Ver imágenes en la televisión de las talas indiscriminadas en la selva del Amazonas o de los terribles incendios que asolan bosques en cualquier rincón del mundo nos estremece. De los 4.060 millones de hectáreas de área boscosa del planeta, el 45% es de origen tropical, precisamente el más amenazado. Según datos de la organización no gubernamental WWF (World Wildlife Fund), si la deforestación se mantuviese al mismo ritmo que en las tres últimas décadas, los bosques tropicales podrían extinguirse en un plazo relativamente corto de cien años y sin ellos el ecosistema mundial correría graves riesgos.
Tanto es así que la deforestación es el riesgo más evidente que se cierne sobre las masas forestales del planeta al amenazar seriamente el hogar de millones de especies animales, impactar en el deterioro del suelo y reducir la creación de carbono, necesario para la fotosíntesis de las plantas.
Según informes hechos públicos por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), que estima que el 93% de la superficie forestal mundial está compuesta de bosques generados de forma natural y el 7% de repoblaciones, en el período comprendido entre 1990 y 2020 África y Sudamérica son los continentes donde la recesión forestal ha sido más acusada, algo menor en Oceanía y Norteamérica; mientras que Europa ha permanecido estable y sólo Asia ha ganado masa boscosa. Y, concretamente, en España ha crecido un 33,6% el terreno forestal, pasando de un 27,6% del territorio a un 37%.
Causas
Si bien la deforestación es un proceso provocado principalmente por las actividades humanas, los bosques también sufren daños debido a accidentes naturales como los incendios (un 4% del total) que destruyen un bosque en muy poco tiempo; o las plagas, como el escarabajo, el pulgón o el muérdago que son capaces de producir una tala natural masiva de árboles y los fenómenos meteorológicos extremos (ambas suman el 3%), tales como tornados, huracanes o erupciones volcánicas.
De hecho, el registro de incendios en todo el mundo, no solo en bosques, ha sufrido un ascenso exponencial. Por poner ejemplos concretos, Grecia, Estados Unidos o Australia por mencionar un país de cada continente han sido arrasados por grandes siniestros en los últimos tres años. Y no solo hablamos de daños materiales sino también de pérdidas de vidas humanas y numerosas especies animales.
Pero mayoritariamente la merma de la masa forestal se produce a consecuencia de la acción humana, ya sea por la tala o la quema de árboles con el objetivo de ganar terreno para la industria, para superficies cultivables o para labores agropecuarias. Es decir, la conversión de los bosques para otro uso.
El hombre es tan depredador con la naturaleza que tala millones de hectáreas para comerciar con la madera, ya sea para la fabricación de papel o su utilización como combustible, o bien para convertir los bosques en tierras de cultivo intensivo; además de expandir los núcleos urbanos en perjuicio de las zonas rurales, cada vez más despobladas.
Consecuencias
La desaparición del bosque tiene consecuencias tan drásticas como la destrucción de poblaciones, de hábitats para la fauna y la reducción de biodiversidad, lo que acaba provocando el aumento de la perniciosa emisión de gases de efecto invernadero, la alteración del ciclo del agua y la erosión importante de los suelos.
La tala sin control, los incendios provocados y la deforestación progresiva daña los ecosistemas, o lo que es lo mismo, alteran los espacios comunes donde conviven especies vegetales y animales y provoca la aridez del terreno. Además, se evita la fijación del dióxido de carbono, lo que contribuye al cambio climático.
Las regiones desforestadas tienden hacia un progresivo deterioro. Todo sucede a un ritmo vertiginoso y no podemos dar la espalda a la evidencia. Sin árboles la vida languidece.
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