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Deslealtad

La masa adquiere la forma, el color y la consistencia que el alfarero ideológico le quiera dar
Luis del Palacio
martes, 12 de septiembre de 2017, 08:36 h (CET)
Una de las bajezas más tristes en las que puede incurrir el ser humano es la deslealtad. Suele ir esta unida a la traición, pero no hay que confundirlas, ya que una precede a la otra: para traicionar hay que antes haber sido desleal a aquel que confiaba en nosotros. Y abunda tanto, que podemos encontrarla en hechos históricos (Bruto y César) referencias literarias (Otelo y Yago) o sin duda en nuestra propia vida.

Pero ¿es posible que un pueblo sea desleal consigo mismo? Por supuesto. Aunque parezca paradójico eso es algo que ha sucedido con cierta frecuencia; y el ejemplo más ilustrativo de la historia reciente es lo que ocurrió en Alemania tras la subida de Adolf Hitler al poder: una parte del pueblo alemán fue desleal con la otra parte y acabó traicionándolo. Los judíos eran tan alemanes como los segadores de Lutero, incluso muchos de ellos eran ya cristianos y sólo quedaba un vestigio israelita en su nombre, pero con un hábil aparato de propaganda que manipulaba la Historia a su antojo, el hombrezuco del bigotín logró hacerlos pasarlos por hijos de Belcebú. La masa, que nunca ha sido muy dada a pensar, adquiere la forma, el color y la consistencia que el alfarero ideológico le quiera dar. Es cuestión de insistir y no cejar en el empeño. “Verde y con asas” solían ser ciertos pucheros de antaño, y “blanco y en botella” suele ser leche, aunque, como dice un amigo mío: “a no ser que se trate de licor malibú” Hace unos pocos días me quedé pasmado con las palabras de la vicepresidenta del Gobierno, señora Sáenz de Santamaría: “He sentido vergüenza democrática ante la actitud del Gobierno catalán” Me pregunté: ¿Qué será eso de “vergüenza democrática”?¿Existirá otro tipo de vergüenza, acaso “totalitaria”, “ácrata”, “apolítica”, “atea”, “animalista” o “católica”?... Yo creo que en realidad quería decir “vergüenza ajena”, pero por aquello de lo de las “víctimas de la LOGSE” y de que puede confundirse “estar en el candelero” con “estar en el candelabro”, y, cómo no, por ser políticamente correcta optó por tan dudoso matrimonio de sustantivo con adjetivo.

Uno se queda perplejo ante lo que últimamente ve, oye o le cuentan. El trágico ridículo del Gobierno catalán después del terrible atentado yihadista en agosto, habría sido suficiente para que ese ejecutivo presidido por un fantoche tocado de mopa, que no de barretina, dimitiera al instante. Pero como en España pocos son los que renuncian a la poltrona (incluido don Mariano) y Cataluña no es otra cosa que una parte de España, con sus virtudes y defectos, a nadie parece incumbir el hecho de que quizá el atentado de las Ramblas podría haberse evitado si las autoridades hubieran hecho caso de las advertencias que la inteligencia norteamericana y la policía belga expresaran meses antes, simplemente colocando bolardos y maceteros en lugares estratégicos. Pero “pa chulo” el mayor Trapero, jefe de los Mossos, que no recibe lecciones de nadie, sino que como el maestro Ciruela (aquel que no sabía leer y puso escuela) las da. Y a barullo.

Está comprobado que esa mitad mal contada del pueblo catalán que desea la independencia está formada por muchos ciudadanos que tienen tanto de catalán en sus orígenes como de islandés; cantidad de inmigrantes que no han logrado prosperar en esa región de España y a los que se ha convencido de que el motivo de no haber cumplido sus expectativas se debe a que el Estado central roba a Cataluña. Pero con la venida de la República catalana “todo se solucionará” (¿No les recuerda a un famoso anuncio de IKEA?) Otro grupo (la CUP) está compuesto por aquellos a quienes se les ha imbuido desde la escuela una idea falsa de Cataluña y se ha presentado al resto de España como “el enemigo”. Por último y sin tratar de ser exhaustivo, ya que pueden darse varios grupos y subgrupos, está el núcleo de los verdaderos inspiradores, los ingenieros de “la cosa”, que han trabajado durante décadas para arrimar el ascua a su sardina (¿les suena de algo la familia Pujol?) y hacerse ricos a costa de amenazar y extorsionar a un Estado débil y renqueante.

Ahí están y así estamos.

El 1 de octubre van a forzar, si no se remedia a tiempo, un referendum ilegal por la independencia.

La mayoría silenciosa del pueblo catalán y el conjunto del país esperan de sus políticos, de sus jueces y de su Gobierno lealtad a la Constitución y que se aplique la ley sin titubeos ni excusas.

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Escribo esta reflexión en medio de una situación de agobio personal e intransferible. A cualquiera de los lectores le puede parecer una nimiedad, producto del capricho de una mente senil. Se trata de que me tengo que someter a cuatro exámenes finales en el plazo de diez días. Ya han pasado los dos primeros. Esta próxima semana tendré los otros dos.

Un reportaje muy impresionante: “La policía investiga el auge de las micro sectas al abrigo de la pandemia”. “Los entornos de las terapias alternativas y antisanidad, bajo la lupa policial”. Los líderes de las micro sectas acostumbran a presentarse con un título de magnificencia parecido a “maestro iluminado”, lo cual basta para que se encienda la luz roja que alerta de peligro inminente. 

Creo que la guerra es uno de los graves problemas de la historia que los humanos arrastran, siglo tras siglo. En Europa, sea de una manera o sea de otra, hemos estado padeciendo cientos y miles de guerras, de distinto origen, distinta finalidad, distintas tácticas y estrategias, pero, al final, con las mismas consecuencias, enormes sufrimientos y enormes injusticias.

 
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