Suenan las palabras de una viuda que acaba de perder a su marido en el infierno cubano y no puedo dejar de turbarme cuando ni siquiera los primeros rayos del sol despiertan a la ciudad. Tiembla en mi dispositivo móvil la voz inquebrantable de una viuda a la que los sicarios castristas no le dejaron ver el cadáver de su marido, al que vilmente han dejado morir, en nombre de cierta superioridad moral, ese mantra de una izquierda que cuando no es indigente intelectualmente es totalitaria y asesina. Es el dolor tremebundo de la viuda de la última víctima del asqueroso régimen de los Castro que ya dura cincuenta y tres largos años. Sus palabras resuenan en mis oídos y no puedo dejar de llorar. Y mientras me seco las lágrimas, no puedo dejar de pensar en Wilman Villar. Es imposible olvidar cómo fue condenado por un régimen villano a cuatro años de cárcel por desacato a la autoridad, eufemismo con el que casi siempre se castiga a los disidentes, aquellos que se juegan la vida por no comulgar con el tirano de La Habana. Otra víctima más -pienso mientras me seco las lágrimas-. Nada nuevo. Es imposible detallar cuantas víctimas ha habido en la más cruel de las dictaduras de Occidente. Son demasiados los que han muerto aniquilados en las infaustas cárceles del correccional político del cielo de los parias de la excéntrica izquierda española.
Y mientras intento dar sorbos a mi taza de café, Maritza Pelegrino, la viuda, grita con todo el coraje y el dolor de alguien que ha perdido a su marido con la rabia contenida en su corazón, mientras narra cómo Contramaestre, el lugar donde su marido gritó teniendo como una arma de la palabra libertad para Cuba, se ha echado a la calle, perdiendo el miedo, sufriendo el escarnio y la detección de los sicarios castristas, siendo maltratados, como auténticos perros delincuentes. Triste realidad que es el destino para todos aquellos que osan levantar la voz y la mirada contra la tiranía. Pero allí estaba ella, desafiando al tiempo y a la crueldad, gritándoles a todos sin bajar la mirada que eran unos asesinos, que dejaron morir a un hombre que tenían injustamente en una prisión. Mentes enfermas que dejaron morir al padre de dos niñas, una de cinco años y otra de siete años. La dictadura atroz que muchos nos quieren ocultar.
Apago la radio. Siento que el corazón es un pozo de recuerdos. No puedo olvidar a Orlando Zapata Tamayo –ese al que el ínclito Toledo, progre para más señas, definió como delincuente. Me acuerdo de Laura Pollán, líder de las Damas de Blanco, que agonizó en un hospital antes de que sus verdugos la dejaran morir como a tantos otros. Me acuerdo de Yoani Sánchez, esa mártir contemporánea de la libertad en Cuba y símbolo de la resistencia. Me acuerdo de mi admirada Gina Montaner y su incansable lucha, de Carlos Alberto Montaner y su defensa sin cuartel por los derechos humanos. Y me acuerdo de tantos otros, algunos de ellos anónimos, que han dado su vida por la libertad, que son la viva imagen de la dignidad en medio de ese muro de la desvergüenza, de esa prisión paraíso de los progres.
Y siento rabia porque seguramente Oliver Stone, no hará una película sobre verdaderos héroes que han dado su vida por la libertad. Y me encrespo, porque no veremos a Bardenes –matriarca incluida, Toledos, San Juanes y Ana Belenes de turno salir a la calle a protestar, ni a colapsar la Embajada de Cuba en Madrid. ¡Qué inocencia la mía! Los derechos humanos sólo los defienden si les interesan y si les es rentable fotogénica y telegénicamente para los Goyas, pegatina en mano. Son esos mismos que se negaron a coger pegatinas por las víctimas del terrorismo. Todo tiene su lógica, el agit-prop es más importante que la causa de la libertad. Y no tengo esperanza alguna en que Llamazares, Cayo Lara, Rubalcaba y Chacón -entre mimitos, cuchillos y zancadillas- se dignen a condenar el asesinato y la dictadura castrista. Y oiremos el silencio de una parte de la derecha que comulga patológicamente con el buenismo del castrismo. Y no veremos a esta izquierda, que se cree más inteligente que nadie, condenar la única salida que tienen los cubanos: enmudecer, exiliarse o coger una balsa para morir en el estrecho de Florida. ¿Denunciarán que tres millones de cubanos viven en el exilio? ¿Esa es la justicia en la que cree esta izquierda trasnochada, este esperpento con SICAV, esta caterva que no ha levantado la voz por los derechos humanos en la isla, ni por las víctimas del terrorismo? ¿Considerará normal esta izquierda lunática que tan solo dejasen entrar en la funeraria a ocho integrantes de las Damas de Blanco y a seis opositores a la dictadura, pero que a la hora de salir el cortejo fúnebre la policía les bloquease y no les permitiese ir al cementerio, al que solo pudo llegar la familia?
Me temo que poco le importa a esta izquierda, que sobrevive gracias a la propaganda, lo que pase en Cuba, su paraíso en la tierra. Para los que creemos en la libertad sabemos que el cielo, si existe, desde luego está muy lejos de esa Cuba asesina y criminal. Esa Cuba y esa libertad por la que Wilman Villar Mendoza dio su vida. No solo por la libertad de la isla, sino por la causa de la libertad. Es decir, la causa de los que estamos con los decentes. Esa misma causa que llevó al escritor Reinaldo Arenas a soñar con que pronto Cuba sería libre. Su muerte, como la de tantos otros, no fue en vano, como la de Villar Mendoza. Cuba algún día será libre. Quisiera pensar que ellos ya lo son.
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