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Ciudadano 0´0

Nos invade una publicidad para idiotas. Por algo será...
Carlos Salas González
miércoles, 11 de julio de 2012, 06:51 h (CET)
Espejo y espolón de la sociedad a un mismo tiempo, la publicidad brilla o hiede según su época y lugar. Quizás ahora en España viva sus horas más bajas. No me extraña en absoluto.

Hace ya unos cuantos años se inició una deriva que hoy tristemente continúa. Recuérdese aquella infame campaña veraniega de la ONCE: yo te doy cremita, tengo chopitos y no sé cuántas majaderías más. Cutrez en grado sumo. Chabacanería sin parangón. Pues bien, resultó todo un éxito. La gente repetía esas cancioncillas cada dos por tres. Y sin ruborizarse. El españolito medio se veía milimétricamente retratado en esas imágenes de bañador hortera, panza indecorosa y algarabía festiva. Pero lejos de avergonzarse o molestarse, le hacía gracia. Se reconocía con orgullo. Chapoteaba dichoso en su propio lodazal.

Pues como ya decía, hoy la cosa no ha mejorado. Ahora son los anuncios de compañías de seguros los que se llevan la palma. Ahí están las ridículas coreografías y los irritantes coros de cierta aseguradora capitalina. Son ya legión los insufribles castings ficticios de otra compañía que sobre fondo rojo pone a prueba de bombas la paciencia del espectador. Últimamente también se prodiga la ridiculez cantada con voz grave de no sé qué maldito comparador de seguros. En definitiva, una serie de empresas que, desde luego, ya han perdido un potencial cliente. Porque un servidor jamás contratará los servicios de alguien que se promociona de esa manera. Y es que en mí no causa atracción sino total rechazo ese tipo de publicidad. Pero está claro que mi caso debe ser pura excepción. De ahí que insistan en esa línea publicitaria desde hace ya bastante tiempo. Su público tendrá. Estúpido hasta el extremo, pero público, al fin y al cabo.

Los ejemplos, por desgracia, pueden ser cientos. Pero terminaré con uno que me causa una especial desazón. En este caso se me antoja más preocupante el fondo que la forma. Me refiero a cierta marca de cerveza sin alcohol que propugna un tipo de ciudadano 0´0. La cifra se las trae. ¿Se trata de subrayar la nadería o de explicitar la estupidez? En fin, fórmulas a un lado, lo preocupante es lo sintomático del mensaje. Se propone como modelo al ciudadano-nada, al insustancial, al insípido. ¿Pero qué se puede esperar de una sociedad que expulsa extramuros a sus fumadores, ya sean poetas, artistas o intelectuales, para enaltecer y coronar a sus deportistas, sepan o no escribir, hablar o tan siquiera esbozar un pensamiento propio? La vida es elección. Y está claro que nuestro lugar y nuestro tiempo han elegido la salud física sobre la intelectual y espiritual. Así nos luce el pelo.

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En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.

Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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