Marines (infantes de marina) que son testigos a actos despreciables cometidos por otros marines y se lo callan; sus oficiales, sabedores de esos hechos que permiten o encubren tal criminal o vil comportamiento, con esa actitud “ético-criminal” de que “en guerra, la mierda ocurre” mientras que la nación prefiere actuar como Poncio Pilatos.
Hillary Clinton, casi todos en el gobierno y los hipócritas del Pentágono no deben actuar sorprendidos ante el comportamiento indignante y desdeñoso de esos cuatro marines de Camp Lejeune profanando los cadáveres de talibanes. Los cuatro han recibido el mismo entrenamiento y lavado de cerebro que los otros 200.000 infantes en activo, o el más de millón y medio de guerreros que suman nuestra fuerza policial a lo ancho y largo del imperio.
No, el Cuerpo de Infantes de Marina no les enseña a actuar de forma tan baja y despreciable, ningún cuerpo militar lo hace; pero tampoco les enseña a no hacerlo, o demanda de ellos una conducta honorable bajo el escrutinio y cumplimiento ante sus iguales. Es ahí donde está el problema, la conducta honorable cediendo el paso a la amistad y camaradería entre militares, especialmente marines. Y no solamente esa conducta de honor, sino también una conducta humana y moral.
Estos no son casos aislados que ocurren; tan solo aislados en cuanto a su descubrimiento, tal frecuencia una fracción minúscula de las veces en que ocurren. Pregúntale a cualquier militar. Yo lo he hecho, y observado como militar aun en tiempo de paz. Si las academias militares no demandan o hacen cumplir tal conducta para sus futuros oficiales, es ridículo que pidamos más del personal alistado.
Los derechos humanos y la dignidad nunca han sido parte del código militar de ética, ni para oficiales ni para los alistados. De hecho, la ética suele crear obstáculos para el cumplimiento efectivo de una misión militar no importa como intentemos racionalizar el comportamiento de los soldados, lo adornemos, o tratemos de buscar gloria donde no la hay. La ciudadanía estadounidense, semejante a la de cualquier otra nación, se conforma con que sus militares se rijan por esa terminología imprecisa e irrelevante, tal como existe en la Academia Militar de West Point: “Deber, Honor y Patria”.
El Código de Honor de los cadetes de West Point, similar al de las otras academias militares, dice que “Un cadete no mentirá, engañará, o robará...” pero hasta 1970, tras el comportamiento criminal en Vietnam hecho saber por los soldados que regresaban de Vietnam, no añadió a ese lema “... o tolerará a aquellos que lo hagan”. Y, como evidenciamos en el escándalo de Anápolis (Academia Naval) hace dos décadas (copiar en los exámenes), la lealtad equivocada hacia sus camaradas persistió sobre el código de conducta. Y no importa cuantas vueltas demos al asunto, la realidad es irrefutable.
De cualquier forma, este problema de comportamiento tiene menos que ver con honor que con moralidad, dos cosas que tendemos a usar indistintamente. Nuestro propio “Sabio de Baltimore”, H. L. Mencken dio en el clavo al decir que “la diferencia entre un hombre moral y un hombre de honor es que este ultimo lamenta un acto vergonzoso, aun cuando tal ha sido efectivo y no se ha descubierto” [Chrestomacy 617].
Barry McCaffrey, un general de cuatro estrellas, jubilado y analista militar en televisión, comentó sobre este incidente de los marines aludiendo que soldados bajo circunstancias similares [se asume que en el frente] caminan por senda estrecha entre ser normales o convertirse en “animales”. Creo que quiso decir “irracionales”, ya que los animales siguen su comportamiento normal, raramente desviándose de él.
Eso me trae al mejor amigo del hombre: el perro. Por razones suyas, invalidas y repugnantes para muchos de nosotros, algunos han decidido el criar y entrenar perros con características indeseables, como la ferocidad en combate e instinto asesino. Los norteamericanos han obtenido un gran éxito en este aspecto con el Pit Bull Terrier. Y ahora, como nación estamos haciendo lo mismo con esa parte de nuestra juventud que se alista como militar, y a la que mandamos a esas guerras ilegitimas – sin acceder a que pueda haber guerras legítimas. Nuestros reclutas y oficiales jóvenes (bajos mandos) se han convertido en nuestros pitbull que mandamos a la guerra, mientras que la plana mayor militar y el pueblo en general sirven de adiestradores, directamente responsables de sus actos amorales.
Nadie en el mundo va a tragarse esa hipocresía defensiva que tomamos en este incidente, Madame Clinton. Si no queremos que “la mierda ocurra” debemos terminar con estas guerras. Aun mejor, digamos al mundo que nuestra hipocresía ha llegado a su fin cambiando el nombre de nuestro Departamento de Defensa, a lo que verdaderamente es, Departamento de Guerra.
|