WASHINGTON -- No constituye ninguna sorpresa que Romney se haya visto obligado a bajarse
de la burra de su postura inicial de que no iba a facilitar sus
declaraciones tributarias; las únicas preguntas, en lo que a mí concierne,
eran en qué momento cedería y -- todavía en el aire -- cuántos ejercicios
tributarios haría públicos.
No sorprende a nadie que el tipo impositivo de Romney -- en el margen del
15%, decía el otro día -- sea tan bajo. Dado que estará usted mirando la
instancia W2 que le envía Hacienda y se estará maravillando (o más
probablemente, echando pestes) del mordisco que le mete el estado, piense
en el 15% de Romney y pregúntese: ¿Es justo? ¿Es imprescindible para
alentar la inversión, la innovación y la creación de empleo? Warren Buffett
tiene la respuesta: No.
Pero estoy divagando. La verdadera sorpresa del episodio de las
declaraciones todavía sin resolver es la cuestión de que la salida a la luz
de las declaraciones fiscales fuera a la vez tan predecible y tan mal
gestionada.
Es una norma sabida de la política presidencial que los candidatos
enfrentan enormes presiones para sacar a la luz sus declaraciones,
presiones que crecen cada jornada que se aproximan a la candidatura. Tratar
de desafiar este hecho es inútil: que pregunten a Hillary Clinton en el año
2008. Se puede hacer después de semanas de castigos en los medios o de los
rivales de uno, o puede ahorrarse el dolor y el consiguiente daño a la
imagen.
Si yo fuera asesora de Romney, habría sugerido que la descarga documental
se produjera en un espacio en el que la prensa hubiera estado ocupada en
otra cosa y no habría estado en posición de prestar gran atención. El
discurso de Nochevieja en Des Moines, por ejemplo.
En lugar de eso, Romney anunció primero que no facilitaría la información.
"Nunca digas de este agua no beberé, pero yo no tengo intención de
hacerlo", decía en NBC News el mes pasado -- y enseguida, como era de
esperar, pasaba las semanas siguientes distanciándose de ese anuncio.
Para el momento del debate de la noche del lunes en Carolina del Sur,
Romney buscaba con desesperación el momento de llevar a cabo, a duras
penas, la difusión de sus declaraciones fiscales de abril: "Pero, ya sabe,
si ésa es la tradición no podía ir en contra, el tiempo hablará", decía.
"Pero anticipo que lo más probable es que me pregunten alrededor de abril y
voy a dejar eso ahí".
Por Dios bendito, como diría Romney. Si vas a decir que sí, suéltalo y deja
de dar rodeos.
Vuelto a preguntar, Romney iba un pasito más allá. "Me parece que he
escuchado lo suficiente a la gente que dice, oiga, queremos ver sus
declaraciones fiscales. No hay nada en ellas que sugiera que haya algún
problema y estoy encantado de hacerlo", decía. ¿Encantado, de verdad? No me
lo parecía.
Hacia la mañana del martes, Romney había vuelto a tropezar al reconocer que
su tipo impositivo ronda el 15%. Ah, y también -- ¿se tropieza una tercera
vez en la misma piedra? -- Romney describía los 374.327 dólares que ganó en
concepto de minuta de conferenciante como "no mucho".
Al preferir arrancarse la tirita con dolorosa lentitud, Romney se ha
garantizado la máxima atención sobre la cuestión de sus declaraciones
fiscales. De ahora en adelante la veremos en muchísimas elecciones. ¿Qué
pasará en abril -- canales del cable que emiten la cuenta atrás del momento
de la difusión de su declaración?
Viene siendo interesante contemplar a los rivales Republicanos de Romney
hacer el trabajo sucio de la campaña Obama a la hora de dar una paliza a
Romney por su paso por la empresa Bain Capital. El daño no era previsible
del todo -- Bain es un objetivo electoral genérico evidente, pero no una
polémica imprescindible de las primarias Republicanas -- y tampoco era
autoinfligido.
No se puede decir lo mismo del tema de las declaraciones de Romney. En
alguna parte de la Casa Blanca, el estratega de la campaña Obama David
Plouffe lleva una sonrisa de oreja a oreja.
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