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El caso de las devoluciones de Hacienda

¿Cómo puede haberla pifiado de forma tan chapucera una campaña tan bien gestionada como la campaña del candidato conservador Mitt Romney a cuenta de sus declaraciones de Hacienda?
Ruth Marcus
lunes, 23 de enero de 2012, 07:46 h (CET)
WASHINGTON -- No constituye ninguna sorpresa que Romney se haya visto obligado a bajarse de la burra de su postura inicial de que no iba a facilitar sus declaraciones tributarias; las únicas preguntas, en lo que a mí concierne, eran en qué momento cedería y -- todavía en el aire -- cuántos ejercicios tributarios haría públicos.

No sorprende a nadie que el tipo impositivo de Romney -- en el margen del 15%, decía el otro día -- sea tan bajo. Dado que estará usted mirando la instancia W2 que le envía Hacienda y se estará maravillando (o más probablemente, echando pestes) del mordisco que le mete el estado, piense en el 15% de Romney y pregúntese: ¿Es justo? ¿Es imprescindible para alentar la inversión, la innovación y la creación de empleo? Warren Buffett tiene la respuesta: No.

Pero estoy divagando. La verdadera sorpresa del episodio de las declaraciones todavía sin resolver es la cuestión de que la salida a la luz de las declaraciones fiscales fuera a la vez tan predecible y tan mal gestionada.

Es una norma sabida de la política presidencial que los candidatos enfrentan enormes presiones para sacar a la luz sus declaraciones, presiones que crecen cada jornada que se aproximan a la candidatura. Tratar de desafiar este hecho es inútil: que pregunten a Hillary Clinton en el año 2008. Se puede hacer después de semanas de castigos en los medios o de los rivales de uno, o puede ahorrarse el dolor y el consiguiente daño a la imagen.

Si yo fuera asesora de Romney, habría sugerido que la descarga documental se produjera en un espacio en el que la prensa hubiera estado ocupada en otra cosa y no habría estado en posición de prestar gran atención. El discurso de Nochevieja en Des Moines, por ejemplo.

En lugar de eso, Romney anunció primero que no facilitaría la información. "Nunca digas de este agua no beberé, pero yo no tengo intención de hacerlo", decía en NBC News el mes pasado -- y enseguida, como era de esperar, pasaba las semanas siguientes distanciándose de ese anuncio.

Para el momento del debate de la noche del lunes en Carolina del Sur, Romney buscaba con desesperación el momento de llevar a cabo, a duras penas, la difusión de sus declaraciones fiscales de abril: "Pero, ya sabe, si ésa es la tradición no podía ir en contra, el tiempo hablará", decía. "Pero anticipo que lo más probable es que me pregunten alrededor de abril y voy a dejar eso ahí".

Por Dios bendito, como diría Romney. Si vas a decir que sí, suéltalo y deja de dar rodeos.

Vuelto a preguntar, Romney iba un pasito más allá. "Me parece que he escuchado lo suficiente a la gente que dice, oiga, queremos ver sus declaraciones fiscales. No hay nada en ellas que sugiera que haya algún problema y estoy encantado de hacerlo", decía. ¿Encantado, de verdad? No me lo parecía.

Hacia la mañana del martes, Romney había vuelto a tropezar al reconocer que su tipo impositivo ronda el 15%. Ah, y también -- ¿se tropieza una tercera vez en la misma piedra? -- Romney describía los 374.327 dólares que ganó en concepto de minuta de conferenciante como "no mucho".

Al preferir arrancarse la tirita con dolorosa lentitud, Romney se ha garantizado la máxima atención sobre la cuestión de sus declaraciones fiscales. De ahora en adelante la veremos en muchísimas elecciones. ¿Qué pasará en abril -- canales del cable que emiten la cuenta atrás del momento de la difusión de su declaración?

Viene siendo interesante contemplar a los rivales Republicanos de Romney hacer el trabajo sucio de la campaña Obama a la hora de dar una paliza a Romney por su paso por la empresa Bain Capital. El daño no era previsible del todo -- Bain es un objetivo electoral genérico evidente, pero no una polémica imprescindible de las primarias Republicanas -- y tampoco era autoinfligido.

No se puede decir lo mismo del tema de las declaraciones de Romney. En alguna parte de la Casa Blanca, el estratega de la campaña Obama David Plouffe lleva una sonrisa de oreja a oreja.

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