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La impostura política como norma fundamental del Estado

El hecho de ser idiota no te hace mejor
Luis del Palacio
sábado, 6 de octubre de 2018, 08:35 h (CET)

Hace años que mi buen amigo Fernando Sánchez Dragó habla de “Vandalia”, cada vez que se refiere al tortuoso país que nos vio nacer y cuya lengua (o lenguas) hablamos. Pero si los vándalos fueron un pueblo bárbaro que se asentó y fundó un reino en el norte de África coincidiendo con la descomposición final del Imperio Romano, no estoy tan seguro de que ése sea el nombre que mejor nos define. Habría que probar otro; acaso “Sadomasocalia”, para agrupar a ese conjunto singular de pueblos que componen nuestro país, España, que parecen destinados a no entenderse… y, sin embargo, se hallan abocados a ello. Es un galimatías, ya lo sé, pero ¿no lo es también la realidad que vivimos y padecemos desde que alcanzamos el uso de razón?


Parece como si nos empeñáramos en hacer de nuestro día a día un engendro; algo que nos autodestruye.

La gente de la calle -usted y yo; todos los que no se dedican a “gobernarnos”- suele tener ese sentido común cotidiano, de andar por casa, que nos permite llevar una vida medianamente razonable. Acudimos a nuestro trabajo o nos formamos en una escuela o universidad; quienes los tienen, tratan de educar a sus hijos; vamos al banco a que nos hagan pagar por saludarlos; planeamos nuestras vacaciones; pagamos alquileres, hipotecas, impuestos… Pero, con todo, comprobamos día a día que, a pesar de todos los esfuerzos para ser y comportarnos como “ciudadanos normales”, la realidad burocrática lo vuelve todo patas arriba. No coincide con nuestra manera de actuar. Es más: se da de bruces con ella.


El problema es que ese aura mediocritas del ciudadano “normal” no se ve zarandeado por una fuerza superior que, como a Lázaro, le diga “¡Levántate y anda!”, sino por una serie de individuos reptantes e impostores, cuya zafiedad se revalida día a día y que se aprovechan de nosotros. Así, simple y llanamente. Y todo porque han sido investidos, ora merced a canonjías ora merced a pactos de alta cuna y de baja cama, de autoritas. Es decir, que se han elevado uno o dos escalones por encima del común de los mortales, merced a haber sido incluidos por arte de birlibirloque en unas listas cerradas que los han llevado a alguno de los 17 parlamentos que chupan de la teta de la vaca estatal o a las Cámaras del Poder Legislativo (Aunque, bueno, ahora con ese remedo de George Clooney llamado Pedro Sánchez y su Gabinete de la Señorita Pepys, las leyes no pasan por el Parlamento, sino que, como las bombas sucias, son artefactos de elaboración casera)


Y son tantísimos los ejemplos que podrían ponerse en torno a los abusos de poder sobre el ciudadano, que se llenarían varios tomos (ahora “terabytes”) con ellos. Pero vamos al botón de muestra:


Un ciudadano de las Islas Canarias explicaba hace poco en televisión que a su mujer le había sido practicada una mamografía en agosto. Los facultativos de los servicios de salud apreciaron algo poco claro que requería una ecografía para precisar el diagnóstico. Pero, ¡oh! sorpresa, dicha prueba no podía ser realizada hasta finales de octubre y (aquí viene lo peor) el resultado no se sabrá hasta febrero. El ciudadano concluye: ¿Qué ocurrirá si se trata de un tumor?

Este es el sentido común, la manera de reflexionar y hacer conjeturas de la mayoría de las personas ante hechos cotidianos. Hechos que pueden tener consecuencias muy graves en el caso de que afecten a la salud.


Es inadmisible, siguiendo con el ejemplo, que en Canarias el plazo medio para ser operado, de lo que antes se llamaba “cirugía mayor”, sea de 177 días (por cierto, en Cataluña es de 168 y en Castilla La Mancha de 146) mientras que en Madrid sólo haya que esperar, y ya es bastante, 51 días. Las enfermedades son las mismas; pero los ciudadanos, no. Todo depende de dónde te haya tocado vivir… o morir. Porque no me digan que no es inaceptable cómo abusan ciertas autonomías con el impuesto de sucesiones. O sea, que hay muertos de primera, de segunda y de tercera. Y, por ende, sus herederos.


Por otra parte asistimos atónitos al acto necrófilo de desenterrar, no sólo a los muertos de la España cainita, sino a nuestros peores fantasmas; aquellos que, como almas en pena, arrastran las cadenas de la ignorancia de nuestra propia Historia, que, a pesar de los pesares y a quien pese, ha sido fecunda y en muchos aspectos magnífica.

¿Será verdad aquello de que cada país tiene los gobernantes que merece?


No lo sé… no estoy seguro


Pero si es cierto que el sistema democrático en el que convivimos es, a pesar de todos sus fallos, el mejor (o, a decir de Churchill, el menos malo) ¿cómo es que ahora nos mortifica un Gobierno que no ha salido de las urnas, cuyo partido cuenta nada más que con ochenta y cuatro diputados en las Cortes?


Esos son los gajes y las paradojas de la democracia, que puede albergar en su seno a aquellos que no la respetan o la utilizan en su propio beneficio, sin que apenas se pueda hacer algo para impedirlo.


Y a muchos de esos que viven a nuestras expensas, se les llena la boca con la palabra “ciudadanía” para referirse a usted o a mí o a aquella señora que rescató las recetas de las sopas de ajo para llegar a fin de mes y no comprende cómo no le alcanza la pensión, a pesar de que ella y su marido trabajaron durante toda su vida. Esa “ciudadanía” no comprende muchas cosas. Y entre otras, que se dé amparo a gentes que llegan a España sin respetar nuestras fronteras; dotándolos de casa, pensión de manutención, educación para sus hijos, sanidad… sin exigirles nada a cambio.


El paisano que ve cómo su mujer puede morir de cáncer por falta de asistencia, debido a que los servicios médicos están muchas veces colapsados, entre otras causas, por la presencia masiva de inmigrantes, no comprende esto ni otras muchas cosas.


Pequeña reflexión final:


El hecho de ser idiota no te hace mejor.


Un tonto puede ser muy mala persona.


No existe una relación inversamente proporcional entre la bondad y la inteligencia; como tampoco entre la belleza y la inteligencia.


Se puede ser idiota y malo; como ser puede ser guapo e inteligente. Las combinaciones son infinitas. Lo malo es que en esa condición aleatoria aparezca la combinación: cretino, ambicioso, sin escrúpulos y Presidente del Gobierno.

En este caso, tentémonos la ropa o estaremos perdidos.

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