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En una época marcada por el bienestar material, el desarrollo personal y la hiperconexión social, resulta desconcertante ver que muchas personas, incluso aquellas que “lo tienen todo”, atraviesan profundas crisis emocionales. ¿Cómo es posible que alguien con éxito, reconocimiento y afecto pueda caer en una depresión severa? La respuesta, aunque incómoda, nos obliga a revisar nuestras ideas sobre el valor personal y la salud mental.
La sociedad nos enseña a vivir acorde a la gran mayoría, nos introducen valores que debemos manifestar en la edad adulta y nos inculcan la búsqueda de un amor ideal basado en el cuidado y la comprensión. Nos dicen que tenemos que estar acompañados y que la soledad y el individualismo no es bueno.
Muchas personas cargan con una presión invisible: la de ser queridas a toda costa. Se visten con una máscara de perfección —amables, sonrientes, eficientes, jóvenes, atractivas, disponibles— porque en algún momento aprendieron que solo así serían valoradas. No es vanidad, ni ego, es miedo. Miedo al rechazo, al abandono, a no ser suficientes.
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