Hace tan sólo diez años la mayoría de estudiantes de cine y audiovisuales daba por sentado que filmar su cortometraje en 35mm era la mejor y más prestigiosa opción para componer su carta de presentación en festivales y productoras. A día de hoy: ¿cuántos estudiantes, cineastas y profesionales asentados, no se plantean grabar su proyecto con una cámara de alta definición, que ofrece unos resultados de imagen cada vez más similares al del consagrado cine, con unos costes en muchas ocasiones inferiores? Tecnófilos, fans del cassette, nativos o inmigrados digitales: todos vivimos, con diferentes puntos de vista, la transición de un mundo analógico a otro digital, volviendo al cine, del celuloide al vídeo en 4K, las cámaras DSLR o el Iphone.
Los desarrollos técnicos o tecnológicos abren el camino a nuevas formas de mirar el mundo y también de relacionarnos con él, y no somos nosotros los primeros en recibir el impacto de uno de esos cismas que la ciencia opera sobre el mundo de la imagen... Ya aquéllos que vivieron en época del Renacimiento pudieron observar cómo el advenimiento de la perspectiva –conocida pero no utilizada hasta el siglo XV- cambiaba por completo las representaciones en el arte occidental, convirtiéndose en una convención estética dominante con una serie de implicaciones filosóficas fundamentales – en las que no nos detenemos pero que os recomendamos consultéis en el indispensable libro de Marita Sturken y Lisa Cartwright Practices of looking-.
¿Y qué decir de la invención de la fotografía y de la reproducción mecánica de las imágenes, que posibilitaron los medios de masas? Revoluciones que afectaron transversalmente al arte, la política y la sociedad. Y precisamente fue la sociedad la que se apuntó al invento más concurrido de principios del siglo XX: ese cine que empezó silente pero que no tardó en oírse a sí mismo hablado por obra y gracia del Vitaphone.
Hace escaso tiempo, la película The Artist nos recordaba cómo este salto del mudo al sonoro marcó la reestructuración del star-system hollywoodiense, según esa premisa que hace de lo antiguo viejo y, añade, caduco. No sólo el star-system fue modificado, también el lenguaje desarrollado por el cine mudo -basado en la fuerte significación del montaje así como en la expresividad del plano y sus intérpretes-, se vio en un primer momento desplazado por un estatismo visual dialogado o por la pompa sonora del musical, para posteriormente ceder el relevo a la senda narrativa basada en la continuidad que hoy todavía impera.
Y hablando de tiempos presentes, no deja de ser curioso el paralelismo que existe hoy con los años subsiguientes a la implantación planetaria de otro gran invento: la televisión, esa pequeña cajita de emisiones en directo que hacía rasgarse las vestiduras a los grandes productores cinematográficos buscando en la espectacularidad la mejor receta contra la pérdida de espectadores. Y la espectacularidad significaba no sólo cientos de extras, grandes estrellas y grandes batallas como reclamo de cartel, también el anuncio a bombo y platillo de la estereoscopía, el llamado 3D, que prometía experiencias escalofriantes tales como ver salir un león de la pantalla. La reaparición del cine 3D cuando acecha ya no la mal denominada caja tonta –pues siempre ha sido bastante lista- si no la pequeña pantalla de acceso internauta a portales yonkis, youtuberos o sociales, no parece una casualidad. Curiosamente, el 3D se extinguió en su día por el elevado precio del sistema de cara al público y la incomodidad de las gafas, motivos que, entre otros relacionados con la pésima calidad de algunas estereoscopías recientemente filmadas, forman parte de la crisis del 3D actual.
Ideas, cambios y adaptaciones. La tecnología dicta los límites de lo posible y los redefine hoy quizás más rápido que nunca. La orgánica relación con la cámara de un móvil dista años luz de la rígida interacción con las primeras cámaras de cine, y sin embargo, Méliès, como Scorsese divulgaba en La invención de Hugo, no deja de irradiar su magia sobre el presente. El camino de lo analógico a lo digital está lleno de idas y venidas, nuevas posibilidades que permiten nuevas formas que a modo de matrioshkas incluyen la huella de todos los mundos que las han precedido.
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