La celebración de la Navidad se canceló en Belén, la ciudad de los territorios ocupados de Cisjordania donde tanto los historiadores como los cristianos creen que nació Jesús. El alcalde de la ciudad, Hanna Hanania, proclamó: “Por primera vez, no se colocará el árbol de Navidad en Belén y las calles de Belén no se iluminarán”. En concordancia, los líderes religiosos decidieron acotar sus rituales y celebraciones navideñas. Los patriarcas y jefes de las Iglesias de Jerusalén afirmaron en una declaración:
“Debemos recordar que, durante la primera Navidad, la situación no distaba mucho de la de hoy… Muchos niños fueron asesinados. Había una ocupación militar. Y la Sagrada Familia se vio obligada a desplazarse y buscar refugio”.
Las autoridades religiosas aluden así al relato bíblico del nacimiento de Jesús, que narra cómo un despiadado rey Herodes —temeroso del advenimiento de un rey profetizado— ordenó matar a todos los niños recién nacidos de Belén, y cómo María y José, para proteger a su hijo recién nacido, huyeron a Egipto.
En la nave de la histórica Iglesia Evangélica Luterana de la Natividad de Belén se armó un pesebre en el que el niño Jesús, arropado con una kefia o tradicional pañuelo palestino, reposa sobre una pila de escombros. La iglesia luterana llamó a su sermón de Navidad “Jesús entre los escombros: una liturgia de lamento”. El reverendo Munther Issac, pastor de la iglesia, comenzó así su sermón: “Estamos enojados. Estamos abatidos. Este debería haber sido un momento de alegría; pero, en cambio, estamos de luto. Tenemos miedo.
Más de 20.000 personas han muerto. Miles siguen bajo los escombros. Cerca de 9.000 niños y niñas han muerto, día tras día, de la manera más brutal, y 1,9 millones de personas han tenido que abandonar sus hogares. Cientos de miles de viviendas han sido destruidas. Gaza, tal como la conocíamos, ya no existe. Esto es una aniquilación. Esto es un genocidio”.
Durante una entrevista que mantuvo con Democracy Now! el día después de Navidad, el reverendo Issac habló sobre el impactante pesebre que se instaló en su iglesia:
“Creamos este pesebre a principios de este mes, al inicio de la temporada de Adviento. Lo construimos con escombros y ladrillos rotos que simulan una casa bombardeada. Encima de la pila, rodeado de bloques de cemento partido, colocamos al niño Jesús. Los personajes típicos de un pesebre, como los pastores y los reyes magos, se encuentran todos fuera, rodeando los escombros y mirando hacia adentro, como si estuvieran buscando alguna señal de vida, alguna señal de Jesús. Estamos enviando el mensaje de que Jesús está bajo los escombros”.
Munther prosiguió: “Así es como se ve la Navidad en Palestina hoy en día. Jesús, como un bebé que sobrevivió a una masacre, Jesús, como un bebé que tuvo que refugiarse con su familia en Egipto, se identifica con nosotros en nuestro sufrimiento. Nació junto a las personas marginadas”.
Los bombardeos israelíes contra Gaza han transformado en escombros uno de los centros urbanos más densamente poblados del mundo, donde viven 2,3 millones de palestinos. Bajo esos escombros se encuentran sepultados un número desconocido de civiles, incluidos niños y niñas, muchos de los cuales perdieron la vida a causa de bombas producidas y financiadas por Estados Unidos, y lanzadas, en muchos casos, desde aviones también fabricados y financiados por ese país.
En su extraordinario sermón navideño, el reverendo Issac criticó a Estados Unidos: “Nos envían bombas mientras celebran la Navidad en sus tierras. Cantan sobre el príncipe de la paz en su tierra, mientras tocan el tambor de la guerra en la nuestra”.
Las tropas terrestres de Israel también matan con impunidad. Ha surgido información acerca de ejecuciones sumarias de prisioneros palestinos. El 16 de diciembre, un francotirador israelí mató a una mujer de edad avanzada en la parroquia de la Sagrada Familia, una iglesia católica en Gaza, y posteriormente acabó con la vida de su hija adulta cuando esta intentaba rescatar a su madre. El papa Francisco calificó los asesinatos de “terrorismo”.
Más de 21.000 personas han muerto en Gaza y más de 55.000 han resultado heridas desde que comenzó la ofensiva israelí. Prácticamente no hay acceso a atención médica de emergencia en el enclave palestino, ya que Israel está atacando hospitales, lo cual constituye una flagrante violación del derecho internacional y las leyes de guerra. Al cumplirse casi tres meses de ataques sin pausa, el apoyo incondicional a las acciones de Israel está disminuyendo. La Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó por abrumadora mayoría una resolución en la que se pide un alto el fuego, pero Estados Unidos, con su poder de veto permanente, ha bloqueado un llamamiento similar del Consejo de Seguridad. El repudio social también está aumentando, con acciones ciudadanas y protestas masivas convocadas en todo el mundo.
En Israel, el movimiento contra la ocupación y contra la guerra, que es permanentemente asediado, está creciendo. Esta semana, Tal Mitnick, un joven israelí de 18 años, fue sentenciado a 30 días de prisión por negarse a cumplir el servicio militar. El joven expresó: “Me niego a alistarme en el Ejército. Considero que una matanza no se resuelve con otra matanza. El ataque criminal contra Gaza no resolverá la atroz matanza que llevó a cabo Hamás. La violencia no resolverá la violencia. Y por eso me niego a hacerlo”.
El coro que exige un cese de hostilidades en la Franja de Gaza va en aumento: israelíes que se niegan a alistarse en el Ejército, activistas judíos, valientes pastores y congregaciones cristianas, coaliciones interreligiosas en Estados Unidos y otros países se unen en solidaridad con la comunidad musulmana de todo el mundo. En la transición de la temporada navideña al Año Nuevo —un año electoral en Estados Unidos—, nos preguntamos si los líderes políticos también se sumarán a ese coro.
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