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Unicef, a tope power

Informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2011
Xavier Grau
miércoles, 14 de diciembre de 2011, 08:12 h (CET)

En Durban a esta hora llueve ligeramente y el termómetro señala veintidós grados. En mi pueblo, Cubelles, Barcelona, el termómetro no pasa de los once grados. La brisa del mar impregna el ambiente de humedad y hace un frío que pela.

Pero en medio del parque, en el centro justo, bajo la potente iluminación de dos altísimas columnas de focos, una pareja de jóvenes ríe y se abrazada. No por el frío, creo. Por la excusa del frío, seguro.
Max, el labrador negro, se acerca corriendo a curiosear. Entre ambos cuerpos –ella con un chándal rojo muy llamativo, él con cazadora marrón- no cabe ni el aire helado. El móvil sí. Los adolescentes de hoy han inventado la nueva fórmula de la intimidad globalizada: consiste en compartir el filete con el novio o la novia, o viceversa, y retransmitirlo en tiempo real al mundo pero básicamente a @juani, @pedromari @carles  y en caso de duda a @todalapeña.

En estos años de crisis económica y guerra de valores pienso que son los jóvenes como estos dos, abrazados en centenares, en miles, en millones de parques del mundo los que van a salvarnos de la quema final. Eso si, como proclama Unicef en su informe  Estado Mundial de la Infancia 2011, nos convencemos de que la adolescencia es la época de oportunidades para este convulso siglo XXI. Y para todo el Planeta, que no es poco.

Las dos criaturas del parque no notan el frío en el aire. Es su mejor aliado para el arrumaco. Por eso creo que más les vale a los de Durban acertar con las nuevas recetas para preservarnos del cambio climático: con más calor quizá se gana pasión pero se pierde complicidad.

Nueve de cada diez adolescentes de los países en vías de desarrollo necesitan que les garanticemos en la cumbre de Durban o en la de Fuencarral, que no vamos a reventar sus bosques, a pudrir sus mares y a intoxicar sus pozos para ver repuntar el Ibex en el telediario. Ya bastante daño estamos haciendo condenando a más de ochenta millones de adolescentes a vagar por el mundo sin trabajo.

La chica del chándal rojo coloca las rodillas sobre el banco del parque. El chaval, más curioso, le susurra algo al oído y ella sigue soltando carcajadas. Me convenzo de que sólo ellos y su generación pueden sacarnos del atolladero en el que los listos del capitalismo sin límites y sus herederos nos han metido mientras todos hemos estado mirando a otro lado. Más madera, que es la guerra; más especulación, ¡que esto es jauja!

Unicef indica que tenemos señales para el optimismo. El mundo ha reducido un 33% la mortalidad infantil desde 1990 y hace llegar enseñaza primaria, agua potable y vacunas a millones de niños que antes de esa fecha morían sin llegar a cumplir un añito.

En eso debe de consistir la civilización: mientras dos jovenzuelos coquetean y se besan en una helada noche de diciembre sin sentir ni un atisbo de frío y a su rollo… el mundo vela por ellos. Y por nosotros, que falta nos hace.

El medio ambiente, la salud, la educación, la pobreza, la violencia y la falta de paz son las cuestiones que, según Unicef, más preocupan a los millones y millones de adolescentes del Planeta que lo viven a diario como usted y yo vivimos la obscena cantinela de la deuda –¿o debería decir vergüenza?- soberana.

Ahí va la verdadera vergüenza soberana:

Más de cuatrocientos mil adolescentes mueren en el mundo por simples accidentes evitables, seis de cada diez chichas jóvenes de Mali, Senegal y Ghana conviven con la anemia crónica, más de setenta millones de adolescentes no tienen acceso a la educación secundaria y las enfermedades sexuales se cargan a millones de niñas en un abrir y cerrar de la Bolsa de Tokio mientras el Nikkei ni parpadea. Una de cada tres adolescentes de los países en desarrollo –China al margen- se casa antes de los 18 años y la mutilación femenina sigue vigente en 29 países. En Sudáfrica, Namibia, Swazilandia, Haití y Ucrania los varones entre 15 y 19 años arriesgan su vida en relaciones sexuales de alto riesgo.

Llamo al labrador, que merodea de nuevo junto a la pareja del parque, y pienso en cuantos millones de parejas como ésta están privadas de su libertad, de sus afectos y de sus sentimientos. Sólo en Asia oriental y el Pacífico tenemos contabilizados 329 millones de jóvenes entre 10 y 19 años y en Asia meridional otros 325 millones según datos de la ONU. ¿Diseñaremos el futuro sin hacerles caso?

Siento frío. Me abrigo con la bufanda. Silbo al labrador negro y para mis adentros rezo para que el joven de la cazadora marrón no descubra mi presencia y me parta la cara por dejarles un mundo hecho unos zorros en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Me alejo confiando en el trabajo de Unicef pero pensando en la letra del último tema de Rihanna que escucha en su ipod la chica del chándal rojo:

“Y estamos uno al lado del otro,
lo que necesitamos es volver a la vida.
Encontramos el amor en un lugar sin esperanza”

Así suena en el móvil de la pareja, entre los dos cuerpos y en una noche de hielo, su música y su vida: a tope de power. ¿Alguien más a la escucha?

Xavier Grau
Periodista

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