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Acabamos de cruzar la frontera de un nuevo año. El pasado forma parte ya de nuestra historia personal para lo bueno y para lo malo. Pero no está de más reflexionar sobre los hechos acontecidos, tratar de entenderlos y encarar el nuevo año con un espíritu renovado para luchar y no dejarse vencer por los acontecimientos indeseados que a veces nos sobrevienen de una forma inesperada.
La huella dejada por Benedicto XVI es un tratado de coherencia viviente, un humanismo abierto a los pulsos de la mística, que nos crece internamente, a poco que nos adentremos en sus luminosos vocablos, al tiempo que nos recrea el alma de entusiasmo, cuánto más vivamos sus alentadoras enseñanzas, que nos ayudarán a levantar la mirada en rogativa permanente, en gratitud y gratuidad recibida y donada.
"Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mt 16,13-20). Desde hace más de dos mil años, la Iglesia de Cristo navega en las aguas procelosas de este mundo, bajo el gobierno de los sucesores de Pedro.
La generación que despertamos a la vida entre las cenizas de dos grandes tragedias del siglo pasado como fueron la guerra civil española y la segunda guerra mundial, solo conocíamos el drama y el horror que vivieron millones de familias por los relatos de nuestros padres, abuelos o las películas con las que los vencedores de ambas contiendas, mostraban las batallas y matanzas de las que fueron protagonistas la insensatez y la crueldad del hombre.
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