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Newt y la venganza del electorado

E. J. Dionne
jueves, 29 de diciembre de 2011, 08:06 h (CET)
WASHINGTON -- Constituye una de las verdaderas delicias de una campaña presidencial Republicana barrocamente entretenida contemplar el miedo paralizante y el rechazo que suscita Newt Gingrich entre tantos Republicanos convencionales. Le tratan como un cuerpo alienígena cuyo enfoque sobre la política ellos han rechazado siempre.

En realidad, el apogeo de Gingrich es la venganza de un electorado Republicano que se toma en serio la intensa hostilidad hacia el Presidente Obama, las acusaciones volátiles vertidas contra los izquierdistas y la división maniquea del mundo entre "ellos" y "nosotros" que su partido ha venido predicando en interés del triunfo electoral.

Los incondicionales de la derecha saben que Gingrich es pionero en este estilo de política, y se ríen de los esfuerzos por presentar al antiguo presidente de la Cámara como otra cosa que un "conservador honesto". Ellos se conocen el percal.

La institución estaba encantada de utilizar las tácticas de Gingrich para ganar elecciones, pero nunca esperó perder el control del partido frente a los votantes a los que concentró con negatividad tan sustancial. Ahora los que manipularon al electorado son los que no se ríen. El electorado contraataca, y Newt es su arma pesada.

No es que las críticas que se están vertiendo contra Gingrich anden desencaminadas. Por el contrario, hay un aire de importancia extravagante y una inquietante sensación mesiánica en torno a su persona. "Yo soy la figura transformadora" ha manifestado. Explica el odio de sus enemigos como derivado del descubrimiento de que "soy sistemáticamente útil a la hora de cambiar nuestro mundo". También ha afirmado: "Tengo una enorme ambición personal. Quiero mover el planeta entero. Y lo estoy haciendo".

Pero aguarde un momento: Gingrich ofreció el primer grupo de ideas en 1994 y hablaba de mover el planeta ya en 1985. Newt, en otras palabras, lleva tiempo siendo Newt. Pero muchos de los mismos conservadores a los que ahora les repugna tanto le jaleaban por las mismas cualidades cuando fue su instrumento para hacerse con el control de la Cámara de Representantes en 1994. Los izquierdistas que criticaban estos rasgos de Gingrich allá por entonces eran rechazados con horror por "no pillarlo", por no comprender el genio del caballero. Solamente a estas alturas, cuando Gingrich pone en peligro las esperanzas Republicanas de derrotar a Obama, los barones del partido deciden que lo que en tiempos consideraron confianza visionaria es, en realidad, arrogancia debilitante.

Gingrich tiene fama de ser duro con sus rivales y demasiado rápido al verter acusaciones desproporcionadas. En realidad ha sido bastante honesto en su enfoque de no hacer prisioneros en política.

"Uno de los grandes problemas que hemos sufrido en el Partido Republicano… es que animamos a ser despiertos, obedientes y leales e incondicionales, y todas esas palabras de los Boy Scout que suenan estupendamente en torno a la fogata del campamento pero que son desastrosas en política... Libramos una guerra. Es una guerra por el poder… No se trata de educar. Ése no es su cometido. ¿Cuál es el principal objetivo de un líder político? Construir una mayoría".

Eso decía Gingrich en 1978 según el periodista John M. Barry en su excelente obra "La ambición y el poder", un libro acerca de la caída del antiguo presidente de la Cámara Jim Wright y del papel que jugó Gingrich a la hora de tumbarlo. De nuevo, Gingrich es una figura totalmente consistente. El tipo que se ve ahora mismo es el mismo tipo que siempre predicaba el enfoque del ataque por saturación aplicado a la política.

Y siendo sinceros, la formación hizo propio su enfoque. Si desacreditar el servicio militar de John Kerry en el sureste de Asia a través de falsos ataques en 2004 era lo que hacía falta para volver a elegir a un presidente que no fue a Vietnam, qué más da. Los convencidos de las virtudes del Boy Scout no entran en política, ¿no?

A lo mejor la institución todavía logra bloquear a Gingrich. Hay desde luego las contradicciones suficientes en su trayectoria, y lleva más bagaje que el mozo de la recepción de un hotel. Cuando el National Review, guardián de la norma ideológica conservadora, criticaba hace poco a Gingrich por "su impulsividad, su grandiosidad, su debilidad por las ideas cogidas con alfileres (y no particularmente conservadoras)", sus editores recitaban el catecismo que los críticos de él escribieron hace tiempo. Es el nuevo Newt, idéntico al viejo Newt.

Este rasgo dota a Gingrich de una integridad peculiar, palabra que me doy cuenta es problemática de aplicar a una figura tan polémica. Es el mismo que ha sido siempre y que será. El electorado sabe esto y les cae bien por ello. Pero para los líderes Republicanos, Gingrich se ha convertido en un incordio. Es el invitado bocazas que autoinvitándose trata de colarse en el club de campo. Los esfuerzos por boicotear a Newt Gingrich serán el próximo sainete de esta fascinante tragedia de campaña electoral.

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