Eran las seis de la mañana y el teléfono sonaba en casa, me asusté mucho, a esas horas no es normal que nadie llame si no se trata de algo muy importante. Ese día trabajaba, pero mi hora de entrada era a las diez, al otro lado del hilo telefónico una voz azorada: “Estamos ante la noticia del año y posiblemente la más importante en mucho tiempo, ha muerto Diana de Gales”, me levanté de golpe, se me hacia difícil comprender ese revés de la vida, hacía 24 horas que la había visto en la cubierta de un barco mirando a lo lejos, una bella imagen, con estilo, como siempre en Diana.
Me di una ducha rápida, me vestí con lo primero que encontré y me fui a Catalunya Ràdio, Jordi González, director del programa de verano de los fines de semana, apareció cinco minutos después. La noticia era la bomba, pero nosotros no sabíamos más que lo que se había dicho en la rueda de prensa celebrada en París a las 5’30 horas de la madrugada.
Empezamos a llamar a colegas, muchas incógnitas y una sola verdad, Diana se había ido con su elegancia innata, única en su forma de hacer, con ella su novio, un multimillonario egipcio, con quién estaba pasando sus vacaciones a bordo de su yate Janikel por la Costa Azul.
La culpa, como siempre y durante varios días, era achacada a los “paparazzi” que perseguían a la pareja, luego al estado ebrio del conductor que también murió. Esta idea seducía más teniendo en cuenta que estampó el Mercedes Benz W 140 matrícula “688 LTV75” en una de las paredes del puente de Alma en París.
En el momento en que muere Diana se especula durante años, y aún hoy, con la duda de cómo murió y si su muerte fue fruto del destino o bien de un atentado, nadie lo ha esclarecido totalmente. Los primeros que dieron con los huesos en la cárcel fueron los “paparazzi” que inmortalizaron cómo quedó el coche después el tortazo.
Esa mañana el programa fue concreto, pero confuso, un denominador común recorría todo el mundo, la consternación por la muerte de Diana a los 36 años, una mujer divorciada del heredero al trono inglés y que fue capaz de humanizar la más rancia casa real de Europa. Aún así la Reina Isabel jamás le reconoció su personalidad ni su forma de hacer.
Increíble teniendo en cuenta que Diana fue usada por el Príncipe Carlos y su entonces amante para casarse y dar imagen a un trono que en esos momentos presentaba signos de decadencia.
La boda de Diana con Carlos fue propia de una novela romántica, ella, Diana, una joven aristócrata inglesa, de aspecto bondadoso y un poco mariano, era la mujer ideal para dejar que su marido siguiera teniendo relaciones extramatrimoniales mientras ella era madre para darle los herederos oportunos y necesarios que necesita una dinastía monárquica para que el chollo no se les acabe.
Diana creía en el amor hasta que se dio cuenta que en su matrimonio eran tres y como muy bien dijo en una entrevista: “tres en una pareja somos muchos”.
Crió a dos hermosos hijos, Guillermo y Henry, de éste último se especula que pudiera ser hijo de un ayudante de la princesa y que lo concibió cuando su amor por el Príncipe Carlos hacia aguas y su bulimia iban en aumento.
El Príncipe Carlos tampoco calló y habló de su amor por su amante Camilla e incluso afirmó que le gustaría ser su tampax, frase acuñada y celebrada por todos nosotros, un Príncipe heredero del trono inglés que sea tan claro y tan cotidiano siempre es una oda a dejar de lado los fastos a los que la Monarquía estaba tan apegada.
La Reina, con tanto movimiento entre sus familiares, vivió ese año como “horrible” e intentó poner orden a tanto desconcierto sin conseguirlo. Tuvo que aguantar y ver la pasar la historia.
|
|
Diana y Carlos se divorciaron y vimos nacer en ella una hermosa crisálida, una mujer que se despojaba de lo que la impedía respirar, y se lanzó al mundo. Deslumbraba por donde pisaba y dedicó parte de su vida a luchar contra las minas anti personas, a los enfermos de sida, a los niños con cáncer. Diana fue un diamante neto, lustroso y transparente que llegó al pueblo, a los más necesitados, y a los que mandaban les gustaba su imagen, ella, sin quererlo y aunque no hablara, transmitía, jamás la casa real inglesa pudo soñar con tener esa imagen.
Diana era moderna, vestía bien, agradaba a todo el mundo y llegaba con una sonrisa, tuvo amistad con la madre Teresa de Calcuta y con tantos otros dignatarios que la valoraron por cómo era, no por quién era.
Han pasado quince años de su desaparición, nadie saber cómo murió, ni si alguien se encargó de su muerte. Lo cierto es que Diana perdurará siempre.
Los ingleses ven en su hijo Guillermo su continuación y algunos, en un afán de soñar, han convertido a su mujer, Kate Middleton, en una especie de Diana.
Que disculpen los que dicen que Kate puede hacer sombra a la madre de su marido. Kate es alta y sonríe, pero le falta el “ángel” de Diana, Diana fue única, dejó un reguero de luces en donde poder encontrarla siempre, en la moda, el estilo de Diana, perfecto, con aurea, su relación con las más sensibles, única, su forma de comunicarse con el pueblo inglés, insuperable, y como éstos ejemplos un montón más.
Es un mito, los mitos, por suerte, no pueden cambiar y mucho menos después de muertos.
|