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Martiño Noriega

José Sarria
lunes, 10 de agosto de 2015, 07:23 h (CET)
Se llama Martiño Noriega y, además de médico, es el actual alcalde de Santiago de Compostela.

El joven coruñés ha saltado a la luz pública por algunas de sus decisiones al frente del consistorio gallego. Sus convicciones le han llevado a manifestar que va a cobrar el IBI a la iglesia católica. Su osadía ha servido para colocar en su despacho el retrato de Ánxel Casal, alcalde republicano compostelano (asesinado tras la sublevación militar de 1936), trasladándolo desde el lugar discreto del pasillo en el que se encontraba, hasta la dependencia del regidor. Pero el imperdonable atrevimiento ha sido su negativa a acudir, como primera autoridad local, a la ofrenda del apóstol Santiago. Y este gesto, acorde con los principios de quien profesa una ideología concreta, ejercido desde la serenidad y con el mayor de los respetos, ha sido suficiente para que la “España de charanga y panderete, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María”, que cantara Machado, se haya echado al monte pidiendo la cabeza del alcalde Noriega. Los periódicos de rancio abolengo, defensores del orden, la tradición y las buenas costumbres, titulaban la noticia con un: “El alcalde de Santiago no va a la ofrenda por el día del patrón de la ciudad. NUNCA SE HABÍA VISTO ALGO ASÍ EN SANTIAGO”.

Pero ya se sabe que la intransigencia y el fanatismo son ciegos hasta el extremo, pues no sólo una, sino dos, han sido las ocasiones en las que algo similar ocurrió con anterioridad en Santiago. Lo curioso es que la mano que licenció la situación fue el mismísimo general Franco, impulsor de la Gloriosa Cruzada, quien nombró en 1955 a Mohamed ben Mizzian bel Kassen (musulmán sunita, riguroso en el rito y en el seguimiento del Corán) como capitán general de Galicia, es decir, primera autoridad de la región. Mohamed ben Mizzian que había salvado en 1924 la vida del que sería futuro Caudillo de España, fue eximido de participar en la ofrenda nacional del 25 de julio ante el apóstol Santiago, siendo presentada en los dos años que duró su nombramiento por el capitán general del Departamento Marítimo de Ferrol. La fe del ilustre musulmán no le hubiera permitido llevar a cabo este acto religioso ni Franco, quien debía su vida al valor de un joven capitán Mizzian, le hubiese obligado a ello.

Que un alcalde quiera ejercer su laicidad, o sea, el mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte y que, además, la materialice desde el sosiego y la serenidad, debiera de ser un ejercicio de normalidad en un país en donde la Constitución, en su artículo 16, consagra la aconfesionalidad del Estado. El día en que la noticia sea la no noticia habremos alcanzado la normalidad democrática; mientras eso no ocurra seguiremos atrapados en la España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía.

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