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Jesús Martínez, Gerona

Nuestra vida comienza y acaba

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Certeza es el conocimiento seguro y claro de algo. Así, es evidente que nuestra vida comienza y acaba y hay que acoger la posibilidad de que termine mucho antes de lo previsto, incluso antes de nacer. La fe ayuda a vivir esta expectativa con la esperanza de la resurrección, pero la constatación es que el ser humano no es un ser eterno por sí mismo. Igualmente, aunque el sufrimiento cobra un sentido escatológico desde la fe, también puede llenar de profundidad y revelarle una trascendencia a quien no la tiene, pues invita a acoger la realidad en lugar de empeñarse en cambiarla.


Hay una tercera cuestión, y es que la madurez de una persona se puede medir según el grado de capacidad que tenga para afrontar el mal, que se presenta cotidianamente en un amplio espectro de facetas: puede ser un mal moral, un mal físico, un mal en la historia (pasado, presente, recibido, cometido…). La muerte de un hijo, por ejemplo, es un mal mayúsculo para unos padres. Y, ¿qué significa afrontarlo? Desplegar todo el resorte humano para cargar con él. Forma parte de la verdad de la vida, que no consiste sólo en hacer el bien. De hecho, es más difícil cargar con el mal que hacer el bien. Obrar bien sin ninguna dificultad o tribulación es posible para cualquiera que no esté perturbado. Pero hacer el bien cuando hay angustia y contradicción… es algo muy distinto.


El aborto, en muchos supuestos, tiene detrás la intención de cancelar el mal que es la crianza de un hijo enfermo. No obstante, esta decisión, además de otras razones tantas veces enunciadas, implica descartar una parte de la realidad, cuando la persona más plena quizás sea la que acoge la realidad entera, tal y como viene, y no para dar todo por bueno, sino para reconducir el sufrimiento hacia el bien. Cuántas personas han agradecido tener un familiar enfermo, un hijo o un hermano discapacitado, porque han hallado un tesoro escondido en entregar la propia vida. Hay más verdad y más bien en la vida acogida con todo lo que es que en la vida recortada.

Nuestra vida comienza y acaba

Jesús Martínez, Gerona
Lectores
miércoles, 17 de abril de 2024, 08:44 h (CET)

Certeza es el conocimiento seguro y claro de algo. Así, es evidente que nuestra vida comienza y acaba y hay que acoger la posibilidad de que termine mucho antes de lo previsto, incluso antes de nacer. La fe ayuda a vivir esta expectativa con la esperanza de la resurrección, pero la constatación es que el ser humano no es un ser eterno por sí mismo. Igualmente, aunque el sufrimiento cobra un sentido escatológico desde la fe, también puede llenar de profundidad y revelarle una trascendencia a quien no la tiene, pues invita a acoger la realidad en lugar de empeñarse en cambiarla.


Hay una tercera cuestión, y es que la madurez de una persona se puede medir según el grado de capacidad que tenga para afrontar el mal, que se presenta cotidianamente en un amplio espectro de facetas: puede ser un mal moral, un mal físico, un mal en la historia (pasado, presente, recibido, cometido…). La muerte de un hijo, por ejemplo, es un mal mayúsculo para unos padres. Y, ¿qué significa afrontarlo? Desplegar todo el resorte humano para cargar con él. Forma parte de la verdad de la vida, que no consiste sólo en hacer el bien. De hecho, es más difícil cargar con el mal que hacer el bien. Obrar bien sin ninguna dificultad o tribulación es posible para cualquiera que no esté perturbado. Pero hacer el bien cuando hay angustia y contradicción… es algo muy distinto.


El aborto, en muchos supuestos, tiene detrás la intención de cancelar el mal que es la crianza de un hijo enfermo. No obstante, esta decisión, además de otras razones tantas veces enunciadas, implica descartar una parte de la realidad, cuando la persona más plena quizás sea la que acoge la realidad entera, tal y como viene, y no para dar todo por bueno, sino para reconducir el sufrimiento hacia el bien. Cuántas personas han agradecido tener un familiar enfermo, un hijo o un hermano discapacitado, porque han hallado un tesoro escondido en entregar la propia vida. Hay más verdad y más bien en la vida acogida con todo lo que es que en la vida recortada.

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