Quienes acudimos al “homenaje” que la Universidad Autónoma de Madrid dedicó, el pasado 28 de febrero, a uno de sus más ilustres catedráticos, el profesor Francisco Tomás y Valiente, quedamos estupefactos al comprobar que, tras casi dos horas de música, separadas por un descanso de unos veinte minutos, no se pronunciaba una sola palabra que ensalzase la figura del destinatario del acto, celebrado en el Auditorio Nacional de Música, en Madrid. Nada. Podría tratarse de cualquier otro concierto, porque no hubo la menor referencia a la principal razón que nos había convocado allí aquella tarde.

Francisco Tomás y Valiente
Y aunque sea evidente que la música misma sirve para establecer un vínculo espiritual que puede conectar, de forma intangible, el arte con el recuerdo, resulta igualmente doloroso comprobar hasta qué punto de cobardía han llegado las autoridades (en este caso académicas) que han preferido pasar como de puntillas, sin hacer ruido, y no mencionar el hecho, tan trágico e incontestable, de que el profesor Tomás y Valiente fue asesinado en el campus universitario, cuando se hallaba en su propio despacho, por dos terroristas de la ETA. Sí, de esa ETA que tiene en su haber centenares de muertes y vidas destrozadas, y de la que no conviene hablar; ya que desde hace bastantes años años, cubierta de impostura, no sólo vive del erario público, sino que maneja varios cables de ese muñeco articulado, de esa marioneta sin rumbo, que es Pedro Sánchez, a la sazón Presidente del Gobierno español.
El impresionante concierto en Sol mayor, para piano y orquesta, de Maurice Ravel y la IV Sinfonía de Robert Schumann, conformaron las dos obras principales del programa; si bien en él se incluyeron dos más: la breve e inspirada “Cielo Bajo”, de la apenas conocida Rosa García Ascot, integrante de esa no muy abundante aunque notable nómina de compositores de la Generación del 27, y la electrizante Danza del Fuego, de Falla, tocada como propina por la pianista ucraniana Anna Fedorova, que había sido una digna intérprete del concierto raveliano.
La Orquesta Sinfónica de Castilla y León contribuyó con su buen hacer a que esta jornada musical fuera un éxito en lo artístico; aunque no cumpliera en absoluto el objetivo de su lema: “Música por la Paz. Homenaje al Profesor Tomás y Valiente”.
Mi admirado Pablo González, uno de los mejores directores de orquesta jóvenes en el panorama internacional, hizo una detallada introducción a la sinfonía de Schumann, ensalzando su complejidad técnica y su inspiración. No cabe hacerle el menor reproche en cuanto a no haber mencionado el nombre del personaje al que, en teoría, iba dedicado el concierto. No era su cometido.
Con un aforo a medio gas (¡tantas localidades libres!) me sorprendió ver a la salida a un ex ministro socialista, ex fraile y, como Ortega, catedrático de Metafísica. De nombre: Ángel Gabilondo.
¿Qué habría pasado si este señor, al que se supone perteneciente al cada vez más reducido número de moderados e ilustrados del PSOE, hubiera pronunciado unas palabras en recuerdo de su compañero, docente como él en la Universidad Autónoma de Madrid? Pero no; habría sido esperar demasiado y venció lo “políticamente correcto”, que en esto, como en tantas otras cosas, es el silencio culpable.
Hace pocas semanas falleció el profesor Elías Díaz, gran jurista, que nunca renunció a sus ideas socialistas y mantuvo como otros que le precedieron (sin duda, el más nombrado ha sido siempre Julián Besteiro) una actitud ética intachable. Él, amigo y compañero del profesor asesinado, fue quien mantuvo la última conversación telefónica con Tomás y Valiente, aquella mañana del 14 de febrero de 1996, cuando tres balas retumbaron en las aulas y pasillos de la facultad, interrumpiéndola para siempre.
Hoy tratan de ocultar su eco. Pero Ravel, Schumann, Falla y García Ascot expresaron con su arte lo que la afasia cobarde calló; y ello, sólo ello, representa un consuelo.
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