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No, no quiero vivir en Jessicalandia

Fernando Jáuregui
martes, 15 de abril de 2025, 08:00 h (CET)

MADRID, 14 (OTR/PRESS) No sabe usted, querido lector, cuánto siento, en un día como hoy, aún golpeado por la muerte del escritor de quien me ufano haberlo leído todo, Mario Vargas Llosa, y, encima, con la que está cayendo en el mundo, tener que dedicar esta columna a lo que la dedico. A Jessicalandia. La tierra en la que una tal Jessica Rodriguez -otros escriben el nombre con una sola 's', Jésica- acapara titulares escandalosos como amante y beneficiaria de sus relaciones con alguien que fue ministro, y muy importante por cierto, José Luis Ábalos. En torno a Jessica y otras ex amantes del ministro presuntamente libidinoso, dicho sea con perdón, se ha montado un enorme lío que salpica, cómo no, al propio presidente del Gobierno, cuya mujer parecería haber tenido algunos contactos de negocio con esa 'trama Koldo', o Ábalos, o Jessica, que está devastando al Partido Socialista que gobierna en España desde hace siete años.

De entrada, le diré, lector, que me parece un error, y hasta cierto punto una injusticia, mezclar a Begoña Gómez, la mujer de Pedro Sánchez, con la asquerosa Jessicatrama. No lo hace la UCO, que se ha convertido, con el juez Peinado, en la protagonista de las revelaciones que van proliferando sobre las actividades, no solo lúdicas, sino como presunto comisionista, de Ábalos. Muchos nombres: el 'conseguidor' Aldama, el ex portero de discoteca Koldo García y un etcétera cada día más largo, al que hay quien quiere incorporar incluso a algunos actuales ministros, como Ángel Víctor Torres o la propia Pilar Alegría, 'acusada' de haber pernoctado en el mismo parador, una de cuyas habitaciones destrozó el ímpetu zascandil de Ábalos. Todo muy excesivo.

Todo también muy feo, muy Jessica, que este lunes tenía que declarar ante la comisión de investigación del Senado en el marco del que la oposición quiere llamar 'el caso Ábalos' y el Gobierno no quiere nombrar de ningún modo, pensando, erróneamente, que en boca cerrada no entran moscas. Porque, al calor del silencio del PSOE, que trata de hurtar el bulto en este pegajoso -nuca mejor dicho- asunto, la lista de sospechosos va engordando: el secretario de Organización socialista Santos Cerdán, el jefe del Gabinete de una vicepresidenta y, claro, Begoña Gómez. De quien tendrá que hablar el triministro Félix Bolaños este miércoles cuando el juez Peinado acuda a interrogarle en La Moncloa sobre la contratación con dinero público de una asesora de la mujer del presidente. Sí, declarará en la propia Moncloa, como ya hizo este juez, polémico sin duda en su instrucción, con el mismísimo Pedro Sánchez en julio de 2024.

Siempre he defendido que las actividades, poco éticas y menos estéticas y hasta escasamente morales, de Begoña Gómez no parecen implicar, por mucho que Peinado se empeñe, causa penal. Que lo que hizo, dicen que implicándose con empresarios cuestionables y cuestionados en rescates aéreos, en negocios turísticos y académicos -ella, que no es académica precisamente- no es un delito, aunque sí es una trapisonda, un descaro, un trilerismo, un abuso. Y un enorme error político, que hace que cualquier cosa que haga el Gobierno en no pocos campos -concediendo 660 millones de los presupuestos al turismo rural, en cuyo negocio estaba implicada la señora Gómez, por ejemplo- se ilumine con la luz de la sospecha de tráfico de influencias, que eso sí que es delito, aunque difícilmente demostrable.

Pero claro, mis compañeros dedicados a la investigación periodística, que para nada son la 'fachosfera', sino acaso lo mejor de la profesión, recaban testimonios, indagan en fuentes de la UCO, que las hay, y judiciales, que también, y la pira sigue creciendo. Sigo sin entender que el PSOE mantenga la 'estrategia Cerdán' de negar y callar sin explicar. Y sin presentar una demanda particular contra Ábalos, que, al fin y al cabo, violó la doctrina del partido, que pide la supresión de la prostitución. Pero ya se sabe que el PSOE quiere suprimir, más bien, las acusaciones particulares, alegando que están en manos de la ultraderecha, algo que también, por cierto, es real. Pero el tema no aguanta más: está a punto de empapar, porque ya lo está salpicando, al propio presidente, porque, se preguntan las tertulias, ¿hasta dónde sabía Sánchez de las actividades como presunto, ejem, comisionista (entre otras cosas) de quien fuera su ministro de Transportes y hombre de confianza?.

Yo creo en la presunción de inocencia de Sánchez. Y tengo que decir que hasta en la de Ábalos, sin poner en paralelo a uno y otro, desde luego. Es su derecho. Quizá también tengamos que admitir una cierta laxitud 'in vigilando' por parte del presidente. Pero su deber, como jefe del cuarto gobierno de la Unión Europea, como secretario general del partido gobernante, el más histórico de España, y hasta como presidente de la Internacional Socialista, es no permitir que la bola se agrande. Y se agranda cada día, al calor de la ceremonia de la confusión, de las comparecencias en la Cámara Alta o en el juzgado que ocupa tal o cual magistrado (o en La Moncloa, como ocurrirá el miércoles con Bolaños). El presidente está obligado no a dar por supuesto, entre gestos airados, que en su entorno no hay corrupción, ni dolo, ni irregularidades: ahora ha llegado el momento de demostrarlo, para que este país no pueda ser llamado, jamás, algo parecido a Jessicalandia. Un riesgo que a mí me llena de vergüenza.

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