Espectro es uno de los apelativos que utilizamos para referirnos a los fantasmas. Del latín, spectrum, se establece esa acepción como la primera del término en el diccionario de la RAE. Le siguen otras significaciones de naturaleza científica. Es curioso, y extraño, que se transcriba, por delante de otros, el significado alusivo a entidades supuestas, e inexistentes desde una postura racionalista, y se debe tal vez ello a que su etimología latina revela, en el origen, que el vocablo designaba a una imagen o aparición. Por tanto, cuando alguien dice la palabra, casi nadie piensa en la luz, la radiación o la longitud de onda, sino en ectoplasmas vagando al amparo de la noche o incluso del día.
Rebuscando sobre ello, encuentro una crónica o reportaje periodístico de hace más de una década (EL CONFIDENCIAL, 30 de octubre de 2013), con datos prolijos sobre la cuestión, partiendo de la historia del espiritismo, que nació a mediados del XIX y gozó de gran popularidad durante el resto del siglo una vez extendida la presunción de que, tras la muerte, el alma sobrevive al cuerpo y asciende a un nivel superior de existencia, tal y como había establecido el pedagogo francés Allan Kardec en un escrito, publicado en 1857, y titulado “El libro de los espíritus”.
Parece que, según el reportaje citado, se produjo una decadencia del espiritismo desde principios del siglo XX, tal vez por la detección de algunos fraudes en relación con el mismo. A pesar de ello, la proporción de ciudadanos que creen en fantasmas sería estimable en nuestro tiempo. El CIS publicó, en 2002, una encuesta según la cual un 20 por ciento de los españoles creían, o creen aún, que eso lo desconozco, en fantasmas, y la cifra resultaba bastante superior en Estados Unidos (un 45% ese mismo año, según otra encuesta).
Los datos anteriores parecen resistir a la inconsistencia de las teorías espiritistas, demostrada en momentos puntuales por la Ciencia, que ha manifestado la existencia de fenómenos que explicarían la supuesta percepción o avistamiento de espectros o similares: fallos cerebrales, parálisis del sueño, intoxicaciones o infrasonidos. Es evidente que nunca se ha podido verificar su existencia, pues ni siquiera hay acuerdo previo sobre lo que sean tales entidades ni sobre sus características. Incluso científicos o gentes del mundo intelectual han pertenecido, y tal vez pertenecen, al club de los creyentes en esas presencias intangibles, pues es sabido que se puede ser persona o ciudadano sesudo y equilibrado en gran parte de las situaciones y menesteres que el día a día nos ofrece y, sin embargo, atesorar una parte irracional encaminada hacia alguna cuestión poco sensata, o poco racional, relacionada con el fanatismo religioso, con creencias varias o con actitudes ajenas al sentido común, tal como ocurre a veces, por poner un ejemplo, en el campo del deporte, y ahí está el fútbol como muestra de un tipo de militancia que alberga la facilidad para llegar a extremos poco respetables.
Ocurre asimismo en el campo de la política o la ideología. Conciudadanos sesudos, buenos padres de familia, o profesionales impecables en su campo, pueden verse inoculados por el virus del fanatismo sectario en torno a cualquier proyecto o ideología. Gentes normales y sin tacha callaron y consintieron en la Alemania de los años treinta, en los paraísos comunistas o en el contexto de la formación de los distintos regímenes dictatoriales que son o han sido. Y lo hicieron tal vez por convencimiento acerca de lo que acaecía, tal vez por miedo y/o connivencia o tal vez porque, en definitiva, los espectros somos nosotros mismos, como en la película “Los otros”, y actuamos en consecuencia cuando nos toca. Así ha sucedido en el pasado, y también ahora mismo sin ir más lejos.
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