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Sorprende cuando llega a tus manos una obra que tras su lectura se te antoja redonda, casi esférica en su concepción. Leí 'Todo puede empeorar' – la primera novela publicada de Joaquín del Palacio – hace algunos meses; algo antes de su presentación en Madrid, en diciembre de 2023. Se trata de una historia dramática nimbada toda ella de elementos de humor negro, muy negro, con el trasfondo de un Madrid prácticamente actual, sobre el que se cernía la sombra de la pandemia.
Hay ecos marineros en muchas de las historias que la madre (o hermana; nunca he sabido exactamente cómo referirme a las monjas) Pepa Crespo Juncosa me contó a lo largo de los años en los que nos tratamos. La conocí de niño, pero no comencé a visitarla con regularidad hasta mucho tiempo después, siendo ella ya una luminosa anciana de ojillos vivarachos verde mar (otra alusión a lo marinero).
Ahora que ha muerto Arévalo (puesto a parir por los “inteligentes” de siempre, a causa de haber hecho chistes de mariquitas y gangosos) puede decirse que sólo nos queda José Mota. Creo que, como pocos, este humorista ha sabido captar la esencia de lo que somos, mal que nos pese.
Hay conceptos que sufren el embate del tiempo y van desgastándose; pierden su vigencia y se esfuman como pavesas al viento. El paso de las generaciones marca ese ritmo sutil que convierte lo actual en pasado, sin que ello excluya que, transcurrido más tiempo, pueda volver envuelto en otra forma, con otro color, pero conservando intacta su esencia.
Busco la definición de “bon vivant” y encuentro que a la personalidad de Fernando Sánchez Dragó le va –así se decía antes- “como guante a la mano”. Se ajusta a la perfección. Había en él un cierto epicureísmo contagioso y una agilidad expresiva que podrían hacer pasar por superficiales muchas de sus opiniones, aunque nada se encontrara más lejos de la realidad.
Lograr que un libro de aventuras mantenga en vilo al lector a través de varios cientos de páginas, constituye una empresa, un reto al que muchos autores se enfrentan con mayor o menor fortuna. Balvanera, la última novela publicada de Francisco Narla, reúne los elementos precisos para convertirla en eso que los anglosajones han llamado un “page turner”, un libro de los que mantienen la intriga del lector desde la primera a la última página.
Parece como si lo que ha ocurrido hace pocos días en la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid fuera un hecho insólito, pero no lo es; antes bien, se trata de algo que, de tan viejo, huele como a tocino del rancio. Isabel Díaz Ayuso “sufrió” eso que se ha dado en llamar un “escrache”.
Resulta casi inacabable la nómina de personajes que deambulan como sombras en torno a ciertos protagonistas que marcaron el devenir de los pueblos, contribuyendo con sus acciones, en momentos cruciales, a marcar hitos que los hicieron avanzar en la Historia. Uno de estos protagonistas es, sin duda, Bernardo de Gálvez, gobernador de la Luisiana y más tarde virrey de Nueva España.
Un título como 'El crimen tropical del señor obispo' a nadie puede dejar indiferente. Su autor, Antonio Picazo, es buen amigo de muchos años y, aunque no hayamos coincidido en nuestras largas correrías por el mundo, nos une la pasión por la aventura y el tratar de descubrir para nosotros mismos paisajes y gentes que van siendo cada vez más improbables dada la progresiva uniformidad en la que todo va cayendo.
Han pasado apenas dos semanas desde que se celebrara en Baeza (Universidad Internacional de Andalucía) un curso dedicado a uno de nuestros más señeros escritores vivos: Juan Eslava Galán. Durante cuatro jornadas, desarrolladas en horario de mañana y tarde, un grupo de escritores, amigos todos y discípulos literarios del autor jienense, descubrieron a los asistentes aspectos poco conocidos de su personalidad y de su extensísima obra.
La documentada obra mantiene en todo momento un pulso narrativo casi febril. El libro está dedicado a la memoria de otro gran explorador, Miguel de la Quadra-Salcedo, y cuenta con una estupenda portada del pintor Augusto Ferrer-Dalmau, que refleja toda la soledad, casi ontológica, de uno de los forjadores de nuestra historia en América.
Existe una tendencia comprensible, dada la natural inclinación a la pereza del ser humano, a hacer coincidir vocablos sólo por mor de cómo suenan, por una cualidad acústica coincidente que poco o nada tiene que ver con lo que expresan como conceptos. Hay muchos ejemplos: ¿Qué tienen que ver “distinto” con “distante”, “resiliencia” con “resistencia”, “plausible” con “posible”?
El ser humano, que es gregario quizá en no menor medida que el ganado ovino, siempre ha seguido a la figura de pastor para sentirse seguro y poder avanzar por los campos, cruzar los senderos, pacer en los prados y retornar al redil al atardecer.
Existe un término –librepensador- de connotaciones algo decimonónicas, hoy caído en desuso, que define de maravilla la actitud ante la vida de los que a veces nos sentamos a la vera del camino a contemplar la existencia y su devenir.
A la lenta pero imparable erosión de lo que alguno llamó con acierto “nuestro sistema de valores”, que no es otra cosa que el conjunto de normas de conducta que permiten una convivencia desde el respeto al prójimo y a uno mismo.“La democracia es el menos malo de los sistemas políticos que conozco” Esta frase, que no es cita literal de lo que en su día dijo Winston Churchill, sirve para hacerse una idea de los mimbres que manejamos:Vivimos en una democracia que nadie nos ha impuesto; un sistema político que en su momento elegimos por considerarlo idóneo para proseguir nuestra andadura como país.Durante más de cuarenta años se han cometido errores; pero es evidente que los aciertos los han superado con creces.
Sin embargo, lo que más destacaba en ella era su imaginación; una imaginación que hasta ese momento no había creado fantasmas oscuros, sino duendes, seres de luz, hadas con los que jugaba en el Campo de San Francisco cuando salía por las tardes de paseo con dos jóvenes doncellas -María “la rubia”, María “la morena”- a las que mi madre recordaría con gran cariño el resto de su vida.Su padre –mi abuelo- había encargado a su primo Ramón que practicara con ella la lectura, ya que la niña solía confundir ciertas letras y sílabas; padecía de forma ligera eso que hoy llamamos dislexia.
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