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Redondo, redondo

ZEN
domingo, 29 de marzo de 2015, 09:20 h (CET)
El negocio ha sido redondo. Cuando en 1998 Aznar López aprobó su Ley del Suelo, aquella que consiguió que todo el monte fuera orégano urbanizable, estoy seguro de que el entonces presidente de gobierno ni pensaba que diecisiete años después sus planes iban a tener tan buenos resultados para la economía familiar. Puede ser que incluso se creyera, en aquellas postrimerías del siglo pasado, que con ello se acabaría el problema de la vivienda en España.

Pero faltaba algo. La financiación. Sin ella daba igual que hubiera suelo a cascoporro para edificar. Y así, por aquellos años, se procedió a cambiar la legislación que regulaba todas las cajas de ahorros de nuestro país, ya fueran de mayoría socialista, ya lo fueran del PP. Así las Comunidades Autónomas tomaron el poder en las cajas en detrimento de ayuntamientos e impositores y el dinero tóxico para el ladrillo empezó a fluir con muchísima facilidad.

Y como todos los excesos se pagan, llegó la crisis, y ya tenemos muchísimos pisos de aquellos que se construyeron gracias a la ley del suelo de Aznar y a las leyes de cajas de ahorros. Y los bancos malos y buenos nacidos que estas últimas tuvieron que tragárselos a la fuerza. Y ahora llega el fondo buitre del primogénito, José María Aznar Botella, y ha empezado a comprar a bajo precio activos inmobiliarios por más de 12.000 millones de euros. Un negocio redondo.

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La verdad siempre es clara, aunque su figura pueda hacernos daño. Igualmente, los proyectos, siempre deben comprometer a la persona y su realización debe ofrecerse a todo miembro de la comunidad. Con el tiempo aparecerán los cambios, interesados o no; siempre será la comunidad la que decida.

La ignorancia nos lleva a menudo a no interesarnos por lo que tenemos cerca, a dar por hecho que siempre estará allí, y a creer que tendremos ocasión de poder visitarlo más delante. Vivimos en un territorio inmensamente rico, atravesado y esculpido por la Historia, pero parece no importarnos.

En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

 
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