En el deporte de la canasta, las apreturas del calendario a
nivel de clubes ejercen una tiranía incuestionable con respecto a las
selecciones nacionales, obligadas a concentrar todo su trabajo en unas pocas
semanas consecutivas de cada verano en las que los combinados preparan y juegan
los grandes torneos internacionales. En ese pequeño lapso de tiempo jugadores y
entrenadores están obligados a transmitir, asimilar y pulir una ingente
cantidad de conceptos que en otros deportes son introducidos con mayor
gradualidad.
2011 ha
sido el año del Eurobasket de Lituania, por lo que hacer un balance del papel
de la selección española en dicho torneo es hacerlo inequívocamente del año en
su conjunto. En ese sentido, el año que acaba ha vuelto a ser histórico para
nuestro baloncesto.
Los de Sergio Scariolo llegaban al país báltico con el
objetivo de revalidar el título de campeones de Europa logrado en 2009, en una
competición en la que, si bien España volvía a ser la máxima favorita, el nivel
global de sus rivales había aumentado sensiblemente.
El hecho de que fuese un Eurobasket valedero para lograr
plaza en los J.J.O.O. de Londres sedujo a la mayoría de estrellas que pueblan
la NBA y que, por normal general, son bastante reticentes a disputar estos
torneos internacionales, bien por propia iniciativa o por la presión de las
franquicias para las que disputan la liga americana, temerosas de que sus
jugadores puedan sufrir lesiones o el simple desgaste físico propio del deporte
de élite.
No sin ciertas dificultades en el inicio del campeonato,
como siempre le ha ocurrido a la selección cuando ha estado entrenada por
Sergio Scariolo, España fue creciendo a medida que la exigencia impuesta por los
rivales aumentaba y gradualmente fue redimensionando su estilo hasta cargar
todo el juego (que no la anotación) en los tres colosos de los que disponía el
técnico italiano bajo los aros: los hermanos Gasol y Serge Ibaka. Fue así
cuando se vio a la mejor versión de este equipo, con un juego interior
imparable que atraía muchísima atención defensiva y permitía tiros liberados en
el perímetro a jugadores como Navarro y Rudy, a los que no se les puede dar ni
un metro.
Superada una primera fase en la que España vencía sus partidos
sin excesivo brillo y apoyándose en tener los jugadores más resolutivos de todo
el campeonato, la derrota frente a Turquía de la segunda fase, en un partido en
el que dejaron escapar una cómoda renta en un último cuarto para olvidar, puso
en alerta a toda la expedición. Fue a partir de ese momento cuando se vio a la
selección española más intratable, la que trituraba a cualquier rival que se
interponía en su camino.
Tras deshacerse con facilidad de Eslovenia en cuartos de
final y encontrando más resistencia de la esperada en las semifinales contra
Macedonia (la verdadera revelación del Eurobasket que, desgraciadamente, no
pudo ver culminado su excelente torneo con una medalla), España se medía en la
gran final a la Francia de Tony Parker. No era la primera vez que ambos
conjuntos se enfrentaban en este torneo, ya que en el último partido de la
segunda fase, con ambos equipos ya clasificados para los cruces, los de
Scariolo destruyeron a la tricolor (que para aquella ocasión decidió reservar a
Noah y Parker) por 69-96.
Cada partido es una historia completamente diferente y era
evidente que nada tendría que ver el partido de unos días antes con toda una
final, ya con una Francia que tenía a disposición a todos sus efectivos. Sin
embargo, España supo imponer su ritmo desde el comienzo y logró llevar la
iniciativa en el marcador durante todo el partido, desgastando psicológicamente
a un equipo francés obligado a remar contracorriente para no irse
definitivamente del partido. Al final, el carácter díscolo de gran parte del
combinado galo hizo mella en el rendimiento del grupo y España disfrutó de un
plácido final de partido que les coronaba, por segunda vez consecutiva, como
mejor equipo de Europa.
