WASHINGTON -- Los conservadores pueden denunciar los conflictos de clases,
pero al combinar de forma astuta la política de la lucha de clases con la
política de las ideologías, Newt Gingrich ganó sus primeras elecciones en
14 años, humilló al candidato conservador favorito Mitt Romney y pone patas
arriba al Partido Republicano.
También saca a la luz las profundas debilidades como candidato de Romney,
al pillarle con el pie cambiado en cuestiones relativas a su patrimonio, su
carrera empresarial o sus declaraciones de Hacienda. A menos que Romney
encuentre una forma cómoda y genuina de hablar de su dinero, seguirá
presentando al equipo del Presidente Obama un punto débil que será
explotado sin piedad. El país está pensando de forma más escéptica acerca
del patrimonio y los privilegios como consecuencia de las protestas del
movimiento Occupy Wall Street. Romney no ha hecho ajustes.
Gingrich tendió de forma diestra a su rival un campo minado de conflictos
sociales, transformando a Romney de su papel articulado de empresario de
éxito en financiero sin escrúpulos más interesado en los beneficios que en
la creación de empleo.
La opinión generalizada dice que las críticas vertidas por Gingrich contra
Bain Capital, la antigua empresa de Romney, no funcionaron porque los
Republicanos rechazan los ataques "a la libre iniciativa", fórmula que
Romney todavía espera utilizar como mantra protector. Pero aunque Gingrich
rebajó el tono de sus ataques contra Bain, sólo lo hizo después de crear un
contexto en el que Romney se vio obligado a responder una pregunta tras
otra acerca de su posición económica, y metió la pata repetidamente en las
cuestiones relativas a sus devoluciones tributarias. Romney anunció
finalmente el domingo que hará públicas sus declaraciones fiscales de los
ejercicios 2010 y 2011 esta semana.
Todo esto permite a Gingrich poner una pica en Carolina del Sur a cuenta
del discurso social. Los sondeos a pie de urna demuestran que Romney sólo
ganó en un grupo, el de los votantes que ganan más de 200.000 dólares
anuales. Los que ganan menos de 100.000 al año se decantaron por Gingrich
con contundencia.
Pero la clase política conservadora siempre se modera a través de la
ideología y la cultura, la potente mezcla que el asesor Pat Buchanan puso a
disposición de Richard Nixon hace cuatro décadas. Los dos debates de
Carolina del Sur ofrecieron a Gingrich una plataforma para su guerra contra
esas élites que desprecian los conservadores de a pie.
También está la cuestión de la raza. Gingrich no es ningún racista, pero
tampoco se lleva error con el significado de las palabras. Cuando el
periodista de Fox News Juan Williams, afroamericano, preguntó frontalmente
a Gingrich por las salidas raciales de tono en las referencias de Gingrich
a Obama como "el presidente de la ayuda social", el antiguo presidente de
la cámara baja le atacó verbalmente, para ruidoso entusiasmo del público.
Como para recordar a todos la fuerza de los eufemismos, un partidario
elogiaba más tarde a Gingrich por "poner en su lugar" a Williams.
Luego vino el reproche en CNN a John King, que preguntó por la afirmación
de la segunda mujer de Gingrich de que su ex marido le había pedido "un
matrimonio abierto". Al explotar contra King y contra el periodismo
contemporáneo, Gingrich convirtió una acusación peligrosa en un grito de
guerra. La conducta sexual anterior importa mucho menos a los conservadores
que la oportunidad de hacer reproches a los medios convencionales
supuestamente de izquierdas. Gingrich gana entre los evangélicos 2 a 1, lo
que sugiere quizá una definición bastante elástica de "valores familiares"
-- o un toque confesional en el arrepentimiento de Gingrich.
A través de los ataques implacables a Romney como "el moderado de
Massachusetts", Gingrich crea otro vínculo más entre su rival y la élite
yanqui rechazada por la derecha del Sur. Se hizo con márgenes de victoria
aplastantes entre los grupos conservadores, marginando al candidato más
estirado y menos dinámico Rick Santorum.
También hubo indicios en los sondeos de que la hostilidad hacia la
confesión mormona de Romney podría haber agravado sus problemas, sin ayuda
de Gingrich. Alrededor de una cuarta parte de los votantes de Carolina del
Sur decía que la confesión religiosa del candidato importa "mucho" para
ellos, y Romney se hizo con un escaso 10% de los votos.
Si hay consuelo para Romney, está es la experiencia de ser el antiguo
favorito. A finales de marzo de 1992, la víspera de las primarias de
Connecticut, acabé junto a un colega pegados a Bill Clinton en una
cafetería de Groton. Clinton nos sorprendió insinuando que prefería perder
al día siguiente frente a Jerry Brown, el hoy gobernador de California. Los
votantes eran tozudos, decía, y muchos querían anunciar: "No quiero que se
acabe".
Clinton tenía razón. Perdió en Connecticut. Pero arrasaba en una serie de
primarias dos semanas después, incluyendo los decisivos comicios de Nueva
York.
Florida, que acude a las urnas el próximo 31 de enero, es el Nueva York de
Romney. Pero hay una salvedad. Clinton era un maestro electoral de lo que
curiosamente se ha venido en llamar el toque campechano. Romney hasta el
momento no ha demostrado más que ser el maestro de la incomodidad y el
engorro, sobre todo a tenor de su patrimonio. A menos que aprenda a navegar
por las nuevas reglas sociales nacionales de los privilegios económicos,
Romney seguirá estando acosado por el ahora dos veces resucitado Gingrich
-- y si sobrevive al reto de Gingrich, por un populista en perfecto estado
de nombre Barack Obama.
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