Si para el conjunto de España las personas diagnosticadas con alguna enfermedad neurodegenerativa rondan las 800.000 almas, el País Vasco contabiliza unas 20.000 de las mismas. Y dentro de estas, unas 8.000 se encuentran en Gipuzkoa: 250 casos diagnosticados cada año. 8.000 familias afectadas, con el impacto emocional y hacendístico correspondiente. Un impacto que hasta ahora recae de forma abrumadora sobre el segmento femenino, pues son las mujeres las más afectadas por la enfermedad. Tanto de forma directa, por su mayor esperanza de vida, como indirecta, pues en un 80% son señoras quienes cargan con la tarea de cuidar al paciente. La mutante estructura familiar hace suponer cambios futuros en este orden. Hasta aquí las frías cifras. Y tras ellas personas con nombres y apellidos. Ciudadanía que en no pocas ocasiones han de sumar al drama personal la incomprensión social, cuando no el desentendimiento. Por todo ello se hace necesario un llamamiento a todos los agentes sociales, en un ejercicio de transversalidad entre ciudadanía y Administración. Este es el nuevo tiempo que se alumbra, y no otro.
Por mera supervivencia, no ya de nuestro modelo asistencial, hasta no hace mucho más centrado en los casos agudos frente al de la cronicidad, sino de nuestro modelo social. Si bien es cierto que cada vez se presentan más casos precoces de afectados por Alzhéimer u otra dolencia neurodegenerativa, lo cierto es que la prevalencia de esta enfermedad, hoy incurable, va ligada a la edad. De esta forma, un 10% de las personas de más de 65 años la padecen en nuestra Comunidad. Prevalencia que aumenta progresivamente junto a la longevidad de las personas. Teniendo en cuenta que en la Comunidad Autónoma Vasca los mayores de 65 años representan casi el 20% de la población, siendo por tanto una de las tasas de envejecimiento más elevadas de Europa; que el porcentaje será aproximadamente del 25% en 2025, cuando las generaciones fruto del desarrollismo económico de los años 60 del pasado siglo, "por ley de vida" pasen a la condición de jubilados.; y que Euskadi presenta una de las tasas de longevidad -también de rostro femenino mayormente- más altas del mundo: un éxito si no fuera unido a una tasa de natalidad de las más bajas del Viejo Continente, debería hacernos reflexionar. Repensar un futuro, cuando menos, preocupante. No se trata de alarmar, se trata de concienciar a nuestra sociedad ante estos desafíos a los que deberemos dar respuesta.
El envejecimiento de nuestro paisaje humano repercutirá en el crecimientoe económico, el ahorro, el consumo, las inversiones, las pensiones y un largo etcétera. Creo son motivos suficientes para reclamar de nuestros administradores una política de Estado y por ende, autonómica, coordinada, para con las enfermedades neurodegenerativas. Un apoyo decisivo a la investigación, a la prevención, a su diagnóstico temprano. Todas las iniciativas ciudadanas, particulares o colectivas deben recabar nuestro apoyo y en la medida de nuestras posibilidades, de nuestra colaboración. Nos jugamos el futuro, un futuro que salvo catástrofe o cambio radical de tendencia, devendrá en una sociedad con numerosos ancianos. El desarrollo de una política integral hacia las patologías neurodegenerativas se hace por tanto indispensable. Una política de Estado, cohesionadora y solidaria. La crísis ni puede ni debe usarse como excusa. Eso,o además de viejos, dementes. Lo recordamos hoy, 21 de septiembre, día mundial del Alzhéimer.
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