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Homofobia

​Tú estás aquí porque Dios creó a Adán y a Eva, no a Adán y a Esteban
Octavi Pereña
lunes, 27 de diciembre de 2021, 09:06 h (CET)

Un día sí y otro también las páginas de los periódicos se ven salpicadas por homofobias. Los hombres nos caracterizamos por creernos poseedores de la verdad que la sexualidad es heterosexual y que esta verdad pretendemos implantarla a base de garrotazos. Yo también creo esta verdad y le pido a Dios que me libre de convertirme en un extremista que intente convencer a las personas  que no la creen a base de puñetazos y puntapiés.


Dios creó al hombre macho y hembra porque es la única manera de ser fructíferos y multiplicarse para así llenar la Tierra y someterla ((Génesis 1: 27, 28). Finalizada la obra de la creación “Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno  en gran manera (v. 31). Una incidencia perturbó el orden inicial de la sexualidad que dio paso a la diversidad de opciones sexuales que no pueden recibir el beneplácito divino porque no las puede catalogar como buenas.


Los homofóbicos tienen razón al sentir aversión hacia la homosexualidad y variantes que no se ajustan al orden divino. No la tienen cuando usan la violencia para hacer volver al redil a las ovejas extraviadas. La violencia se opone al amor que enseña Jesús que es Dios encarnado que nos instruye a amar a los homosexuales e incluso a los enemigos. De tal manera amó Dios a los pecadores que ha dado a su Hijo unigénito a morir por sus enemigos que lo somos todos los hombres. Cuando se utiliza la violencia, por el motivo que sea, para corregir anomalías, indica que algo no funciona  bien en las personas que la utilizan. Jesús señala el punto débil de los homofóbicos.


Jesús hace diana cuando dice: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7: 15-20).


El árbol bueno no produce ningún tipo de violencia. Jesús enseña a amar no sólo a los buenos, incluso a los malos. Esta tiene que ser la característica de los cristianos.


Los homofóbicos violentos tienen cierto parecido con los perfeccionistas fariseos que se consideraban estrictos cumplidores de la Ley de Dios. Este perfeccionismo inexistente les permitía criticar a Jesús porque comía con los  cobradores de impuestos,  por considerarlos colaboracionistas de los opresores romanos, y con los pecadores, especialmente con las mujeres consideradas pecadoras. Los fariseos no podían tener ningún trato con los impuros porque ello implicaba contaminarse.


A los homofóbicos extremistas perfectamente se les puede aplicar la enseñanza que se desprende del relato de la mujer atrapada infraganti cometiendo adulterio. Unos fariseos la llevan a Jesús que se encontraba enseñando con el propósito de coger a Jesús con la intención de cogerlo en alguna contradicción con el propósito de desprestigiarlo. Le dicen: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la Ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (Juan 8: 3-5). Jesús guardando silencio sepulcral “inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo” (v. 8). ¿Qué escribía? No haré especulaciones. “Y como insistían en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (v. 7). 


Si Jesús se encontrase hoy con un grupo de homofóbicos dispuestos a golpear a una persona de orientación sexual no ortodoxa, les diría. “¿Quién de vosotros esté sin pecado sea el primero en patalear y aporrear a esta persona”. Al escuchar esta recriminación de los labios de Jesús bien seguro que reaccionarían de la misma manera que lo hicieron las fariseos: “Pero ellos al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros” (v. 9), avergonzados, pero no arrepentidos, los acusadores abandonaron el lugar “quedando solo Jesús y la mujer en medio” (v. 9).


“Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie, sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno, vete, y no peques más” (vv. 10, 11). El texto no deja claro si la mujer se arrepintió de su pecado. Lo que sí nos enseña el pasaje es que a los pecadores, sea cual sea su pecado, no se les debe tratar con violencia. La aversión a un pecado específico no debe convertir en justiciero a quien la sienta. Jesús tratando con misericordia a la mujer nos da el ejemplo a seguir. Si el modelo de Jesús no nos lleva al arrepentimiento haciéndonos sentir misericordiosos con los pecadores, que lo son también los acusadores, significa que siguen siendo árboles malos que deben ser cortados y echados al fuego.

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