parlamento o desde su calidad de ministro (en ocasiones es muy difícil saber desde cual de dichos personajes, que se acumulan en su persona, lo hace) o, incluso, cuando actúa como agitador profesional y como representante del comunismo más radical, puro y duro.
O así es como, señores, desde la óptica de un simple ciudadano de a pie, que se siente humillado porque un personaje como Pablo Iglesias, un rico o nuevo rico que reside en uno de los barrios más selectos y exclusivos de la comunidad madrileña ( el barrio de Galapagar) con escolta de la guardia civil, insulte a personas, empresarios o no, por ser ricos, por haber trabajado toda su vida, por haberse esforzado en estudiar, aprender, mejorar, crear riqueza, proporcionar trabajo a miles y millones de trabajadores, que gozan de sus derechos sociales y están defendidos por las leyes del Estado, sin que sea preciso que un señor como Vd. un don nadie que nunca a dado un palo al agua, un individuo que, seguramente, con sus fobias empresariales y demagogia, ha enviado a más personas al paro de los que cualquier empresario, siempre a desgana y para intentar salvar la empresa y el trabajo para el resto de sus empleados; porque los comunistas y estos sindicatos que se quejan de la poca influencia porque se les quitó la potestad de intervenir en convenios - lo que, a diferencia de lo que se pudiera pensar, ha mejorado las posibilidades de acuerdo entre empresarios y trabajadores que son los que, en definitiva, saben lo que quieren y lo que les conviene – en definitiva lo que intentan en crear el descontento en la clase trabajadora porque del caos siempre sacan beneficio. La frase de hoy corresponde a un republicano, don Manuel Azaña :”Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito”.
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