¿Por qué los amigos inseparables? Pero, algún día siempre llega la despedida. Bueno. Cuando se cree en el buen sentimiento, amor, lealtad, apoyo, se unen los caminos, y acompañan a encontrar o reencontrar el o un punto de equilibrio. En muchas ocasiones suele suceder que, para ser feliz hay que pagar un precio más que el diamante, pero fracasan, porque la felicidad no se compra. Es decir. Muchos fracasan porque no están dispuestos a esforzarse para ir cambiando de vida con lo que se tiene y comprender las realidades en que la vida nos inmiscuye e inserta.
Hay que ser feliz y disfrutar, lo que sucede a ciertos es que a diario hay que regresar a la vida pensando lo voy y puedo hacer mejor, y a diario esa nueva realidad es más importante, y más bonita. Los seres humanos tenemos un ritmo, una canción, un "pohema", prosa, o cualquier otra arte. Cada día, la vida esencialmente está llena de cosas sorprendentes, y cada ves que se tiene la capacidad se puede descubrir los cielos.
Ese día el escribiente, escribano y/o escritor, se encontraba en su casa, en la famosa calle de cristal. Un transeúnte observado por el señor escritor, se encontraba debajo de un severo aguacero, preparó su mente con supra delicadeza, hacía señas diversas, y cada una de sus ideas se esparcían, planeó con sumo cuidado los instantes precisos, los espacios que aprovecharía para exponer y documentar cada uno de los materiales más valiosos de su nueva obra. La lluvia era lo de menos, le permitía al escritor con fluidez ver un panorama más despejado. En ese momento su único amigo fiel de toda la vida, era “la soledad escrita, dibujada desde su mente”, pues tenía más de 40 años de vivir solo sin percatarse que su mejor amigo era su mente y soledad, y las mascotas que en el transcurso del tiempo había tenido.
Él hablaba incesantemente con esa y otras lluvias, y le sacaba los mejores surcos letrísticos, y gota a gota era una noble palabra, verso, prosa que arreglaba. La lluvia para él era una espléndida música. De pronto, como cuando se ve y escucha un relámpago desde los cielos, la lluvia o el aguacero cesaba repentinamente y sólo se escuchaba: ¡ay, se fue!
Las calles en esos momentos estaban áridas, una sola alma no se veía, solamente un sabueso remojado, triste y temblando de frío, era KIRA, la habían abandonado. Él se le aproximó, le silbaba, hacia señas para que llegara, pero el moribundo permanecía estático hasta que él suavemente se le acercó cariñosamente y al ver su estado lamentable se quitó su camisa y la abrigó y le expresó: “pobrecita mi muchachita, tan linda” se lo llevó a su casa. Era una sabuesa de veinticinco días de nacida.
Estando en su casa compartió su comida, le abrigó con otra camisa, el perro (a) se quedó profundamente dormido, el escribano, escribiente y/o escritor se fue a dormir a su cama de madera. Al día siguiente se levantó como de costumbre a las cinco de la mañana-madrugada-eran momentos que pasaban los carretones, los comerciantes al mercado de la ciudad. Preparó un desayuno: gallo pinto y ahora hizo dos huevos fritos, calentó dos tortillas del día anterior y pinolillo.
Su ahora amigo el perro (a) que ahora sé llamaba KIRA dormía profundamente. Con el movimiento de los pasos y un poco de ruido de los platos de cocina, la perrita despertó, y un poco debilucha, con ojos almibarados chispeantes, daba la impresión quería hablarle.
-Hola amigo (a)-le expresó-. El sabueso le meneó la cola y le ladró amigablemente.
-Ven, aquí, está tu desayuno-le señaló-. La perrita KIRA entendió y se dirigió dónde le puso su comida. Le acarició su pelaje e inició una nueva amistad. Le puso una taza llena de agua.
El escritor le dijo: “ya vengo amigo (a) voy a ir a comprar unas cosas, te quedas en casa, cuida” él siempre dialogaba cariñosamente con Kira. El escritor se fue. Como a las dos horas llegó. Abrió la puerta, y lo primero que hizo el sabueso fue lanzársele encima en señal de cariño, pero se escapó de caer porque estaba Kira débil, éste lo acarició y le arguyó: “aquí te traigo comida, ven come” El escritor se sirvió un café y después se fue a la mesa y se puso a escribir esta historia y otras más, la perrita no se le despegaba, siempre estaba a su orilla, lo cuidaba y cuando quería algo, pasaba rozándole con su cola.
Pero un día el escritor salió y como de costumbre, siempre dejaba a su perrito en casa, para que cuidara, en otras ocasiones salían a caminar por ciertas calles de la ciudad o iban al parque, ahí el escritor le compraba una pizza. Hubo una ocasión que el escritor tuvo necesidad de salir urgente porque le habían hablado por teléfono de la imprenta, que ya esta listo su libro. Dejó a su amigo perro (a) en casa y le dijo: “Kira, cuida como siempre y toma chupa estos dos caramelos” El escritor se fue feliz a traer su libro. Ese día unos ladrones penetraron a la casa, el perro les ladraba, no pudieron robar nada, pero se llevaron un libro borrador de una obra que preparaba su amigo escritor, pero con tan mala suerte, se llevaron el borrador difuso, inservible.
Cuando llegó él escribiente, escritor a su casa, observó demasiado inquieto a su perro amigo, y que sobre su escritorio no estaba el borrador. Entonces, se dijo para sus adentros: “que tontos, si eso ya no sirve para nada, aquí ya traigo impresa esa obra” Así siguió el tiempo, ambos vivían felices, se cuidaban hasta que un día a Kira le dio una enfermedad, “alergia” pasó meses y no se curaba, pero un día las patas se le hincharon y murió. El escritor le compró una cajita de madera, la enterró en su patio jardín, y acompañó su entierro con música clásica en piano, violín. El escritor lloró porque su amigo inseparable dejó de existir. Cómo los anteriores Bruno y Pelusa. A todos los enterró en su patio.
El escritor. Todos los días a las cinco o a las seis de la mañana llegaba a la tumba de sus mascotas a regarle agua y le ponía una flor y cada año compraba un ramo de flores y se la ponía. Con el tiempo en la tumba se fue haciendo un bello jardín. El escritor ya era de edad avanzada, murió dejando publicado un libro ¡LOS AMIGO EN SU JARDÍN: KIRA, BRUNO Y PELUSA! dedicado a sus perros. Amigos inseparables porque nunca dejó de recordarles, pero, desafortunadamente un día hay que despedirse.
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