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A tiros, por deporte o por odio: seis cadáveres alados en el cielo de Extremadura

No era un pájaro cualquiera, sino el fruto delicado de años de esfuerzo internacional por salvar una especie de la extinción
María del Carmen Calderón Berrocal
sábado, 19 de abril de 2025, 12:00 h (CET)

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Foto de Denys Gromov en Pexels


España, siglo XXI. Una hembra de Ibis Eremita, ave casi mítica, criada a mano por científicos en Austria y guiada por ultraligeros como en una fábula aérea, cae desplomada en un coto de caza de Badajoz. La mataron a tiros. Se llamaba Hel. Y no era un pájaro cualquiera, sino el fruto delicado de años de esfuerzo internacional por salvar una especie de la extinción.


Pero aquí, en el sur áspero y amurallado de España, todavía hay quien ve en esos animales una diana. Aquí hay quien se cree con derecho a disparar contra lo que no entiende, lo que no le sirve, lo que vuela sin pedir permiso. Y luego, el silencio. Complicidad. Encubrimiento. En Fregenal de la Sierra, dicen que todos saben quién disparó, pero nadie habla. Ley del silencio. Mafia rural. La injusticia en grado superlativo.


No es la primera vez. En 2019, otro escopetero se subió a una azotea y abatió cinco ibis como quien derriba botellas. ¿Castigo? Aún no hay sentencia. Al parecer, cuatro meses lleva durmiendo el caso en un juzgado de Badajoz. Mientras, los asesinos de aves protegidas siguen a lo suyo, sabedores de que la impunidad es más efectiva que cualquier blindaje legal.


Y no es cuestión de escopetas, sino de discursos. El odio a lo salvaje no nace del plomo, sino de palabras y actitudes que llevan años fermentando en ciertos sectores. Políticos, ganaderos, algunos sindicatos agrarios y determinadas federaciones cinegéticas han sembrado un relato donde la fauna protegida es un estorbo y la ecología, una amenaza. Lo que pasa después es casi lógico dentro de lo ilógico, naturalmente: alguien aprieta el gatillo y no le tiembla el pulso.


El Ibis Eremita, un extraño viajero de plumas oscuras y pico curvo, no pide nada, no come ganado, no destruye cultivos. Solo vuela. Pero para algunos, eso basta.


Que un ave haya sido criada por dos mujeres austríacas, que haya cruzado media Europa siguiendo la sombra de un ala amarilla para acabar muerta por un perdigón de un desalmado en un descampado de Extremadura, dice mucho más de nosotros que de ella.


Las autoridades, claro, hablan de “hecho puntual”. Como si seis aves en seis años fueran una anécdota. Como si las balas no llevaran mensaje. Como si el campo español no estuviera lleno de plomo, rencor y un desprecio visceral por todo lo que no se puede abatir o domesticar.



Lo que se está matando aquí no es solo una especie. Es una idea. La de que el ser humano puede convivir con la naturaleza sin necesidad de dominarla a tiros. Y si esa idea muere, entonces habremos retrocedido un siglo, mucho más que un siglo porque nos habremos ido no a la prehistoria, porque allí sabían convivir con la naturaleza, donde en realidad nos habremos ido es al infierno; y el cielo se quedará más vacío cada vez; y más triste o no, porque se va llenando de almas puras, la de los masacrados, la de los inocentes que murieron a manos del mal llamado humano.

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