También fue un día que llegó tarde para muchas familias. De lo que no hay duda es que el final de ETA es un hito sobre el que se ha teorizado, luchado y que, aún así, pilló a muchos millones de ciudadanos totalmente por sorpresa.
El final de un conflicto con el que hemos convivido tanto tiempo no podía estar exento de reacciones diversas. Entre la alegría y el alivio, la rabia por el retraso con el que llega para miles de afectados directos o indirectos, quiero centrarme hoy en una de las reacciones – comprensible en su totalidad – que más me preocupa. Esta es, la desconfianza y el miedo a que esta vez tampoco sea la definitiva.
Hay antecedentes para temer que no lo fuera, claro que los hay. Hay argumentos para dudar, claro que los hay. Sin embargo opino que, ante cambios tan trascendentales, por razones de ecología emocional para con nosotros mismos, deberíamos intentar cambiar el chip y no coartar los sentimientos de alegría, alivio e ilusión que en el fondo nacen en cada uno de nosotros, sólo porque antes hubo antecedentes de que puede ser mentira. En alguno de los libros de Eduardo Punset, o en algún ensayo sobre el cerebro, hemos podido saber que el ser humano, a diferencia de otros seres vivos, tiene la peculiaridad de no gestionar bien la duración de sus momentos de estrés. Por ejemplo, un primate no vive el día preocupado ni estresado ante la posibilidad de lluvia. Cuando llueve, el breve momento de estrés que vive le permite moverse rápido para buscar donde refugiarse y, una vez cesa la lluvia, el estrés desaparece automáticamente. Sin embargo, es fácil imaginar a alguien (un ser humano) argumentando una profunda preocupación (estrés) ante la posibilidad de que llueva. Durante el citado fenómeno atmosférico esta persona se estresa, más incluso que el primate, pues alimenta su estrés con el refuerzo hacia su ego al comprobar que “ya lo decía yo”. Lo que es curioso, y este es el punto de interés del ejemplo, es que esa persona sigue estresada por algún tiempo aún cuando el sol y el buen tiempo se abren paso. En este caso el estrés llegará en forma de un extraño regocijo al rememorar lo mal que lo ha pasado y la mala suerte que ha tenido con la lluvia caída – “Ay que ver la que ha caído, ha pasado tal, ha pasado cual, qué mala suerte…” ¿Vemos la conexión con el cese de la violencia y el final de ETA?
No estoy enajenado y niego de forma autómata que haya razones para dudar, sino que animo a romper el ciclo, a iniciar una espiral en sentido opuesto. El optimismo, como se puede entender en la obra de Luís Rojas Marcos, “no es un mero ejercicio mental o intelectual, sino una fuerza que nos ayuda a conquistar metas, a resistir la desgracia, a vencer la enfermedad, a relacionarnos con los demás” – citando literalmente.
En definitiva si realizamos un ejercicio de reflexión podremos ver como reproducimos respuestas automáticas aprendidas durante los años de dolor e incertidumbre. De hecho, la sensación de indefensión prolongada es uno de los ingredientes que ha minado nuestra capacidad de pensar en positivo. Cuando espetamos un triste “¿y si es mentira?” estamos perpetuando el ciclo del miedo, para el que casi toda persona a la que se le lance esa pregunta tiene respuesta. La que sea, pero tiene su respuesta. Curiosamente, estamos a tan sólo una palabra de cambiar el panorama y plantearnos “¿y si es verdad?” – El sólo hecho de formular la pregunta y obligarnos a construir una respuesta bien articulada y sincera en sentido positivo, pone en marcha circuitos y emociones mucho más saludables para la persona y la sociedad en general. A fin de cuentas siempre existe la última bebida de alguien que sufre adicción al alcohol, o la última dosis de cualquier droga que la persona adicta establece como definitiva, y sobre la que sólo se focalizará en avanzar hacia mejor. Claro que hay riesgo de recaída, pero es nuestra obligación como seres humanos darnos el voto de confianza y superar nuestra adicción al miedo.
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