Tan irrefutable triunfo viene a confirmar y agrandar la
consideración de España como potencia europea baloncestística (casi hegemónica
en la actualidad). El oro de Lituania supone, además, agigantar un mito
viviente como es el actual equipo y los jugadores que lo conforman. La racha
triunfal comenzó en 2006 con el oro en el Mundial de Japón, pero los éxitos
actuales empezaron a cosecharse mucho antes. 1999 fue clave para el devenir del
baloncesto español. Aquel año saltó a escena la generación de los juniors de
oro, dando la sorpresa en el Mundial de Portugal ganando en la final a Estados
Unidos, y además, la selección absoluta volvió al primer plano del baloncesto
internacional al lograr la plata en el Eurobasket de Francia tras una aciaga
década de los 90.
Desde entonces, España no ha fallado a su cita con las
medallas en un campeonato de Europa, permitiendo a las estrellas emergentes
incorporarse a un grupo con dinámica ganadora y aspiraciones. Los jugadores y
cuerpo técnico de aquellos equipos embrionarios de la actual selección también
merecen, por lo tanto, un amplio reconocimiento.
Centrándonos en una visión más específica de los roles
desempeñados por miembros del equipo español, cabría destacar en primer lugar,
y sin ningún género de dudas, a Juan Carlos Navarro. Si bien antes hemos
comentado que España fraguó su triunfo en la calidad y profundidad de su juego
interior, hay que ponerle a este factor un asterisco: el impresionante
rendimiento del jugador del Barça Regal.
El escolta catalán ha aceptado durante todos estos años el
rol de escudero de Pau Gasol en la selección española con paciencia y lealtad,
siendo consciente de que había tenido la suerte y la desgracia de coincidir en
el espacio y en el tiempo con el jugador que le estaba arrebatando la
presumible consideración de mejor jugador de la Historia del baloncesto
español. En Lituania se hizo justicia y tras una serie de actuaciones estelares
(especialmente en el partido de primera fase contra la selección anfitriona y
en las semifinales contra Macedonia) fue reconocido como MVP del torneo.
Hasta el Eurobasket 2011, mucho se había hablado de la
incompatibilidad de los hermanos Gasol cuando ambos coincidían en pista. Un
servidor escribió en este mismo medio que era presumible que Pau y Marc no iban
a compartir demasiados minutos teniendo un tercer hombre en la pintura de
indudables garantías como era Serge Ibaka. Afortunadamente tal circunstancia no
se produjo y los hermanos Gasol han dado, por fin, el rendimiento que se podría
esperar de ambos en el poste, resultando ser una pareja colosal e
inconmensurable para el resto de equipos. Seguramente ha sido tal circunstancia
la que ha impedido brillar a Ibaka como en un primer momento cabría esperar.
Muy pendientes estuvimos también de la evolución de Felipe
Reyes, que tuvo que afrontar la pérdida de su padre a pocos días del inicio del
torneo. Felipe, en un despliegue de pundonor y profesionalidad que en el fondo
no fue sorpresivo, rindió con la casta y la garra a la que nos tiene
acostumbrados.
En el apartado menos positivo de este 2011 para la selección
podríamos destacar el escaso (por no decir nulo) protagonismo de que ha vuelto
a disfrutar Victor Claver. Ya es la tercera gran competición consecutiva en la
que Sergio Scariolo asigna al alero valenciano un papel residual en la
selección española, una verdadera lástima teniendo en cuenta la calidad que
atesora un jugador con unas características que no abundan en demasiados
jugadores que puedan acudir a la llamada de la selección española.
Algo parecido podría decirse de Carlos Suárez, si bien el
caso del jugador del Real Madrid es bastante más grave. Por tercer año
consecutivo el jugador formado en la cantera de Estudiantes se quedó a las
puertas de estar entre los 12 seleccionados para acudir a Lituania. Cansado y
frustrado ante tal situación, Suarez estalló y realizó unas incendiarias
declaraciones que pueden haber hipotecado sus opciones de acudir a los Juegos
Olímpicos de Londres.
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