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Los pilares corrompidos de la tauromaquia

Probando disfraces para la violencia
Julio Ortega Fraile
viernes, 16 de octubre de 2015, 05:27 h (CET)
“La tauromaquia es arte”.

Hitler estaba convencido de que su cerebro paría arte y que sus manos le daban forma, expresando sus ideas y emociones, su concepción del mundo. Antes de la Guerra el Führer le dijo al embajador británico Nevile Henderson: "Yo soy artista y no político".

“La tauromaquia es cultura”.

Como cultura es la ablación. Su práctica está considerada un rito de iniciación en varios países, una tradición irrenunciable vinculada a su historia, creencias y usos. Y como tal, para mantener esa consideración, ha de transmitirse, de perpetuarse.

“La tauromaquia es un derecho”.

Fray Tomás de Torquemada, entre otros, se creyó en su derecho al torturar y asesinar durante la Inquisición. Para esa necesidad se pensaba avalado por el derecho divino y para su proceso arropado por el derecho inquisitorial.

“La tauromaquia es un acto de libertad”.

Kim Jong-Un cada vez que ordena una tortura o ejecución piensa que está haciendo uso de la suya. Y proclama que en su país está garantizada la libertad de los ciudadanos, de hecho así reza en su Constitución, vigente desde 1972.

“La tauromaquia proporciona puestos de trabajo”.

Igual que el narcotráfico o la trata de mujeres. El primero se calcula que genera en México unos 468000 empleos. La segunda, según la OIT, mueve más de 32000 millones de dólares al año en el mundo. ¿Cuánta gente no vive de esos "negocios"?

“La tauromaquia es legal”.

Sí, como lo fueron el nazismo y los tribunales del Santo Oficio. Como lo es allí donde tiene lugar el proceso de infibulación y en Corea del Norte su régimen político y judicial. El tráfico de drogas o de mujeres no son legales, es verdad, pero tampoco lo es la tauromaquia en Catalunya y el lobby taurino está luchando con encono por devolverle la legalidad.

Entonces llegamos al reduccionismo ético: son sólo toros y no personas. Bueno, pues juguemos a esa aberración pero vamos a hacerlo con todas las fichas. Para otros eran o son sólo judíos, mujeres, herejes, traidores o mercancía de carne. Nada que alcance la categoría "humana", porque legitimar esas formas de violencia para que sean asimiladas y hasta aplaudidas requiere establecer la superioridad del verdugo y dejar muy clara la inferioridad de la víctima, convirtiendo todo lo posible, claro está, en universal la perspectiva de opresor por deleite, convicción o ambición, pero no una escasez física sino moral y existencial, pues lo contrario sería tachado de abuso, de este modo se puede bailar entre una pretendida justicia y el papel ínfimo, prescindible, incluso despreciable que desempeña el humillado, maltratado o asesinado. Y si eso resulta poco correcto hoy en día, entonces se añaden palabras como respeto y amor. Hacia el muerto, digo.

La tauromaquia trae consigo lo peor del pasado y del presente alegando enarbolar los principios que todo crimen disfrazado jura defender. Y puede que tendamos a establecer categorías según las víctimas pero no nos engañemos, la empatía, la preocupación, no son tanto en función de la especie o de la magnitud como de la proximidad. A mucha gente le perturba en mayor medida una puñalada en su barrio que cientos de asesinados en una mezquita de Yemen, y si tiene perro, le indigna mucho más la aparición de salchichas con estricnina en su parque que el secuestro y violación de niňas por parte de Boko Haram.

Pero claro, no somos toros ni lo seremos nunca, y tampoco tenemos a uno tumbado a nuestro lado en el sofá mientras vemos la tele. De ese modo y sumada a la educación y a adaptación, la distancia biológica y espacial se difumina la violencia en nuestra conciencia hasta tal punto que dejamos de verla como tal. Es más, en el caso de la tauromaquia se llega a creer que al toro no le duelen sus heridas o que está aquí para eso, y a elevar a quienes se las causan al rango de héroes.

Hemos visto cosas así a lo largo de la historia. Hoy muchas nos parecen atrocidades impensables, pero mientras no lo extendamos a todas las que siguen ocurriendo, cada día, muy cerca de nosotros, publicitadas y subvencionadas como es el caso, seguiremos arrastrando parte de lo peor de nuestra especie. Y no tratar de impedir cuando esa opción está al alcance no deja de ser una forma de colaborar.

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