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Hambre y miseria

Manuel Senra
domingo, 10 de enero de 2016, 09:40 h (CET)
Que el mundo vive un proceso evolutivo con más luces que sombras es un hecho irrefutable y sería de una ceguera monumental obviarlo. Hecho que se produce no porque los humanos no rememos con la misma fuerza ni a la vez; ni luchemos con igual intensidad, ni apliquemos idéntica filosofía en los conceptos fundamentales del humanismo solidario, como tampoco la colaboración, los principios éticos, o incluso los sentimientos …”De los sentimientos depende todo el bien y el mal de esta vida”, dijo Descarte. Luego, si eso es así, ¿cuáles son los ejes sobre los que gira el comportamiento de las personas? Los sentimientos. De ellos se dice, en una de sus definiciones, “impresión y movimiento que causan en el alma las cosas espirituales”. Me resulta una escasa definición, ya que no abarca toda el área sentimental de la persona. De modo que si avanzamos un poco en este punto, es probable que se pueda ahondar un poco más. “Estado del ánimo afligido por un suceso triste y doloroso”. ¿Personas buenas, cargadas de sentimientos solidarios? ¿Personas malas a las que fluyen actitudes malignas capaces, incluso, de matar? Parece que no. A ese respecto, dice José Antonio Marina: “Los sentimientos son influenciables, moldeables, y si la educación no se carga de tal faena, otras instancias sociales se encargarán de hacerlo”.

¿Es cierto, entonces, que el mundo camina aplicando cada vez sentimientos más nobles? digamos que se dan tímidos pasos en este sentido. Pues los políticos, en cuyas manos nos hallamos, para bien y para mal, con frecuencia se empeñan en cambiar lo que, con esfuerzo y entrega hicieron sus antecesores. Lo que en absoluto es noble y, sobre todo, se pierde en el camino mucho tiempo y dinero. ¿Se puede entender que, por el solo hecho de aplicar políticas contrarias (no de sentimientos), se entra de esa manera en luchas encarnecidas, comparados comportamientos con aquellos gladiadores que, aun durmiendo y hablando en la misma mazmorra, salían al día siguiente a luchar, para gozo del césar y del pueblo. Sabiendo que uno de los dos se dejaría allí su vida, en la roja arena del circo?

La cultura enriquece de forma clara los sentimientos. Y cito de nuevo a José Antonio Marina, para que nos ilustre los descubrimientos que llevados a cabo Margaret Mead, quien estudió a tres tribus de Nueva Guinea, muy próximas geográficamente, pero sentimentalmente lejanas. Los hombres y mujeres “arapesh” eran amables, afectuosos y pacíficos, en cambio, sus vecinos “mundugumor” eran fieros y belicosos. Una agresividad compulsiva aquejaba a los dos sexos. En la tercera tribu, los “tchambuli”, las mujeres eran dominantes, no usaban adornos, se rapaban la cabeza y cazaban, mientras que los hombres solo se preocupaban de las tareas artísticas y se dedicaban a engalanarse y a chismorrear. Es claro. Cada cultura crea un sistema sentimental que va a influir seriamente en la vida social.

Hoy, en este mundo convulso, donde todo cambia a la velocidad de la luz, si la cultura y la solidaridad no se elevan hasta alcanzar las cuotas más altas posibles de nobleza… Y en tanto el objetivo principal de las economías sea el de hacer una mala distribución de la riqueza, encendiendo antorchas que indiquen a donde ha de ir el dinero… nunca me cansaré de decir que los ricos serán cada vez más ricos, y los pobres más pobres cada día. Podemos verlo en nuestro propio país, donde asoma el hambre, con sus dientes afilados, comiéndose a niños desnutridos. No hace falta ir al corazón de África para ver a esos niños, pequeños gladiadores de vientres abultados capaces de matar, no para divertir al pueblo romano, sino para sobrevivir. Y entretanto, ¿dónde hemos de poner el foco de los sentimientos? Dejémoslo en la delicada vulnerabilidad de los niños de estómagos hinchados y, de camino, pasémosle una ancha gasa blanca, repitiendo las palabras de Novalis: “Donde quiera que haya niños existe una edad de oro”.

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