WASHINGTON -- Fue gratificante escuchar a un líder despótico culpar a Estados Unidos de la aparición de un movimiento de protesta democrática contra su régimen.
Vladimir Putin, primer ministro ruso, quiere que los suyos crean que los que han tomado las calles para expresar su indignación por las elecciones fraudulentas no son sino herramientas de la política exterior norteamericana, puestas en marcha por la Secretario de Estado Hillary Rodham Clinton nada menos.
"Ella marca la tónica de algunas de nuestras figuras públicas dentro del país, les envió una señal", decía Putin, ofreciendo una teoría conspirativa sacada directamente de una mala cinta de suspense. "Ellos captaron esta señal e iniciaron una labor activa con apoyo del Departamento de Estado de los Estados Unidos". ¿Esto lo saca el ex agente del KGB que dirige Rusia de sus viejas notas de la Guerra Fría?
La primera semana de diciembre fue un momento extraordinario para la Clinton. No sólo anunció que las elecciones rusas no fueron "ni libres ni justas" y criticaba a los gobiernos por "no imputar a los que atacan a la población por ejercer sus derechos o denunciar abusos". También pronunciaba el que se considerará un discurso histórico dirigido al grupo de las Naciones Unidas reunido en Suiza describiendo a gays y lesbianas como "la minoría invisible".
¿Quién creía que un líder estadounidense diría alguna vez lo siguiente?
"Constituye una violación de los derechos humanos que se apalee o se asesine a gente a causa de su orientación sexual, o porque no satisfaga normas culturales relativas al aspecto o el comportamiento de hombres y mujeres. Constituye una violación de los derechos humanos que los gobiernos declaren ilegal ser homosexual, o que permitan salir impunes a los que atacan a los homosexuales".
Sus palabras me hicieron desear levantarme y cantar el estribillo de aquella canción que siempre se interpreta en las convenciones Republicanas: Me enorgullece ser estadounidense.
Algo importante ha sucedido a la política exterior del Presidente Obama. Durante bastante tiempo tras llegar a la administración, muy pocas veces habló de derechos humanos ni utilizó la palabra "democracia". Tras los años de George W. Bush, se centró en reconstruir alianzas y maniobrar en favor de un uso de la fuerza estadounidense más comedido y prudente en la misma medida. Era un enfoque mucho más próximo al realismo a la vieja usanza practicado por el primer Presidente Bush.
En conjunto, fue un cambio a mejor. Pero durante un tiempo, parecía que la administración había decidido que dado que el segundo Presidente Bush utilizó la promoción de la democracia como excusa para una guerra equivocada en Irak, hablar demasiado de democracia podía ser malo. Era la conclusión equivocada. Los que se consideran progresistas nunca debieron evitar sus obligaciones para con la democracia -- hasta existiendo límites tanto morales como potenciales a la capacidad de América de imponerla a los demás.
Esto está evolucionando, como deja patente la excelente semana de la Clinton. Al igual que Bush padre, Obama sigue siendo un realista de la política exterior, pero la Primavera Árabe podría haberle alentado a pronunciarse de forma abierta todavía más contundente en materia de democracia y derechos humanos. La intervención de Libia -- estudiada y limitada pero eficaz -- fue el momento de inflexión.
Lo que el presidente persigue se describe mejor como "realismo democrático", aunque a lo mejor es irónico que este término fuera popularizado primero por mi colega del Washington Post Charles Krauthammer, un conservador que es un agudo crítico de Obama.
En un discurso del año 2004 pronunciado en el American Enterprise Institute, Krauthammer definía de esta forma el realismo democrático: "Apoyaremos la democracia en cualquier parte, pero solamente vamos a comprometer efectivos y recursos en los lugares donde exista una necesidad estratégica -- lo que significa lugares capitales para la guerra general contra el enemigo existencial, el enemigo que plantea una amenaza global mortal a la libertad".
No es mala formulación, incluso si Krauthammer y yo podemos discrepar a tenor de sus implicaciones de cara a nuestra intervención en Irak y las connotaciones de ese término "existencial".
Lo que Obama no practica definitivamente es "el apaciguamiento", la bochornosa acusación que salió de un Mitt Romney dispuesto a decir cualquier cosa para apaciguar a una derecha Republicana que hasta la fecha le ha rechazado.
Obama ofrecía una réplica devastadora: "Que pregunte a Osama bin Laden y a los 22 de los 30 líderes de al-Qaeda que han dejado de combatir si yo practico o no el apaciguamiento". Diga lo que quiera de la política exterior de Obama, viene teniendo bastante claro quién es el enemigo. Si queremos un debate constructivo de la política exterior, prescindamos de la insensatez del apaciguamiento y discutamos en su lugar de realismo democrático, de lo que significa, y de si es o no la idea idónea para sustentar la política estadounidense.
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