Una de las epopeyas más grandiosas de la Humanidad fue, sin duda, la del Descubrimiento de América y el hermanamiento, no de dos culturas, como se ha afirmado con frecuencia, sino de la cristiana, aportada por españoles y portugueses, con muchísimas otras que poblaban el vastísimo Nuevo Continente.
La llamada “conquista de América” no fue una colonización al uso, sino un complejísimo proceso en el que, sin obviar el deseo de obtener riquezas, actuó un elemento catalizador: el de la evangelización, que resulta fundamental para entender hasta qué punto aquel pueblo llegado de “allende los mares”, no tenía el propósito de aniquilar a la población nativa, y que muy pronto, con sus luces y sombras, comenzaría a crear una amalgama cultural cuyo resultado perdura hasta el presente. El llamado “presentismo histórico”, error que nos lleva a juzgar con criterios éticos actuales hechos del pasado, se ha aliado con una Leyenda Negra que lleva vigente más de quinientos años, y que parece haber resurgido con fuerza en los últimos tiempos, alentada sobre todo por las “corrientes indigenistas”, que buscan manipular la Historia por turbios motivos.
El simple desconocimiento que tenemos de esa Historia (que es la nuestra) hace que pasemos por alto, por ejemplo, algo tan significativo como el hecho de que en 1512 se promulgaran las “Ordenanzas para el tratamiento de los indios”, de acuerdo con las cuales se abolía la esclavitud y se estipulaban sus derechos y deberes como súbditos de la Corona. Era sólo el comienzo de una hermandad que iría afianzándose poco a poco, con el paso de las generaciones.
Son numerosísimos los nombres que jalonan ese largo devenir. Conquistadores, misioneros, virreyes, exploradores, comerciantes, aventureros… Muchos de ellos héroes y, sin duda, un número no despreciable de villanos. Álvar Núñez Cabeza de Vaca –protagonista del libro que hoy nos ocupa- pertenece a buen seguro a la primera categoría.
En su novela Cabeza de Vaca (Penguin Random House G. E., 2020) Antonio Pérez Henares narra la inverosímil aventura de Álvar Núñez, un hidalgo de Jerez de la Frontera que, con cuarenta años, tras haber estado al servicio del duque de Medina Sidonia y haber participado con mejor o peor fortuna en diversas campañas militares, consigue enrolarse en la “armada a la Florida”, capitaneada por Pánfilo de Narváez. Esta expedición trataba de emular a la de Juan Ponce de León, descubridor de la Florida, en su busca del río Bimini, la “fuente de la eterna juventud”.
Sin embargo, el Destino pronto les jugaría una mala pasada y se perdería parte de la flota, compuesta por cuatro navíos y un bergantín, y de la marinería (400 hombres) Las desacertadas decisiones de Narváez se combinaron con circunstancias meteorológicas adversas y todo ello provocó que, a la postre, no quedara nada de ella.
La verdadera odisea comienza cuando los 240 supervivientes de la tripulación se embarcaron en cinco balsas construidas sin apenas medios ni utensilios. Cabeza de Vaca se convierte, inopinadamente, en el jefe de un grupo que irá mermándose más y más, asolado por todo tipo de penalidades: el hambre y la sed, las enfermedades, el ataque de animales, el hostigamiento casi constante de las tribus locales…
A lo largo de casi quinientas páginas, Pérez Henares nos adentra en un mundo apasionante, inverosímil y desconocido, en el que se conjugan con gran acierto la desolación y la esperanza, la camaradería y ese impulso vital que lo anima a seguir en un periplo de casi dos lustros. Cabeza de Vaca, en solitario o en compañía de sus amigos y compañeros de infortunio, Alonso del Castillo, Andrés Dorantes y Estebanillo, hará gala de una fortaleza espiritual (y, sin duda, también física) que le impedirá sucumbir: “Estábamos hechos propia figura de la muerte”.
Buhonero, esclavo, chamán… y autor de dos testimonios fascinantes, Naufragios y Comentarios, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, llegaría a ser Gobernador y Adelantado del Río de la Plata, cargos que, a la postre, le granjearían enemistades e injustas acusaciones. La novela, no obstante, se centra en los hechos relatados en Naufragios, sin referirse al resto de la biografía de quien, según el cronista, “Murió en Valladolid, harto pobre caballero”.
La documentada obra de Antonio Pérez Henares mantiene en todo momento un pulso narrativo casi febril y aporta un lenguaje en el que se aprecia un levísimo tono arcaizante que nos acerca a la frescura del castellano de la época, que no es otro que el empleado en El lazarillo de Tormes, riguroso coetáneo de Naufragios. El libro está dedicado a la memoria de otro gran explorador, Miguel de la Quadra-Salcedo y cuenta con una estupenda portada del pintor Augusto Ferrer-Dalmau, que refleja toda la soledad, casi ontológica, de uno de los forjadores de nuestra historia en América.
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