Tanto la jefa de Estado británico (la reina Elizabeth II) como el alcalde de Londres (Boris Johnson) se sienten con los bonos altos y con medallas de platino, un metal más preciado que el oro. Sin embargo, no se puede decir lo mismo del ejecutivo. Mientras los británicos se jactan de que su equipo quedó tercero en las Olimpiadas, su gobierno central no se siente haber conseguido siquiera un bronce, mientras que la oposición laborista se siente bronceada por el sol del verano nórdico y porque las encuestas arrojan que esta ganaría las próximas elecciones.
La popularidad del primer ministro conservador David Cameron está unas dos decenas de puntos por debajo de la de su camarada burgomaestre de Londres, mientras que su socio en el cogobierno, el vice-premier Nick Clegg, está en capa caída incluyendo dentro de su partido liberal demócrata.
Quien podía ver las ceremonias de apertura o cierre de los olímpicos, podía ver cómo Johnson recibía aplausos mientras que Cameron pasaba desapercibido y sin que Clegg estuviese a su lado. De hecho, en plenas olimpiadas los dos partidos que por primera vez en su historia ha hecho un gobierno de coalición contra la izquierda son quienes han tenido su propia pelea, la cual ha sido más aguda que las competencias olímpicas de box, judo o jiujitsu.
Mientras varios parlamentarios conservadores impidieron un proyecto para reformar la Casa de los Lores haciendo que esta deje de ser la única cámara alta de una democracia occidental que nunca haya sido electa, los liberales, en represalia, bloquearon un proyecto de los conservadores para reducir el número de miembros de la Casa de los Comunes de 650 a 600, rediseñando los distritos electorales, los mismos que ahora le dan más peso a los urbanos, lo cual ha hecho que el laborismo en 1997-2010 hubiese controlado un 55% del parlamento con alrededor del 35% de los votos.
El resultado es que en ese duelo de esgrima los dos partidos gobernantes se hayan estocado mutuamente haciendo sus heridas casi infranqueables, mientras que la crisis se asoma y el ministro de finanzas anuncia que tras la fiesta deportiva se requieren grandes ajustes. Todo ello agudizará la crisis de la actual coalición haciendo que los laboristas se sientan que son el nuevo gobierno en espera.
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