Una sensación que se comparte a la hora de comer, al salir del trabajo, en el café de media mañana o en las primeras páginas del periódico. El estado de ánimo que la crisis deja en la sociedad y lo que repercute en nuestras relaciones diarias. Para superar la desconfianza que late en las calles, es preciso un ejercicio de autocrítica individual, porque transformar el aquí y ahora además de un reto, es una necesidad.
La crisis actual deja huellas que duelen. La falta de transparencia y de responsabilidad social de gran parte de la clase política, se suma al poco rigor con que se gestiona los recursos públicos. La falta de eficacia de quienes gobiernan, incapaces de frenar dramas como los desahucios y la creciente tasa de paro. La degradación de lo público a base de recortes o los intentos para desmantelar el Estado del Bienestar. Es indigno para una democracia, la reducción de prestaciones a los más débiles, mientras se “rescata” a la banca porque revientan la cohesión social. Y eso es algo que no se puede permitir si se pretende sacar a un país de aguas pantanosas. Unas huellas que hay que transformar si se quiere salir adelante.
Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política, propone como solución para vencer la desconfianza, “ levantar la moral, salir de esta situación de desconfianza en instituciones tan vitales como los representantes políticos, las entidades financieras, el trabajo de los jueces” teniendo claro que ”la confianza no se improvisa, se gana día a día con el ejercicio de la responsabilidad” aunque sea una actitud en declive. Un cocktail de sensaciones que empuja a la ciudadanía a una concepción errónea y conformista del político, como figura oportunista y despegada de la realidad diaria. El filosofo Ortega, decía que “ quién está desmoralizado no se encuentra en su pleno quicio”, carece de ese rigor necesario para progresar con el sentido de la justicia.
Se tiene que frenar la costumbre de pasar la patata caliente. De trasladar la culpa al de al lado, o al de arriba, aunque sean “entes invisibles” y se conozcan la pretensión de sus designios. Como sostiene Adela Cortina ,”¿ Es que nunca nadie tiene responsabilidades?, ¿es que no hay gentes con nombres y apellidos que toman decisiones desastrosas para la sociedad en el mundo económico y en el político?”. Para salir de esta crisis de confianza también se necesita justicia, pues quedaría todo invalidado si prescindimos de ella a la hora de construir la salida.
La democracia está mellada. La clase política lesionada, muchos de ellos se olvidaron de atender los problemas de los ciudadanos, y ya no saben dónde meter el termómetro para medir la temperatura de lo que pasa en la calle. Preocupados en otros cantares, dejaron de lado para lo que verdaderamente sirven. Y es por eso que despiertan entre la ciudadanía una sensación de desafección. El ciudadano cada vez se siente más alejado y tiene la sensación ya no de que está mal representado, sino de que ya no se ve representado. La ciudadanía necesita caras nuevas que allanen el camino, voces llenas de propuestas.
No hay que caer en el error infantil de culpabilizar sólo a un sector de esta crisis, aunque la paguen los de siempre. No se puede olvidar que también es una crisis de valores anterior. Puede que esto sea lo que más urja estructurar; aquí entramos todos. Como sostiene Adela Cortina “si estamos de acuerdo en que eso es lo que queremos y educamos en una cultura de la responsabilidad, del trabajo bien hecho y de esa excelencia que consiste en poner de sí mismo para beneficio compartido”, quizá ése sea el camino más directo.
La autocrítica es el primer paso para reparar los efectos de la crisis. El espíritu inconformista y la reflexión interior serán importantes para extender lo necesario y vital de este cambio para nuestras democracias, para nosotros mismos, para los que están por llegar.
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