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Dinero fácil

A José Borrell, ex secretario de Hacienda le han hecho una jugarreta los hackers
Octavi Pereña
martes, 22 de noviembre de 2016, 00:17 h (CET)
“Un país con 700.000 apostantes” es el título del escrito en que Antonia Laborde trata el tema de la ludopatía, adicción que engendra muchos problemas personales y familiares por las deudas que crea. Engancharse al juego puede acaecer de manera accidental como le sucedió a Francisco José Andrés que haciendo tiempo en un bar insertó una moneda en la máquina tragaperras y ganó 10.000 pesetas. Esta ganancia inesperada fue el inicio de una carrera que le condujo a la adicción a las máquinas tragaperras. Rehabilitado dice: “Al insertar una moneda me cogía una bombolla y no conocía nada. Me evadía por completo”.

También puede propiciar iniciarse en la ludopatía escuchar la publicidad que para la trampa de conseguir dinero fácil con el eslogan: “No tenemos sueños baratos”. Con la lotería se puede conseguir que lo sueños que no son baratos se hagan realidad un coche de gama alta, un lujoso piso, un viaje a la tierra de las mil maravillas…Pero con demasiada frecuencia los sueños se convierten en pesadillas. Lo lastimoso es que las pesadillas se producen cada vez más en edad más primerizas. SegúnJosé Jiménez presidente de la Asociación Sevillana de Jugadores de Azar Rehabilitados, “resulta alarmante la cantidad de jóvenes que se inician en edades más primerizas en estos tipos de juegos”.

Es preocupante que los gobiernos con la excusa que todos ganamos fomentan los juegos de azar diciendo que las ganancias que se obtienen se destinan a bienestar social. Sean los gobiernos, sean los ciudadanos, lo cierto es que el dinero está metido en el meollo. “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10). Es una sentencia bíblica que la realidad confirma su veracidad. Por un lado la adicción que consciente o inconsciente produce muchos daños personales, familiares y sociales. Por el otro, el amor al dinero es el causante de la macro corrupción política que creyendo si Dios existe no se preocupa por lo que pasa en la tierra, con lo cual se creen exentos de toda responsabilidad. Pero Dios observa desde los cielos todo lo que pasa en la tierra y nada pasa desapercibido a sus ojos escrutadores y en su día pasará factura de todo lo que hayan hecho y no podrán justificar su indigno comportamiento.

Permitamos que la Biblia nos hable al corazón. Si esto ocurre empezaremos a pensar sensatamente. El apóstol Pablo escribiendo a su discípulo Timoteo, le dice: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Timoteo 6:6). La piedad a la que se refiere el apóstol Pablo no s la religiosidad de pandereta. La piedad a la que se refiere es la que nace de la fe en Jesucristo que hace que el creyente esté contento con lo que tiene, sea poco o mucho lo que el Señor le da y que se obtiene con el esfuerzo digno. ¿Para qué tanta codicia si al fin y al cabo lo que se ha conseguido oprimiendo al pobre, hoy vienen a buscar tu alma y, lo que has almacenado, ¿para quién será? ¿Cuán necesario es entender que “nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar” (v.7). Esto lo sabemos pero nos falta el convencimiento de lo que hay más allá de la muerte física. Evidentemente los cuerpos descansan en el sepulcro o las cenizas esparcidas se convierten en nutrientes para las plantas. Mañana, en el día de la resurrección, porque habrá resurrección de los muertos, dos destinos claramente diferenciados: salvación o condena eterna. Si estamos convencidos de que la cosa es así no nos comportaremos con la necedad del rico de la parábola que para poder almacenar los muchos bienes adquiridos tuvo necesidad de ampliar los almacenes. Tanta codicia, ¿para qué? ¿Para su perdición eterna? La codicia del rico insensato no fue una buena inversión.

Una buena filosofía que evitaría caer en la trampa del amor al dinero que conduce a la ludopatía y a la corrupción política es. “teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (vv. 8,9). No el dinero, sino la codicia es la trampa que destruye a quienes caen en ella. ¿Para qué amasar fortunas y convertirse en las personas más ricas del mundo a costa del sufrimiento de los trabajadores sin los cuales no las podrían amasar? ¿Para qué explotar a mujeres y niños que trabajan como esclavos en las factorías textiles?¿Qué provecho se saca no velando por la salud y la seguridad de los mineros si al final no podrán llevarse nada de este mundo, y lo peor es que les aguarda la condenación eterna? Los capitalistas que invierten en la explotación del hombre no han aprendido a invertir sobre seguro. Jesús les dice donde se han equivocado: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde los ladrones minas y hurtan, sino haceos tesoros en el cielo donde ni la polilla y el orín corrompen, y donde los ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6: 19-21).

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En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.

Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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