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La virreina criolla

La vida de Felicitas de Saint-Maxent, recuperada por Almudena de Arteaga en su última novela
Luis del Palacio
jueves, 21 de julio de 2022, 12:16 h (CET)

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Resulta casi inacabable la nómina de personajes que deambulan como sombras en torno a ciertos protagonistas que marcaron el devenir de los pueblos, contribuyendo con sus acciones, en momentos cruciales, a marcar hitos que los hicieron avanzar en la Historia. Uno de estos protagonistas es, sin duda, Bernardo de Gálvez, gobernador de la Luisiana y más tarde virrey de Nueva España. Su apoyo a la causa de la independencia de las llamadas Trece Colonias del dominio británico, resultó decisiva para el posterior asentamiento de una nueva nación: los Estados Unidos de América. Gálvez no sólo contribuyó a ello con una estrategia basada en el establecimiento de una amplia red de espías que operaba a favor de la causa independentista, sino con dos gestas militares que resultaron decisivas para este fin: la toma de las plazas de la Mobila y Pensacola (1780) Y fue por ello que el propio George Washington le distinguiera nombrándolo “ciudadano honorario de los EEUU” y que su nombre figure entre los fundadores de aquel país.


La gloria del héroe, su brillo, tiende a ensombrecer a los que lo rodearon; a aquellos que compartieron sus penas y alegrías, sus zozobras y éxitos… Su vida. Y al rescate de uno de esos “personajes que deambulan como sombras” ha acudido Almudena de Arteaga con su nueva novela, La virreina criolla.


La virreina criolla

A través de sus páginas se nos desvela la vida de Felicitas de Saint-Maxent, hija de una próspera familia de colonos oriundos de Francia asentada en Nueva Orleans. Sus padres habían arribado años antes como muchos otros compatriotas. Y a la siguiente generación, ya nacida en el Nuevo Mundo (los criollos) pertenecerían Felicitas y sus hermanas y hermanos. La vida en la capital, aunque sometida a los rigores de un clima muchas veces adverso, en el que no eran infrecuentes los huracanes y las inundaciones, así como a la permanente amenaza de algunas tribus indias hostiles, transcurre plácida dentro de una austeridad no exenta del bienestar que se deriva de una posición económica holgada. Felicitas y sus hermanas reciben una amplia formación humanística, lo que influirá de manera decisiva en una inquietud intelectual que marcará el devenir de la protagonista.

Su carácter se nos va desvelando poco a poco, como en un viejo daguerrotipo en el que fueran surgiendo los contornos y los matices. De la niña inquieta, curiosa, soñadora, surgirá una joven ávida por encontrar el amor, pero a la vez práctica y resolutiva. No se resigna a la temprana viudedad, tras un breve matrimonio del que nacerá Adelaida, su primera hija, y por fin, como en toda historia romántica (y esta lo es) hallará al que será su compañero definitivo: Bernardo de Gálvez, un joven y flamante militar, que al poco tiempo sería nombrado gobernador de la Luisiana.


Todo lo anterior, en su contexto histórico preciso, se va desarrollando con la soltura y facilidad narrativa que avalan más de una veintena de novelas publicadas. Ese “saber ensamblar el andamiaje” de una novela histórica, en el que la introducción de datos históricos no entorpece la ligereza narrativa, es una de las claves de este género y la autora, como señaló en una conferencia pronunciada en la Universidad Internacional de Andalucía (Baeza, agosto 2021) se considera deudora, en este sentido, de uno de los maestros más destacados de la novela histórica moderna: Juan Eslava Galán.


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El 1 de enero de 1777, Bernardo de Gálvez tomó posesión como gobernador de la Luisiana, que el rey de Francia, en 1763, había cedido a España como compensación por la entrega de la Florida a Gran Bretaña, tras la Guerra de los Siete Años. A finales de ese mismo año el nuevo gobernador se casa con Felicitas de Saint-Maxent y esa unión representará para ella el inicio de una peripecia vital que la llevará a La Habana, a España y en 1785 a México, tras el nombramiento de Bernardo como virrey de Nueva España (Este hecho se produjo como consecuencia de que España recuperara las dos Floridas en el Tratado de Versalles, de 1783).


Una de las características más sobresalientes de la novela es el detalle con que se describen aspectos de la vida doméstica. Y es precisamente en ella y en los diálogos que la acompañan, donde Almudena de Arteaga conjuga la imaginación con algo a lo que podríamos llamar “el rigor de lo nimio”, del detalle, y un lenguaje evocador del que se hablaba en la segunda mitad del siglo XVIII, sin pretender en ningún momento convertirlo en arcaizante.


Es también muy destacable el tratamiento de los personajes secundarios; en especial los de Gilbert Antoine de Saint-Maxent, padre de Felicitas, el de Jean-Baptiste Honoré D´Estrehan, su primer marido, y otros. Pero, sobre todo, el de Ágata, “la loba”, una mulata que la acompañará de principio a fin, a lo largo de toda la novela, y que será, además de consejera y confidente, su más fiel amiga.


No es mi intención actuar de “spoiler” (antes se hablaba de “destripar”, que es desde luego más castizo) de una obra que merece ser leída como un relato de aventuras con un sólido trasfondo histórico, pero también como la vida muy poco convencional de una mujer culta e inteligente, que además de haber sido esposa de un militar y político excepcional, y madre de cinco hijos, supo ver la realidad que le tocó vivir con ojos críticos o, más bien, analíticos, y que actuó en todo momento con el savoir faire de una dama de su época. Como condesa de Gálvez y virreina de Nueva España supo, en todo momento, desempeñar el papel que le correspondía.


La parte final del libro transcurre en una España en lo que todo lo francés comienza a ser mirado con recelo. Gran paradoja, teniendo en cuenta el origen de la dinastía que desde comienzos de la centuria reinaba en España. Felicitas de Saint-Maxent, aunque española por matrimonio, no deja de ser una criolla francesa nacida en Nueva Orleans. En las tertulias que convocaba en su mansión madrileña, se reunían literatos, científicos, políticos y artistas, muchos de ellos “ilustrados”, lectores y seguidores de Diderot, Rousseau, D´Alambert y otros muchos que eran considerados perniciosos por las autoridades. Estas y otras circunstancias (entre ellas su amistad con el matrimonio Cabarrús) determinan el final de una historia estupendamente rescatada del olvido.

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