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Abundan, en la Red, y en los libros, frases y sentencias sobre la Navidad, casi todas empalagosas y manidas. Se trata de aserciones como la que reza “la Navidad es la temporada para encender el fuego de la hospitalidad en el salón, y la genial llama de la caridad en el corazón”, atribuida a Washington Irving. Poco que añadir en el universo del lugar común como elemento central de cualquier retórica.
La tarea del cristiano corriente o laico como un miembro más del cuerpo de la Iglesia, me sorprendieron sobremanera, en la medida que era un novedoso mensaje que luego el Concilio Vaticano II recogió en su Constitución Lumen Gentium en su Capítulo IV.
Mi padre me solía decir que los españoles eran bastante cambiables en función de las circunstancias. “La masa va detrás de las cruces; unas veces con velas y otras con palos. Pero suelen ser los mismos”. En el aspecto político sucede lo mismo. Miembros distinguidos de la España franquista se han declarado socialistas de toda la vida y militantes activos de la vieja Acción Católica se han declarado sin pudor, ateos convencidos.
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