La tasa de reciclaje de teléfonos móviles en Europa no alcanza el 5%, y se estima que en los hogares europeos se acumulan 700 millones de móviles viejos, lo que equivale a dos por persona, según datos de la UE. A principios de octubre, la Comisión Europea adoptó una serie de recomendaciones dirigidas a los estados miembros para incentivar la recogida de teléfonos móviles, tabletas táctiles, ordenadores y cargadores, y así darles una segunda vida. Entre las principales razones para hacerlo está que contienen materiales preciosos y críticos, como el cobalto, el galio, el cobre o el oro, que, además, provienen de fuera de la Unión Europea; también, los impactos ambientales y sociales que provocan tanto su extracción como su acumulación en el medio.
A menudo se dice que las generaciones más jóvenes están más concienciadas en relación con el reciclaje; sin embargo, un estudio publicado recientemente en el Reino Unido revela que el 45% de los jóvenes de entre 16 y 26 años de este país nunca ha reciclado un teléfono y el 38% lo ha tirado a la basura. Son datos que ponen de manifiesto que «la transición hacia un modelo de economía circular y, por lo tanto, más sostenible, no la logrará solo el cambio generacional, sino que se requiere un cambio en los modelos de negocio, que pasarán de una economía en la que cada usuario final decide localmente cómo deshacerse de un residuo, a una economía en la que los productores recuperan los recursos y los gestionan», señala Jordi Oliver, director ejecutivo de inèdit, una spin-off de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) que ofrece servicios de consultoría en economía circular.
Se trata de la servitización, un modelo de negocio basado en el servicio en el que la empresa pasa de proveer productos a proveer el acceso temporal a un producto o a un resultado y que, «en lugar de reemplazar los recursos que ya están presentes en la economía, captura el valor de su uso», apunta Oliver. Cuando se vende un producto y, por lo tanto, la facturación de la empresa depende de la renovación del stock de recursos, esta intenta vender cuantos más productos mejor; así, hay un incentivo para acortar el tiempo entre transacción y transacción, lo que lleva a hablar de «obsolescencia programada» o «barreras a la reparación». Si, en cambio, la empresa cede un producto a cambio de un alquiler o un importe según el uso, tanto al productor como al consumidor les interesa que este producto tenga una vida útil lo más larga posible sin necesidad de reemplazarlo, lo que incentiva que los productos sean más robustos, duraderos y reparables. «Esto hace que los incentivos se sitúen en el lugar adecuado para que estrategias como la durabilidad, la reparabilidad, la reutilización de componentes o la remanufactura vayan a favor del negocio», apunta Oliver. La gracia de la servitización es que las estrategias de circularidad, además de favorecer al negocio, «satisfacen las necesidades del cliente, mejoran la funcionalidad de los productos y reducen los impactos ambientales».
El reto: aplicar la servitización en el B2C
La servitización es un modelo habitual en el B2B (Business to Business) ―un ejemplo ilustrativo es el de las empresas que pagan por utilizar equipos informáticos o impresoras bajo el paraguas de un contrato de renting o de pago por impresión―, pero aún emergente en el B2C (Business to Consumer). Por ahora, aplicarlo en el B2C es «un reto», y por dos motivos: «uno, que hay una gran parte del mercado que quiere que ese producto sea suyo; y dos, el estigma del producto de segunda mano», comenta Sofía Garín, responsable de proyectos de Ecodiseño y Empresa Circular de inèdit. Alargar la vida útil de un producto implica, necesariamente, influir en su diseño: «Se deben poder eliminar todos los datos, debe ser duradero y modular para que puedan recuperarse componentes completos y no solo los materiales, y debe poder repararse», dice Garín. También se debe ofrecer al cliente un servicio de mantenimiento, «lo que implica dedicar una parte de las operaciones empresariales a personas que sepan de reparación», añade.
Para la responsable de proyectos de Ecodiseño y Empresa Circular de inèdit, la implicación de las empresas en este B2C «es fundamental para controlar la visión de su marca», porque «si un segmento de la población utiliza sus productos de segunda mano sin que estos hayan pasado por un filtro de calidad, su visión de marca puede verse perjudicada». En cambio, «si recuperan, renuevan y vuelven a poner en el mercado los dispositivos móviles, y velan por la calidad del producto, las empresas tienen más control sobre la manera en que proyectan su marca». Esto les permite, además, llegar a otro nicho del mercado, que son las personas que no pueden permitirse un móvil de primera mano de esa marca.
La ley, por ahora, no dice nada sobre este cambio en los modelos de negocio, pero sí sobre la reparabilidad. En junio pasado, el Parlamento Europeo y el Consejo aprobaron una serie de medidas para que los teléfonos móviles y las tabletas sean más eficientes energéticamente, duraderos y fáciles de reparar. Los requisitos mínimos para estos dispositivos, según lo establecido en el Reglamento de Ecodiseño, son: deben ser resistentes a caídas y arañazos, estar protegidos contra el agua y el polvo, y las baterías deben ser duraderas; también se establecen reglas sobre desmontaje, reparación y disponibilidad de piezas de repuesto, así como sobre la vigencia de los sistemas operativos. Estos requisitos deberán implementarse a partir de junio de 2025.
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