Yo nací un jueves lluvioso de febrero, un día 11, como hoy. Y no fue decisión propia, no, aunque a veces tenga mis dudas. Supe que había nacido un jueves no por mi memoria, que, de esta época, lo que recordamos viene de las historias que nos han contado los otros, los que nos rodean. Yo supe que nací un jueves mucho después, gracias a un regalo que me hicieron en uno de mis cumpleaños: la Biblioteca de los jóvenes castores, magnífica y didáctica obra que aglutinaba a través de los sobrinos del pato Donald un sinfín de saberes y en los que venía una tabla donde se podía datar con precisión cualquier fecha que se buscase. Según el libro, el día de tu nacimiento es el día en el que más se desarrollan tus sistemas y donde tu capacidad se muestra al máximo rendimiento, ya que, por una serie de explicaciones seudobiológicas que no recuerdo, se alcanzaba la plenitud física y psicológica de la semana.
Como el conocimiento es poder, desde que supe que yo había nacido un jueves, le di a esa jornada una especial relevancia, llegando a dejar incluso lo esencial para ese día: los besos furtivos, los partidos de chapas, las sombras chinescas, los suspiros de menta...
Ha habido muchos jueves importantes en mi vida que no voy a detallar, y me gusta pensar que todos los días son jueves. Sé que hay gente que no le encuentra sentido, que dice que es exagerar, pero yo creo que uno puede enriquecer la verdad sin que se pierda un ápice de realidad y que, cuando las cosas buenas llegan en días que no son jueves, tengo muy claro que es porque esos días realmente querrían ser jueves, un día tan extraordinario que hasta el amigo de Robinson Crusoe querría serlo.
Esto que escribo, sin embargo, el día antes, sucederá un martes, 11 de febrero de 2025. Este día, mientras tú lees al otro lado de la pantalla, será un martes distinto, porque sé – hay cosas que van más allá del conocimiento– que este martes no podrá ser un martes cualquiera, ¡cómo iba a serlo si las cosas, las grandes cosas, las relevantes, siempre suceden en jueves! Este día, me despertaré y observaré la sinfonía diaria de la existencia. Lloverá —aunque este dato en Santander sea redundante—, pero será una lluvia optimista, de esas que logran que los paraguas no quieran ser abiertos, y las gotas —minúsculas, delicadas y vitales— te acariciarán sin necesidad de ser secadas, en calma, permitiendo que los acontecimientos se desarrollen como si todo estuviera escrito y ensayado, como si fuéramos parte de una historia ya sabida y representada desde el chasquido de los tiempos, como si todo el mundo ya supiera que el jueves (siempre el jueves), 11 de febrero de 1971, a las 08:31 horas, aparecí por estos andurriales para conversar contigo de la literatura y de la vida, de la vida y de la literatura, y de los jueves, faltaría más.
Cuando salga a la calle, con la bahía de fondo, y esas gotas minúsculas acompasen mi camino como susurros en la lluvia, será hora de que el 53, que he llevado con dignidad el último año, se desvanezca, un martes como hoy, que es jueves, como no podía ser de otra manera. Buen día.
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